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Dejad en paz a nuestros hijos

Ultimamente hay quien dice, en medios de comunicación, tertulias políticas y mítines de partidos que las leyes que garantizan los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y personas trans e intersexuales existen para adoctrinar en las escuelas. Poco o nada les importa que el porcentaje de menores que sufren acoso escolar por su orientación sexual, identidad o expresión de género sea insoportable, que los insultos más repetidos en las escuelas sean «maricón», «bollera» o «travelo» y que el cuarenta por ciento de los menores LGTBI perciban sus centros de enseñanza como un lugar de exclusión en el que no solo no son felices, sino que los consideran «un infierno». No les importa nada que haya menores LGTBI que hayan intentado, una o dos veces, quitarse la vida. Los que predican esta ideología del odio asumen que la orientación sexual se puede cambiar o que la identidad de género se construye en la escuela con talleres y charlas. Que elegimos ser gais o lesbianas, bisexuales o trans como quien elige una camiseta, sujetos a una moda o la tendencia del momento. Desconocen que la orientación sexual no se modifica, al contrario: aquellos niños y niñas que son o van a ser heterosexuales tan solo aprenderán a respetar a los que no son como ellos, y aquellos que sean gais, lesbianas, trans y bisexuales encontrarán la comprensión y el respeto de sus iguales. Ignoran, de forma interesada, que si fuera posible cambiar la orientación sexual de las personas, después de todas las dificultades, odio y violencia que hemos recibido social, laboral, familiar e institucionalmente, seríamos todos heterosexuales. De ser cierta su teoría sobre el adoctrinamiento, evidentemente, no habría gais ni lesbianas. Un disparate. Pedir respeto en las aulas no es algo nuevo. Se hace con el machismo, la xenofobia o el racismo. Se hace en definitiva contra el odio, porque la escuela pública -y la privada- deben ser espacios donde el alumnado aprenda conocimientos, pero también crezca como personas. Y esta manipulación tan descarada, que ahora tiene tanto predicamento, cierra en lo político la «cultura de la violencia» que se abre en lo social y a la que por desgracia las personas LGTBI estamos tan acostumbradas. Porque quieren que dejemos en paz a sus hijos, sí, pero para que nos insulten, acosen, agredan y discriminen. Que lo bueno no es respetar, es la violencia. Y sobre todo su impunidad.

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