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Marc Llorente

Teatro crítica

Marc Llorente

En busca de la comercialidad

Se necesita mucho rigor, seriedad, gracia escénica, sin forzar ni ir de gracioso, para que esta pieza (o antipieza) de culto sea lo que en realidad es. Cabe la experimentación, pero sobran los efectismos, las pasadas de rosca o las acentuaciones. Único modo de que la chispa salte y el contenido de la obra de teatro del absurdo consiga su máximo relieve. La cantante calva se escenifica en París desde 1950, como título vanguardista donde la tragicómica e inverosímil imagen de la realidad ordinaria llena las situaciones, según la libertad creadora del escéptico autor, que se basó en el estudio de la lengua inglesa por el método Assimil. Eugène Ionesco sitúa en una obsesiva atmósfera con su absurda visión de la vida o la presión de las normas sociales y la inevitable degradación. Vale el atractivo y sobrio ambiente. El inquietante espacio sonoro que nos presenta la versión de Natalia Menéndez con dirección de Luis Luque. Eso sí, las luces discotequeras y algunos detalles no son de recibo. Más de un director no confía en Ionesco, al parecer, y carga las tintas. Y el resultado, al ridiculizar, no es el mejor. Los farsantes deben ser creíbles y no caer en ninguna frivolidad con su lenguaje inconexo y la intención de reducir el existencial vacío recurriendo a las frases hechas o huecas de unos títeres y su risible tragedia humana. La incomunicación en las relaciones, los símbolos y la burla en una historia que se vive y se ve vivir. Por tanto, el montaje funciona a medias. Adriana Ozores es buena actriz aunque estaría mejor sin afectaciones, y Joaquín Climent y Carmen Ruiz están más equilibrados. Javier Pereira es el bombero que busca incendios para dar sentido a su vida y que reconoce a la criada porque ella le «apagó sus primeros fuegos». El histrionismo de Helena Lanza no resulta válido, y Fernando Tejero destaca sobriamente. Dos parejas o una en el fondo. Anfitriones, visitantes. Seres aparentemente ajenos y distanciados pese a ser matrimonio. La descomposición dialéctica y el delirio estallan en un recital de besugos. Y no existe cantante calva ni melenuda. Otra surrealista idea. «Nada puede tomarse completamente en serio ni completamente a la ligera», dijo Ionesco.

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