«The best is yet to come. (Lo mejor está por venir)».

Epitafio en la tumba de

Frank Sinatra (1915-1998).

Oscura noche de Halloween en la casa consistorial. Un viento glacial se cuela en el noble edificio haciendo crujir las crujías y enervando las nervaduras. Calendura, puntualmente, da las doce y siete. Decenas de personas y otras tantas almas en pena pululan por la Plaça de Baix, envueltas en disfraces de zombis y otros derivados mortuorios. En lo alto del edificio, una luz led denota actividad nocturna en un despacho. Es la alcaldía. Y en ella, Carlos González trata de abstraerse del mundanal ruido, a tan improbables horas, para redactar un trascendental escrito. Pero con tal algarabía callejera no consigue concentrarse.

-¡Cuál gritan esos malditos! Pero mal rayo me parta si en concluyendo esta carta no pagan caros sus gritos -exclama el regidor, visiblemente contrariado-.

La primera autoridad no tiene un momento de sosiego desde que el director general de Bellas Artes le dijo que la Dama solo regresaría a Elche si se da un «acontecimiento especial» que lo justifique. «¡Ya lo tengo! El cuarto aniversario de la proclamación del primer gobierno trino, plural, participativo, transparente y sostenible», convino González consigo mismo. Y en cuanto se disponía a explicárselo por escrito al ministro de Cultura, la algazara le distrajo de su propósito. De repente, por si le faltaba algo, resuena en la plaza una fanfarria, seguida de un redoble de tamboril, que da paso a una voz como surgida de ultratumba (o del ignoto refugio del mercado):

-¡Caos! ¡Vacilaciones! ¡Mentiras! ¡Dilaciones! ¡Inactividad total! ¡Así es el licencioso concejo que gobierna esta descarriada villa!

La primera autoridad se asoma al balcón municipal y contempla atónito a un fraile, con tonsura incluida, que deambula sobre un escenario flanqueado por cuatro humeantes antorchas a los lados. «Ah -discurre el regidor-, esto debe ser un espectáculo del Festival Medieval sobre la predicación de san Vicente Ferrer en Elche» (allá por el siglo XV, para más señas). Pero afina González la visual y observa, todavía más atónito si cabe, además de alarmado, que el actor en cuestión no es Xavi Rico, afamado juglar exégeta del santo dominico, sino el mismísimo Pablo Ruz, quien imbuido hasta las cejas en el papel de Ángel del Apocalipsis, prosigue su inflamada admonición a los pecadores de la pradera.

-¡Y más os digo! Si seguís dando pábulo a quienes os arrebatan vuestras almas y vuestros votos os consumiréis en el infierno, en una oscuridad eterna y sin fútbol -reprende el predicador, apuntando con su dedo acusador hacia el balcón en el que, agazapado, hállase el alcalde-. ¡Porque consentir todos esos pecados hará que vengan pestilencias y plagas a la villa de Elche! ¡Pecados que hacen que las llamas del infierno crezcan desaforadamente para castigar a todos los ilicitanos en la otra vida!

-¡Esto no es una predicación, es burdo teatrillo político! -grita desde el público una persona disfrazada de momia (en realidad el líder del Partido de Elche, JR Pareja).

-¡Sí, de santo no tiene ni un pelo de tonsura. Mucho hablar de amar a pobres y menesterosos, y luego se opone a los óbolos tributarios para los necesitados -exclama a una joven caracterizada de bruja Curuja (aunque las gafas delatan a la portavoz socialista, Patricia Macià).

-¡Hermanos, no escuchéis las voces apóstatas y venid a mí, abrazad la fe popular verdadera! Volveréis a ser sanos y salvos, y además tendréis rebaja de tributos, un flamante mercado con parking, colegios sin barracones y banderas de España gratis -prosigue el monje, en una interpretación libre y actualizada del texto dramático de Antonio Amorós, que levanta encendidas ovaciones.

Desde el balcón consistorial, González no puede contenerse más ante lo que está observando, yérguese y declama:

-Pretendo, señor Ruz, que me deis razón/ de lo que ha pasado aquí/, o prometo ante la Constitución/ que os haré ver que no hay quien me burle a mí/. Palabras fatuas e inanes pronunciado habéis/ embozado en hábitos ficticios, no nos engañéis,/ pero a este balcón ni por asomo os asomaréis.

El público, que lo que quiere en el fondo es animación y jarana, aplaude también entusiásticamente la irrupción de esta nueva «dramatis personae». Sin embargo, el alcalde no puede continuar con su parlamento, porque oye golpes en la puerta de su despacho. Tras abrirla se da de bruces con un émulo de Freddy Kruger pero con una camiseta de franjas color naranja, quien sin darle tiempo a reaccionar, le muestra sus afiladas cuchillas dactilares y espeta:

-¿Truco o trato? ¡O rebajas el IBI y me aceptas 300 medidas para mejorar la vida de los ciudadanos y ciudadanas, o te rajo los presupuestos en tiritas más finas que el cuadro de Bansky!

-Venga, Caballero, que bastante tengo ya con el san Vicente falsario. Toma una calabaza con velita... y puerta -le responde, seco pero educado, el alcalde.

-¡Esto es una ofensa para quien va a ganar las elecciones! Esto... ¿no tendrás también unos buñuelitos? Es por no irme con las cuchillas vacías, para que no diga SergioDarling que hacemos teatro presupuestario... -reclama el enmascarado líder de Cs-.

-No. Aquí tienes unos boniatos ecológicos asados que me ha traído esta mañana Mireia...

Mientras tanto, un fenómeno terrible tiene lugar a pocos metros de allí, en el encantado edificio racionalista del mercado central. Resulta que los fotones del claro de luna, tras reaccionar con el amianto de la techumbre y la humedad reinante y, por efecto de la constante de Planck, se transforman en ondas electromagnéticas de tal magnitud que, además de poner en hora el reloj de Calendura, hacen que los esqueletos desenterrados en las catas y otros muchos que todavía estaban ocultos, comiencen a erguirse y a recomponer sus ajadas osamentas (salvo una tibia por aquí y una costillita por allá). Y armados con afilados fragmentos de cerámica tardomusulmana, emprenden el camino hacia la casa consistorial con intenciones poco amigables. Continuará...