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Matías Vallés

Opinión

Matías Vallés

El Madrid entregó la liga al Barça en el Bernabéu

Dado que últimamente se disputan más elecciones catalanas que partidos Barça-Madrid, la versión futbolística del duelo debería superar en interés a la política. Los comicios no resolvieron el problema, hasta el punto de que Rajoy se arriesga a una acusación de malversación por tirar el dinero en urnas. En cambio, los madridistas entregaron la Liga a su eterno rival en el Bernabéu. Cataluña ahonda su crisis perpetua, el Campeonato 17/18 ya dispone de un ganador.

En los prolegómenos del clásico se debatía si el Barça tenía que humillarse a hacerle el pasillo al Real Madrid, campeón del infausto Mundialito que esteriliza a sus vencedores. A la hora de la verdad, los madridistas abrieron un generoso pasadizo para que Rakitic circulara a sus anchas, camino de un primer gol tan trenzado que alumbró el espejismo de que el austero Barça de Valverde mantiene algún rasgo de Guardiola.

Una vez que el entrenador madridista se vio obligado a sustituir a los picapedreros por artistas, tardó tanto tiempo en efectuar los cambios de Asensio y Bale, que casi retrasa su introducción en el campo hasta el partido de vuelta. Entre la decisión y su materialización, el Barça dispuso de tiempo y oxígeno sobrados para un segundo gol. El penalti sin tacha de Messi no merecía una celebración tan exagerada en un jugador que ha perforado redes por centenares.

Es posible que el Barça recibiera un premio excesivo. Zidane preparó a los azulgrana un regalo de Navidad, y en estos compromisos es tan peligroso quedarse corto en el obsequio como excederse y provocar un sonrojo colectivo. De no mediar el rosario de títulos anteriores, ningún observador concluiría que el taciturno francés merece ocupar el banco blanco.

Quienes sufrimos el partido por televisión, no podemos afirmar en serio que contemplamos el clásico. La catastrófica retransmisión producía vergüenza ajena. Costará igualar un prodigio de falta de sincronización, de pantalla oscura o deslumbrante, de repeticiones a destiempo. Dado que el espectáculo se emitía en horario de chinos, se mostró un escaso respeto por sus destinatarios.

Antes de que el Barça recurriera a los goles, el partido solo servía para comprobar que dos equipos extraordinarios también pueden practicar un fútbol insulso. La mediocridad permitía divagar sobre las inmensas metáforas entre el deporte y la política. Por ejemplo, mientras la vida pública se inunda de personalidades tan incompatibles como fueron antaño Mourinho y Guardiola, los clubes más representativos de ambas ciudades se han despojado de técnicos que asumen el protagonismo.

En cuanto a Valverde, es un técnico refractario al carisma. Su inteligencia consiste en aprovechar los últimos coletazos del Barça histórico, al mismo tiempo que refuerza los blindajes defensivos. Le aterrorizan las posesiones de balón por encima del 70% que caracterizan a Guardiola. Puede ser conservador sin que se note, porque cuenta con la gracia de Messi.

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