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Sin permiso

Drogas: salud y justicia

El último Informe Mundial sobre Drogas (World Drug Report), presentado por Naciones Unidas, no deja lugar a dudas: más, más y mucho más. El consumo de drogas rompe máximos históricos y se dispara el número de adictos y de muertes relacionadas con estas sustancias. Mal anda el asunto en Europa y en las Américas, pero la realidad tampoco es nada favorable en otras zonas del planeta. Era de esperar que, tarde o temprano, la globalización acabaría por llegar también a este mercado. Y con 271 millones de consumidores -nada menos que el 5,5% de la población adulta mundial-, ya me dirán si el asunto debería recibir mayor atención.

Leer el informe completo, con sus casi 400 páginas y en apenas un par de días, es misión casi imposible. Más aún cuando un servidor todavía está dándole vueltas al European Drug Report 2019, también presentado recientemente por el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías e igualmente interesante. Cuestión de hacer una lectura integrada de ambos tochos, coincidentes a la hora de reflejar una alarmante realidad. Es lamentable que el asunto genere tanta indiferencia. Pero, mientras los gobiernos sigan haciendo caso omiso al llamamiento del secretario general de la ONU, António Guterres, para que cumplan sus promesas, no queda otra que rogar una reflexión. El tema lo merece.

En esto de las políticas sociales, se asume que solo se despierta el interés de los gestores cuando se cumplen tres principios básicos: que el problema tenga una magnitud importante; que existan soluciones eficaces; y, finalmente, que no pueda atribuirse responsabilidad a quienes se beneficien de las actuaciones a emprender. El informe de Naciones Unidas refleja que el número de consumidores de drogas se ha incrementado un 30% en los últimos ocho años. Así pues, la extensión no es poca cosa. Ni que decir tiene que, en España, seguimos a la cabeza respecto a las sustancias de mayor consumo, como son el cannabis o la cocaína. Entre jóvenes y no tan jóvenes, porque en ambos grupos de edad nos salimos de la gráfica. Cierto es que el asunto viene agravándose en todo el planeta. Ahora bien, hay que ser muy necio para consolarse con este argumento, viendo la paja en el ojo ajeno y no en el propio.

Si bien el problema es grave, también las soluciones son efectivas. Todo es cuestión de ponerse a la faena. Los tratamientos son cada vez más exitosos, aunque solo cuando se basan en una evidencia científica que, por cierto, es mucha y en constante crecimiento. Otra cosa es que se apliquen -y universalicen- este tipo de intervenciones, en vez de la amplia retahíla de modelos basados en la represión y la benevolente moralina. Disponemos de investigaciones que nos recuerdan, hasta el hartazgo, que cada euro invertido en tratamiento cuadriplica el ahorro en costes sanitarios. Si hablamos de prevención, la rentabilidad llega a ser hasta 30 veces superior. Todo ello en respuesta a un problema -la adicción, que no el simple consumo- para el que habrá que seguir reclamando su condición de enfermedad. Triste es que, a estas alturas, aún haya que recordar que no hablamos de viciosos irresponsables, sino de enfermos que no siempre disfrutan del respeto a sus derechos. Maldito estigma.

Les decía que todo es ponerse manos a la obra y dejarse de tonterías. Fíjense en Islandia, donde han conseguido reducir el número de adolescentes consumidores de cannabis en un 60%, y el de fumadores de tabaco y bebedores de alcohol en más del 85%. Eso sí, no han gastado ni un céntimo en folklore y propaganda. En su lugar se han preocupado en reforzar el sistema educativo, modificar radicalmente el ocio juvenil, incrementar el tiempo de convivencia familiar e, incluso, instaurar un toque de queda -sí, como suena- para las salidas nocturnas de los menores. Por supuesto, nada de propuestas de hoy para mañana, sino bajo el paraguas de un acuerdo social y político con vistas en el medio y largo plazo. Muy lejos de los «planes», «estrategias» y demás monsergas a las que tan acostumbrados estamos por estos lares. Claro está que tanto pragmatismo solo es posible en un país un tanto peculiar, en el que se llegó a juzgar a un expresidente por la mala gestión realizada en los años de crisis económica. Pero, en fin, algo podríamos aprender de su ejemplo.

Volviendo al informe de Naciones Unidas -insisto, hay mucho que reflexionar-, llaman la atención dos circunstancias de especial relevancia para la sociedad occidental. Los opiáceos vuelven y lo hacen con fuerza. Eso sí, ya no se trata de la maldita heroína sino de esos milagrosos fármacos analgésicos que han generado una de las mayores catástrofes humanitarias? ¡en Estados Unidos! Ojo que, detrás de estos medicamentos subyacen los intereses de determinadas empresas farmacéuticas. Solo en el año 2017, casi 50.000 estadounidenses fallecieron por sobredosis de opiáceos; una tercera parte, por causa de estos medicamentos. El asunto es de tal gravedad que las sanciones multimillonarias han llevado al borde de la quiebra a algún laboratorio. Insisto en que, como cualquier otro mercado, éste también está globalizado.

Si la vuelta de los opiáceos es preocupante, aún lo es más la extensión del uso del cannabis y sus derivados. Y cuidado con los cannabinoides sintéticos, que por ahí nos están colando un gol por toda la escuadra. Con 188 millones de consumidores, la droga ilícita más extendida genera un grave problema sanitario y social, pero también un negocio -ahora lícito en algunos países, pero no por ello menos dañino- de beneficios sin precedentes. El informe de Naciones Unidas aporta los primeros datos que evalúan la experiencia legalizadora norteamericana. Ojo, que no se trata del consumo terapéutico, sino de la venta para el uso recreacional. En Colorado, uno de los dos primeros Estados que legalizó este tipo de comercio, el consumo se ha elevado en un nada despreciable 56%, en apenas tres años. Nada que ver con los buenos augurios que utilizan quienes defienden la venta libre de cannabis. Habrá que insistir en que una cosa es regular y otra, bien distinta y ya con evidencia de daño social e individual, es legalizar. No es lo mismo.

El escenario que describe el World Drug Report coincide con la situación actual de Canadá, tercer país que legalizó la venta con fines recreativos. El propio gobierno de Justin Trudeau ha acabado por reconocer que, transcurridos los primeros seis meses de la legalización, los nuevos consumidores se han incrementado por encima de lo registrado en años anteriores. Una circunstancia que no se observó cuando se aprobó la venta de cannabis con fines exclusivamente medicinales. Tampoco la legalización ha servido mucho para frenar el tráfico ilegal, que apenas ha descendido en un 10%. En realidad, lo único que ha mejorado es la capitalización bursátil del Marijuana Index. Es curioso que pocos recuerden ya la experiencia inicial de Uruguay, menos contaminada de intereses económicos. Cochino dinero.

Por cierto, el lema del Día Mundial contra las Drogas de este año es «Salud y justicia». Muy apropiado, aunque pocos se hayan enterado de qué va esta vaina.

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