Debajo de mi olivo escucho a Marwan. «Un día de estos tendremos que vernos a oscuras, la piel solo tiene una forma para ir resolviendo las dudas...».

Intento esquivar los zarpazos de «La Parca», que se empeña en llevarme al fondo de la laguna Estigia, como esquivo la lluvia de aceitunas maduras antes de tiempo en este noviembre veraniego que, más pronto que tarde, se tornará invernal. En la radio -una emisora tras otra- se vuelven locos enredando y jugando a las quinielas gubernamentales: suena Mengano, suena Fulano y suena Perengano.

Ha tenido lugar el parto de los montes y la vida sigue su curso como si nada hubiese pasado. Somos felices. Hemos dejado de ser huérfanos de padre y madre: ya tenemos gobierno que organice nuestras vidas y nuestras haciendas -las de aquellos que las tengan, que no es mi caso-. Ya tenemos un ente lejano, amenazante y omniprotector, en quien descargar nuestras iras y las culpas de todo lo que pase. Como dicen los italianos: llueve. ¡Mierda de gobierno!

Tras más de diez meses a la intemperie, sin ánimo ni a favor ni en contra, sin agitar el incensario ni temer nada, porque nada peor puede pasarme, he reconocer una verdad como un templo: Rajoy es un crack.

Lo han puesto verde, lo han acorralado, le han dicho de todo menos guapo. Ni se ha inmutado. Lo han acosado con alcachofas de todos los colores preguntándole por Bárcenas, por Rato, por Aznar, por Rita Barberá y por el «Sursum Corda». No le han sacado ni una palabra más allá de algunas fórmulas mecánicas que equivalen a nada. Ya veremos. Lo estamos estudiando. Ya he respondido a eso. Esta persona no está en el partido. Mi preocupación son España y los españoles. Lo dicho un crack.

En el futuro -yo no lo veré porque estaré no sé dónde, ahora que el Papa ha prohibido llevarse a casa las urnas con las cenizas de los ancestros. Ese quebradero de cabeza que le quitan a mi nuera-. En el futuro -decía- se estudiará en las enciclopedias la técnica de Rajoy para mantener una cara impávida, a lo Buster Keaton, mientras caen fulminados, uno tras otro, todos los que aspiraban a moverle mínimamente el sillón. Maquiavelo -el calificativo maquiavélico no es en modo alguno peyorativo sino equivalente a genial lince político- aprendería de él si viviera: ustedes peleen, discutan, pártanse la cara e intriguen hasta cansarse, que yo tengo la sartén bien cogida por el mango y haré todo y solo lo que me interese sin inmutarme.

No han terminado de nombrar a los nuevos ministros, no los han presentado en sociedad ni han tomado posesión de sus cargo y ya se les tiran al cuello. Paso porque Podemos critique y por medio de Mayoral hable de nuevos recortes y preparación para el asalto -creo que es esa la palabra utilizada- a las pensiones. Paso por las críticas de Tardá y Rufián. Todos votaron no.

¿Cómo se atreven a poner pegas al gobierno, los socialistas y los de Rivera, si a ambos solo les falta el carnet azul para formar parte de pleno derecho de las filas populares?

De Rivera ya lo sabíamos desde el día de su fundación, desde su primera aparición en público. Un partido meramente instrumental, un cambio de cara y de logo tras el cual se esconde lo mismo de lo mismo.

Salen con cara grave y compungida Ramón Jáuregui -toda una vida viviendo de la política- o Mario Jiménez - lo mismo que el anterior y voz del Susanato en la conjura contra Sánchez. Salen a hacer teatro del malo y tras decirnos mil veces que su misión esencial era sacar del poder a Rajoy, luego nos dijeron que le tenían que dar el gobierno por intereses ineludibles de la nación y ahora nos intentan convencer de que le van a hacer la vida imposible, que es un gobierno nefasto y que ellos - que lo han puesto donde está- no tienen nada que ver con el asunto. He ahí la tragedia: la política es el arte de hacer creer al espectador que es imbécil y que necesita del prohombre para hacer frente a su existencia con una mínima posibilidad de éxito. ¿Con esas protestas tibias pretenden los socialistas remediar su suicidio? El tiro en el pie ya se lo han dado. Es una cojera irremediable. Hay gobierno popular para muchos años.

Estamos instalados en el gran supermercado, que dice mi ídolo Houellebecq: «Vivimos en una sociedad de mercado -todos se intentan instalar en ese mercado para vivir lo mejor posible- en un espacio de civilización donde el conjunto de las relaciones de los hombres entre sí y con el mundo, está mediatizado por un cálculo numérico simple». La pasta. Siempre la pasta que determina la verdad, la belleza - lo rico es guapo y lo pobre feo- el atractivo y el bienestar de todo tipo. Por esa pasta y por ese bienestar un rojo de toda la vida se vuelve de derechas sin ruborizarse en menos de lo que canta un gallo.