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La injusticia europea

La pregunta aparece puntual cada vez que llegan unas elecciones europeas. ¿Por qué una cita en la que un país se juega asuntos tan importantes despierta tan poco interés en la gente? Si estos comicios coinciden con unas generales, unas autonómicas o unas municipales, su presencia se disuelve en un mar de asuntos internos, a los que los medios de comunicación les dedican prácticamente todo el espacio. Si se celebran en solitario, se convierten en una especie de encuesta, que solo sirve para pulsar el estado de la opinión pública y para hacer previsiones para «las elecciones de verdad».

Esta situación no cambia a pesar de que la experiencia nos dice que en Europa se están tomando muchas de esas grandes decisiones que acabarán influyendo de una manera u otra sobre nuestra vida cotidiana. La mano de Bruselas está detrás de los grandes proyectos de infraestructuras, del diseño de los servicios públicos y de las estrategias de protección del medio ambiente. A pesar de eso, la Administración comunitaria se sigue contemplando como algo muy lejano y escasamente relevante. La mejor prueba de esta situación es que los propios partidos españoles utilizan los comicios europeos como una especie de fondo de compensación, al que mandan a sus elementos más incómodos o a personajes con el paso cambiado, que han quedado relegados de la primera fila política.

Ni siquiera los acontecimientos vividos durante la última gran crisis económica sirvieron para sacarnos de este enorme error de apreciación. Durante aquellos días dramáticos, vimos a numerosos gobiernos de todo el continente (incluido el nuestro) someterse al dictado de las autoridades europeas, adoptando medidas durísimas de recorte del gasto, que tuvieron una incidencia directa sobre nuestra realidad diaria y que nos dejaron muy claro que vivíamos en un mundo en el que nadie puede hacer el camino en solitario y en el que conceptos como la soberanía nacional están cada día más difuminados.

La España actual sería incomprensible sin los efectos positivos que supuso el ingreso en la Unión Europea. A lo largo de estos 33 años, los fondos comunitarios han servido para cosas tan diferentes como construir autovías, potenciar el transporte ferroviario, mejorar nuestra sanidad, hacer colegios, desarrollar acciones turísticas y armar una potente red de depuradoras de agua. Nadie pone en duda que la entrada en este gran proyecto de colaboración entre naciones ha hecho posible la modernización del país y, sin embargo, la UE se sigue viendo como un inmenso nido de burócratas inútiles pagados a precio de oro. Hay una coincidencia general a la hora de denunciar que se ha hecho muy poca pedagogía en torno a una iniciativa de inmenso calado, que ha contribuido a darle a Europa el periodo de estabilidad y de prosperidad más largo de su historia.

A lo largo de las últimas tres décadas, todos hemos asistido a la inauguración de alguna gran obra financiada con fondos comunitarios. En estas ceremonias de autocomplacencia y de promoción política, todo el protagonismo se iba para el alcalde, para el conseller o para el ministro de turno, que dedicaban el grueso de sus intervenciones a destacar su capacidad para obtener inversiones, sin hacer ni la más mínima referencia al apoyo recibido desde Europa. Esta práctica desafortunada se ha hecho habitual en un panorama político en el que sólo se juega al corto plazo y en el que nadie está dispuesto a renunciar ni a un gramo de rentabilidad. Este fenómeno también se ha producido en el sentido contrario: cada vez que un político se veía obligado a aplicar una medida especialmente impopular, recurría a las normativas europeas y las convertía en una perfecta excusa para sacarse encima parte de las responsabilidades. La aplicación sistemática de esta nefasta dinámica ha tenidos los resultados previsibles y ha acabado por convertir a Europa en un sitio del que siempre vienen cosas malas y del que nunca viene nada bueno.

Aunque todos los vientos soplen en contra, las elecciones europeas de este próximo domingo son una buena ocasión para reflexionar sobre esta enorme injusticia política. Vale la pena hacer un esfuerzo y analizar en profundidad lo que nos estamos jugando.

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