Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Toneladas de estereotipos

En la primavera de 1974, cuando Roland Barthes y otros intelectuales franceses visitaban la China de Mao -invitados por el gobierno comunista chino-, el programa oficial incluía una serie de visitas a las fábricas más importantes, donde un obediente funcionario se ponía a ensalzar los logros de la Revolución Cultural y del socialismo en versión "pensamiento Mao Zedong". El pobre Barthes, que era un pequeño burgués homosexual que odiaba las patrañas ideológicas y que sólo disfrutaba leyendo a Proust y a Flaubert -pero que se había dejado embaucar por la moda intelectual del maoísmo porque era lo que estaba vigente entre los círculos intelectuales de su época-, anotó resignado en su diario que todos aquellos discursos no eran más que "toneladas de bloques de hormigón fabricadas con estereotipos".

Tengo la impresión de que casi cincuenta años más tarde, volvemos a vivir sepultados por esas toneladas de hormigón fabricadas con estereotipos ideológicos. Estos días es casi un tópico decir que vivimos en plena resurrección del franquismo, o que nuestro Estado de derecho es una patraña porque no fue más que el resultado de una componenda franquista en los tiempos de la Transición. Y hay gente que señala la exhumación de Franco en el Valle de los Caídos como si fuera una apología del dictador y un entierro de Estado. En realidad es justo lo contrario: el final decoroso que se le debía dar a una figura política indigna de estar enterrada en un lugar público. En realidad, esa exhumación supone el final de lo poco que quedaba entre nosotros de franquismo residual, pero los charlatanes partidarios de las "toneladas de bloques de hormigón fabricadas con estereotipos" lo han interpretado justo como lo contrario. En el acto no hubo más asistentes que unos pocos familiares -que parecían sacados de las pinturas negras de Goya-, y unos doscientos o trescientos franquistas que parecían sacados de un frenopático (o de una serie satírica de televisión dirigida por un discípulo del primer Almodóvar). Para que no faltara de nada, había hasta un chino medio zumbado soltando sus toneladas de estereotipos (esta vez franquistas). Pero eso era todo. No hubo multitudes, no hubo concentraciones, no hubo cánticos ni disturbios. En cualquier pueblo, el entierro del boticario o del médico o de la maestra congrega a mucha más gente que la que anteayer estuvo en el Valle de los Caídos.

Sin embargo, hay gente empeñada en repetir una y otra vez que vivimos en un país franquista gobernado por franquistas. Es asombroso. Y encima lo dice gente que nació cuando Franco ya había muerto y que no tienen ni idea de lo que es una dictadura como fue la franquista. Gente que jamás ha tenido problemas en decir lo que opina, gente que jamás ha tenido que pedir permiso para publicar un artículo o un libro -otra cosa es que se lo paguen medianamente bien-, gente que no ha tenido que sufrir censuras de ningún tipo -salvo casos flagrantes de delitos-, gritan ahora que vivimos en un sarcófago colectivo lleno de curas y beatas y militarotes corruptos. Gente que puede cerrar a su antojo una universidad o cortar una carretera, gente que puede expresarse libremente en muchas cadenas de televisión pagadas con dinero público, gente que dispone de medios de comunicación y editoriales y revistas online, nos dice ahora que todo nuestro ordenamiento jurídico no es más que una burda dictadura encubierta controlada por una pandilla de mafiosos. Asombroso.

Esta misma semana, una escritora que dice estar encantada con los incendios callejeros de los disturbios de Barcelona ha ganado el Premio Nacional de Narrativa. El año pasado, Antònia Vicens -que no oculta sus ideas independentistas- ganó el Premio Nacional de Poesía. Me parece estupendo, y si estoy orgulloso de vivir en este país, es justamente porque premia a escritores díscolos que ponen en cuestión su ordenamiento jurídico o que se permiten hacer críticas despiadadas contra sus gobernantes. Ahora bien, me pregunto si en una hipotética República Catalana habría la posibilidad de que un escritor o una poeta de ideas antinacionalistas ganara alguna vez un premio nacional. Y me pregunto también si en un mundo dominado por los antisistema que montan barricadas y queman contenedores, suponiendo que alguna vez se instituyera un premio de narrativa -premiado con varios sacos de algarrobas ecológicas y una visita a una cooperativa de mujeres en Somalia-, se otorgaría el premio a un buen burgués como Roland Barthes, tan partidario del hedonismo y de las vetustas cafeterías con camareros de mandil largo, tan quisquilloso con los delirios ideológicos, y sobre todo, tan enemigo de las toneladas de bloques de hormigón fabricadas con estereotipos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats