Durante estos pasados días, toda España ha permanecido en vilo a la espera del rescate del pequeño Julen, quien desafortunadamente se precipitó dentro de uno de los demasiados sondeos ilegales deficientemente sellados que existen en nuestro país. Desgraciadamente, el final no ha sido el deseado por todos, y ahora corresponde a la justicia esclarecer esta situación y buscar responsabilidades que se deriven de este trágico suceso.

No es ni mucho menos mi intención entrar al análisis técnico de las actuaciones realizadas para su rescate. Sería muy frívolo e irresponsable por mi parte, dado que ni tengo toda la información ni posiblemente los conocimientos suficientes para hacerlo sin antes asesorarme convenientemente por expertos en este tipo de operaciones. Pero lo que sí me gustaría poner en valor es el carácter humano y humanitario de todo lo sucedido estos días, en el contexto de la planificación, organización y ejecución de una obra de ingeniería civil a contrarreloj.

Los ingenieros en general, y los ingenieros civiles, en particular, somos reconocidos por la sociedad como profesionales de prestigio, con una formación exigente que nos capacita para la realización de complejas obras de infraestructura. Pero generalmente, la sociedad se queda ahí; no suele reconocer el carácter y el impacto fuertemente social y humano que tiene nuestra actividad profesional. En concreto, me llama poderosamente la atención cómo hay jóvenes -especialmente las mujeres- que escogen mayoritariamente carreras consideradas de marcada utilidad social como Medicina, Enfermería, Psicología, Educación, Arquitectura o incluso Derecho, pero no incluyen a los estudios de Ingeniería dentro de este perfil. Especialmente destacable es este dato: en la actualidad, solo dos de cada diez de estudiantes de Ingeniería son mujeres, según la OCDE.

Sin embargo, la anterior afirmación no podía ser menos cierta: la Ingeniería es humana. Muy humana. Nuestros antepasados, los primeros ingenieros, fueron los que consiguieron que nuestra civilización haya alcanzado unas elevadas cotas de bienestar. El desarrollo de los sistemas de saneamiento salvó miles de vidas; el embalse y canalización de agua potable mejoró la salud y prosperidad de los habitantes de muchas ciudades; el desarrollo de redes de transporte mejoró el abastecimiento de bienes y servicios básicos a poblaciones desabastecidas. Y así podríamos seguir enumerando aspectos que la ingeniería aportó y sigue aportando diariamente a la sociedad. Es decir, a todas y cada una de las personas que la integran.

Puede parecer que hoy en día los anteriores problemas están ampliamente superados, pero no es así. Quedan muchas personas en este planeta esperando infraestructuras de saneamiento, abastecimiento de agua potable y electricidad, o redes de transporte que les conecten eficientemente con servicios básicos y mejoren su calidad de vida. Y por supuesto, quedan nuevos retos por afrontar y superar para seguir mejorando la vida de las personas en cualquier lugar del mundo. La ingeniería es claramente una profesión social al servicio de las personas, y los dramáticos sucesos como el acaecido estos días reafirman claramente esta vocación.

Nos siguen haciendo falta ingenieros y, especialmente, ingenieras, para lograr todo esto. Ingenieros e ingenieras muy humanos.