Por mi experiencia tengo muy claro que cualquier intento de sistematizar las innumerables teorías, opiniones e ideologías (?) sobre la realidad trans está indefectiblemente condenado al fracaso. El único hecho incuestionable es que la transexualidad existe desde que existe la humanidad, y aún antes. Un simple rasgo de diversidad humana y biológica, aunque en estos momentos, en virtud de una ignorancia originada en atavismos religiosos y sociales, se nos suela aún etiquetar como “moda”, “anormalidad” o “perversión”, utilizándose como definición más benigna la de ”enfermedad”, razones por las cuales se nos discrimina y nos son negados nuestros derechos más elementales de ciudadanía.

El rasgo más usual de esta discriminación es la negación de nuestro derecho a SER. Ideologías retrógradas, religiones irracionales, doctrinas económicas y feminismos marcianos que coinciden en relegar nuestra realidad al campo de una “ideología” que ellos llaman “de género”. Para ellos no somos personas. Encarnamos los miedos de una sociedad decadente y aferrada a un concepto de humanidad que, merced a constantes avances médicos, biológicos y científicos, junto a nuevas filosofías como el transhumanismo y las nuevas culturas de la identificación, comienza a vivir también su propia decadencia.

¿Pero qué es ser trans? Según definición clásica, una persona transexual sería aquélla que elige, mediante tratamiento de hormonación y cirugía de reasignación, adoptar por identificación y mimetización el rol y los caracteres sexuales externos del sexo opuesto al que ha nacido. Muy fácil pero del todo inexacto, ya que existen tantas transexualidades como personas trans.

La transexualidad representa ese rasgo tan humano que es la búsqueda de ti mismo-a. Las clásicas preguntas, ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?, materializadas en una ardua y apasionante investigación individual sobre el propio cuerpo y mente. Reivindicación de propiedad sobre tu cuerpo; propiedad de utilización, y también de transformación.

Mientras tanto... transfobia y LGTBfobia, violencia de género, racismo, integrismos atávicos, fascismos cansinos, nacionalismos de todo tipo, y feminismos “radicales”, que ante nuestra existencia y vindicación empiezan a perder las bases de su argumentario. Terror al vacío, similar al de aquellas multitudes atemorizadas que destruían máquinas en los albores de la revolución industrial, ignorando que el futuro ya les había alcanzado y sobrepasado... Quizá sea la transexualidad la abanderada, el verdadero símbolo y avanzadilla de estos tiempos de permanente transformación que nos ha tocado vivir.

Hablemos de etiquetas. Para las personas no letradas, tanto da transexual que transgénero, travesti o drag queen... todos somos maricones y bolleras, y punto. En principio, ésta es la finalidad del etiquetado: una diferenciación de utilidad manifiesta en casos como éste. La perversión de esta diferenciación aparece con la manipulación de derechos y discriminación social de unas categorías frente a otras. ¿Quién se puede arrogar la potestad de catalogar y decidir la categoría de una persona?

Nadie. Sólo tú puedes decidir sobre tu vida y tu cuerpo, y manifestarlo o no a los demás. Las personas trans no necesitamos legitimizar nuestra existencia y peripecia vital ante nadie, ni con razones médicas ni de ningún otro tipo. Fuera de la única esfera útil que es la sanitaria, nadie tiene derecho a catalogarnos. El caos existente en materia de etiquetados y definiciones nos deja clara la inmensa confusión y subjetividad reinante entre esos autodenominados “expertos” en creación de categorías... somos personas, y punto.

¿Pero qué es ser trans y qué no lo es? Simplificando, trans sería todo aquél que no es cisgénero. Y cisgénero es todo aquél cuyo sexo e identidad de género al nacer coinciden. Existen además personas intersexuales, que al nacer presentan conjuntamente caracteres sexuales masculinos y femeninos. Desgraciadamente, este concepto ha sido utilizado y manipulado por una reacción que vende su transfobia bajo la idea de que sólo las personas intersexuales son “verdaderos transexuales” y tienen derecho a asistencia médica pública al representar una “enfermedad real”. Pura estupidez utilizada como argumento discriminatorio.

Ahora mismo, junto a los movimientos queer y genderless que se revelan verdaderos revulsivos contra todo intento de etiquetación, descubrimos otras tendencias que nos sorprenden... como esa corriente regresiva que defiende la idea de que las mujeres trans, para poder integrarse, deben aparecer lo más sexuadas y femeninas posibles hasta llegar a la máxima mimetización con una mujer cis... los hombres trans, lo mismo.

¿No se trataba de educar a la sociedad, hacer valer nuestra diferencia ? ¿Hemos de plegar nuestro derecho a ser a esos estereotipos de género y valores obsoletos que luchamos por abolir? Todo esto en un momento histórico en el que la OMS acaba de sacar a la transexualidad (por fin) de su catálogo de enfermedades mentales... pues no. Se trata de otro intento más de laminación, éste desde dentro. Una irrealizable clonación de ese estado de cosas que el simple hecho de nuestra existencia y diferencia podría y debería empezar a cambiar. Ésa es la responsabilidad que tenemos las personas trans y queer. Está en nuestras manos.