Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con distintos collares

De todos es bien sabido que este país siempre ha sido más vikingo que honorable, más pirata que guerrero, más rufián que caballero, más de hurgamanderas que de damas, pero no de las del noble oficio, prístinas descremadoras de lunas tristes, si no de las que trepan con el sieso y llegan a algo sin ser nada.

Puntual descripción de que llevamos la rufianesca en el ADN está en los novelones del barroco español, el Siglo de Oro que también lo fue de la más descacharrante picaresca. Buscavidas, bribonzuelos y bigardos de toda laya pueblan las páginas de nuestra gran literatura. De Lazarillo de Tormes, a Rinconete y Cortadillo, de La Lozana Andaluza, a la Pícara Justina, de El Buscón, don Pablos, al Bachiller Trapaza. Sus correrías y bribonadas, apuntaladas por el ingenio y el buen hacer de escritores de raza, nos hacían partir de risa.

Andando el tiempo y las circunstancias, ya en el siglo XX, «El Caso» convirtió a España en un saco de horrores donde los bribones de toda la vida compartían reportaje con asesinos en serie, ladrones de todo cuño, desfalcadores, embaucadores, golfos de patio de vecindad, sicarios y mozos de germanía. Había nacido la crónica negra impresa de un país cainita, cuyas señas de identidad se nutren de sangre, de envidia y de morbo a manos llenas. Sí, no todos los españoles somos pícaros, pero sí atesoramos una cierta fascinación hacia lo sórdido hasta el punto de subir a los altares de la heroicidad a personajillos de medio pelo. Todos vimos a El Dioni, el que vivió el sueño del paraíso recobrado, caballero a lomos de su furgón, platicando amigablemente en platós de televisión, no nos perdimos ni una película de sabandijas callejeras. Ahí estaban El Torete, El Vaquilla, El Jaro, La Mataviejas o El Nani. Y aún asistíamos entre pasmados y llenos de regocijo, a las lecciones de moralidad que transmitía no sé qué programa de la mano del gran engominado Mario Conde. Pues bien, creo que ésta, entre otras insondables razones, es la responsable de que aún haya gente que siga votando a la nueva picaresca. Una picaresca sin gracia, eso sí. No le veo otra explicación. Debe dar mucho morbo ver cómo desahucian, cómo los desahuciados hacen el salto del ángel, como, sin prisa, pero sin pausa, van palmando los dependientes, cómo van saliendo a la luz pública mordidas, financiaciones ilegales, mangoneos, trapicheos y otros meneos, cómo esquilman a los pensionistas, cómo permiten contratos de mierda y despidos libres, cómo usan el tiempo de su gobernanza en librarse el pellejo en vez de intentar salvar el nuestro, que es su obligación, cómo censuran, encarcelan, azuzan a los perros de las porras y las balas de goma, cómo secuestran una autonomía, cómo han convertido la separación de poderes en una bonita utopía y todas esas tropelías que ustedes ya conocen.

La nueva rufianería ya no se escribe en los libros sino en los cientos de miles de papeles que duermen el sueño de la ignominia en los anaqueles de los juzgados. Los nuevos pícaros ya no tienen ni que pisar la calle para golfear, ni que subirse a un tejado para que un diablo cojo le muestre la realidad, no tienen que jugársela atracando una joyería, ni fugarse con un furgón blindado (con un par). Los nuevos trapazas urden sus bellaquerías en los despachos, ramonean en los ordenadores y colaboran con la justicia a martillazos.

Ahora, mientras esperamos a ver qué hay de lo nuestro, de nuestro trabajo, nuestros sueldos dignos, nuestro paro, nuestras pensiones, nuestros dependientes o nuestra hipoteca, tendremos que esperar antes a ver qué pasa con un chico que se postula como presidente y que también tiene algún que otro marronazo pendiente. ¡Joder, qué tropa!

La única diferencia entre unos bribones y otros, de El Dioni a Eduardo Zaplana o de la grupi de El Vaquilla y El Torete a la de Luis el Cabrón quizá resida en las pelotas que le echaron los primeros al delinquir a cara descubierta o, si me apuran, en una simple pero elegante corbata de seda.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats