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Javier Llopis

Crónicas del apretón

Esta exhibición salvaje de pirotecnia verbal arranca de una previsión política prácticamente incuestionable: en caso de celebrarse unas nuevas elecciones generales, la derecha (entendida como una UTE formada por PP, Vox y Ciudadanos) arrasaría y dejaría a la izquierda hundida en una crisis de identidad, que podría prolongarse durante décadas. A partir de ahí, se trata de apretar 24 horas al día y siete días a la semana y de sacar a pasear la más exhaustiva selección de adjetivos catastrofistas hasta convertir las páginas de los periódicos y las tertulias de la tele en un paisaje bélico que nos ponga a todos los pelos de punta.

Fracasados los intentos de frustrar el pacto entre el PSOE y Podemos, el conservadurismo español ha centrado todas sus energías en impedir cualquier tipo de acuerdo entre los socialistas y el nacionalismo independentista catalán. El argumento básico de esta ofensiva es un razonamiento primario y potente: Pedro Sánchez es un vendepatrias inmoral, capaz de regalar España a los catalanes con tal de mantenerse en la Presidencia del Gobierno. Una vez fijados estos «sólidos» planteamientos ideológicos, lo único que hay que hacer es insistir y repetir esta letanía simplista por tierra, mar y aire, hasta conseguir fijarla en amplios sectores de la opinión pública para que los socialistas vean el terreno de juego reducido y no tengan más remedio que arrojar la toalla y suicidarse políticamente con la convocatoria de unos nuevos comicios.

Algún día se estudiará esta campaña en las facultades de Periodismo; algún día se escribirán tesis doctorales sobre la virulencia extrema de una operación mediática, cuyo objetivo es limitar al máximo el legítimo margen de maniobra que ofrecían los resultados electorales del pasado 10 de noviembre. Ahora o nunca, hay poco tiempo y no son aconsejables los remilgos. Cualquier material vale para coger el rábano periodístico por las hojas y para criminalizar el derecho a negociar que asiste a todas las fuerzas políticas legales. Fotografías sacadas de contexto, declaraciones públicas, tuits, reuniones, anécdotas de tercera, meteduras de pata y gestos casuales sirven para descalificar al enemigo y para cargar de significados un mensaje monolítico y sin matices: los socialistas están chalaneando con la unidad de España y acabarán bajándose los pantalones ante el independentismo, hasta transformarnos en versión moderna de la extinta Yugoslavia.

En el trasfondo último de este gigantesco montaje hay una verdad más que cuestionable. Según los pilotos de esta ofensiva despiadada, el problema catalán solo se puede solucionar desde los planteamientos de dureza que ofrece la derecha. Cualquier propuesta alternativa, que pase por el acercamiento de posturas o por el consenso, será acusada inmediatamente de debilidad y se verá excluida del debate político, aunque haya que aplicar los métodos más brutales y más sucios para descalificarla.

Situados ante esta afirmación, conviene tener memoria y recordar que los problemas con Cataluña se dispararon y alcanzaron sus momentos más complicados durante la etapa del Partido Popular en la Moncloa. Lejos de solucionar el contencioso, los gobiernos de Mariano Rajoy le echaron más leña al fuego y contribuyeron a colocar el conflicto territorial en un punto de muy difícil retorno. Fue una combinación de incompetencia política y de falta de reflejos, cuyos nefastos resultados estamos pagando todos.

Los durísimos ataques contra los intentos de Pedro Sánchez de llegar a acuerdos con el independentismo catalán son un intento interesado de vendernos una mercancía política averiada. Sus impulsores intentan convencernos de que por algún extraño milagro de la política, la misma receta que les falló estrepitosamente a ellos hace dos en Cataluña funcionará ahora con la efectividad de un reloj suizo.

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