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El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

No lo olviden

«Es el mercado, amigo»

Rodrigo Rato

Cuenta el catedrático, empresario y comunista Teodolfo Lagunero en sus memorias (Editorial Umbriel, 2009) un breve pasaje acerca de su experiencia con los bancos en la España de los años 60 y 70. Constructor de éxito, conoció de primera mano el modo de actuar que tenían las entidades financieras respecto a sus clientes. Para Lagunero los españoles no éramos conscientes de lo poco que importábamos a aquellos a los que dejábamos nuestros ahorros: si algún día supiéramos qué se esconde detrás de las decisiones que toman los bancos cuando colocan en un lado de una balanza el bienestar de sus clientes, es decir, de los españoles, y en el otro su interés desmedido por aumentar sus beneficios, nos sorprenderíamos del desprecio con que nos tratan.

He recordado el libro de Lagunero a propósito de varios informes que el Parlamento Europeo comienza a publicar estos días a propósito de los usos y costumbres de la banca española durante los últimos quince años. Resulta irritante pensar que a pesar de que la justicia europea y su parlamento no hayan parado en los últimos cuatro o cincos de emitir sentencias e informes criticando la actuación de la gran banca española (como la solía llamar Marcelino Camacho) no haya habido en España una auténtica revolución legal que, por un lado, haya puesto fin de manera definitiva y clara a la costumbre de engañar a los clientes y, por otro, haya obligado a estas entidades a proclamar un mea culpa y a comprometerse a algo tan sencillo como dejar de engañar a los españoles. No emplearé el termino robar que luego amenazan con demandarme.

En estos informes se dice lo de siempre. Primero, el gran chollo que supuso para los bancos las clausulas suelo. Gran invento español por el que, como recordará el lector, se estableció en cientos de miles de hipotecas suscritas durante el boom inmobiliario un mínimo de interés a pagar por el hipotecado aunque, en un momento posterior, el interés del Euribor más el diferencial fuese menor al pactado en el momento de la firma de la hipoteca. Cuando en Europa tuvieron noticia de las primeras quejas de asociaciones de consumidores sobres estas clausulas se echaron las manos a la cabeza. Algo que en España se veía normal en el resto de países que componen la Unión Europea fue calificado como fraudulento.

En segundo lugar se refieren estos informes a la gran estafa que supusieron las participaciones preferentes y deuda subordinada, ejemplo de cómo se puede organizar un engaño a gran escala gracias a un marketing invasivo utilizando la cercanía de la confianza generada entre clientes y trabajadores tras años de tener los primeros guardado su dinero en el banco o caja de los segundos. Qué lastima que los bancos y cajas españoles que comercializaron estos productos cuando la crisis económica en España era ya una realidad no hayan utilizado todo su potencial intelectual financiero en ayudar a crear nuevas empresas en vez de esta clase de engañifas.

Afortunadamente una sentencia del 21 de diciembre de 2016 del Tribunal de Justicia de la Unión Europea obligó a los bancos españoles a devolver el dinero generado por las clausulas suelo y otra del Tribunal Supremo de fecha 25 de febrero de 2016 declaró la nulidad de los contratos que hubiesen legalizado lo que este tribunal denominó «productos complejos».

Y en un tercer lugar se refieren estos informes a la inexplicable actuación del Banco de España durante los últimos quince años en orden al control que debería haber ejercido sobre las entidades financieras españoles. Deben éstas trabajar dentro de un ámbito de libertad amparado en la economía de mercado en la que nos encontramos. Por supuesto. Pero al mismo tiempo deberían trabajar también con unos límites, es decir, sin hacer lo que le venga en gana con los usuarios de sus sucursales.

Terminemos con dos esclarecedores ejemplos. En un pueblo cercano a Alicante poco después de que los ahorradores que habían colocado su dinero en participaciones preferentes lo perdieran todo de un día para otro, uno de ellos fue a pedir explicaciones al director de su sucursal que le había convencido de que contratara este producto. No lo encontró. Preguntando aquí y allá se enteró de que le habían cambiado a otra localidad. Cuando se personó en la nueva sucursal comenzó a mirar por el cristal, sin entrar, ya que no estaba seguro de si era allí. El director al ver a este antiguo cliente en la calle llamó de inmediato a la Guardia Civil poco menos que pidiendo auxilio. No llegó a celebrarse juicio por amenazas porque la mañana que se iba a celebrar el director se quedó en una cafetería cercana no entrando en la sala de vistas. Repito, el cliente que había perdido todo su dinero no llegó a entrar en la sucursal.

El segundo ejemplo nos lleva a lo peor del ser humano. Uno de los principales grupos de damnificados por la estafa de Caja Madrid de las preferentes fueron los heridos y los familiares de los fallecidos por los atentados del 11-M. Recuperaron el dinero de las indemnizaciones seis o siete años después.

Pero, por supuesto, esto no fue robar.

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