Con recuerdo a la redacción de Fotogramas en Barcelona

Coincidió la última edición de la Fiesta del Cine, respaldada de nuevo por un número mayor de espectadores respecto a los que pasan por taquilla asiduamente, con el lanzamiento comercial de una colección de camisetas cinéfilas por parte de Zara que ponía el foco de atención del comprador en películas que vimos hace unos 25 años. Dos campañas a favor de la nostalgia, la de los espectadores que no acuden frecuentemente al cine y la de aquellos que pueden lucir una camiseta, por ejemplo, de «Jurassic Park» ahora y no pudieron hacerlo en su momento o lo hicieron pero la perdieron de vista al crecer. Como festero del cine cuando toca (además de combatiente semanal) y nostálgico de las películas que me permitieron madurar como espectador -sí, también la de los dinosaurios, que vi con fervor en un viaje a EE UU y que me hizo distanciarme virtualmente de Spielberg y no darle a torcer mi brazo crítico hasta mucho tiempo después-, me pregunto si el nostálgico de aquellas películas (posiblemente consumidor ahora en otros formatos y lugares) también es un nostálgico de la pantalla grande y vuelve, aunque sólo sea de fiesta, al cine.

Hablo de gente con cierta edad, que vivió al final del siglo XX los últimos coletazos de un momento (allá por los años 60 y 70) cuando Elche era una fiesta constante del cine con casi 30 pantallas en verano contando las de la ciudad -Alcázar, Avenida, Capitolio, Central, España (V), Gran Teatro, Ideal, Palafox, Paz y Victoria (V)- y el campo -Actualidades en Valverde (con salón y terraza), Altet (S/T), Barceló en Jubalcoi, Campoamor en Algoda y en La Baia, Coves en Derramador, Goya en La Marina, La Marina, Monumental en La Baia y en Algoda (S/T), Pomares (S/T) en La Foia, Rex en Torrellano y Rialto en Perleta-, tal como recogía el Instituto Nacional de Cinematografía en 1965. Unos años después, en 1973, se preguntaba el periodista Antonio Sánchez si disponía «la ciudad de los suficientes espectáculos para el ocio y recreo de sus habitantes», si se divertía Elche «de acuerdo con lo mucho que rendía a la hora del trabajo». La vigencia de su respuesta nos confirma el acierto sociológico: «sobraban espectáculos a lo largo de la semana, pero en los sábados y domingos y días festivos, todo resulta pequeño en la ciudad.»

Eso serviría para arrancar una explicación coherente sobre el ocaso de un negocio y el florecimiento de un entretenimiento en Elche. Cuando más de un tercio de la población de este país reside en poblaciones sin cine (según un informe de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación), debemos reconocer la suerte que tenemos en Elche no sólo por poder marcar en el calendario dos fechas anuales para ir al cine a precios populares sino también por mantener la fiesta continua a lo largo del año a través de la programación heterodoxa, siempre en VOS, del Cineclub (que acaba de cumplir 45 años) y la oferta más heterogénea del Odeón (que quiso ser Filmoteca en sus inicios, y donde la VOS va ganando adeptos), las pantallas en las que permanece escondida la resistencia. Los más jóvenes se contentan con ir a un cine -sin detenerse, claro, en la evolución histórica del fenómeno- que aún tiene que ver algo con las experiencias que vivieron sus padres y abuelos (incluso algún padrino), muchos de los cuales reniegan de una arquitectura que hace recordar la de aquellos cines cuyas fachadas eran su marca. Como el Capitolio, salvado precisamente por Inditex y cuyo salvoconducto parece a punto de expirar si nos atenemos a las últimas informaciones aparecidas en este diario.

La posibilidad de comprarte una camiseta de «Tacones lejanos» en el mismo edificio en el que, cuando se dedicaba al negocio del cine, empezaste a darte cuenta de que Almodóvar era algo más que el provocador que necesitaban los estamentos oficiales de la cultura en este país y que, después del éxito, empezaba a adentrarse como cineasta (a la vez que tú como espectador) en los intrincados caminos de la ficción, parece una broma macabra. Sin embargo hay que reconocer que la apuesta de Amancio Ortega nos ha permitido seguir gozando de una arquitectura única en la ciudad. Ante la desprotección de un catálogo de edificios, Elche está de nuevo expuesta a la pérdida de su patrimonio. Si la caída del imperio textil en el centro de Elche por los nuevos bárbaros del consumismo provocara el abandono del edificio, sería más complicado explicar a los espectadores más jóvenes, a nuestros descendientes, que una vez allí, en esa tienda, hubo una pantalla y un escenario para vestir con la imaginación las propias ilusiones. Se haría cada vez más y más lejano el recuerdo de un edificio para cine en Elche.