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La andanada

Miren por dónde... Bergamín

Cómo será la vida y qué cosas tendrá la teoría del caos, desocupado lector que dedicas con tanta benevolencia tu tiempo a leer estas líneas. Cómo será la vida digo, y el caos mismo, para que de pronto se den las combinaciones telúricas precisas que llevan a converger en un mismo espacio y tiempo «Operación Triunfo», Estrella Morente, Maialen y José Bergamín. Ni planeado a propósito se podría haber fantaseado con tan singular vórtice ciclónico.

Imagino que ya a estas alturas habrán leído mucho acerca de los injuriosos calificativos contra los aficionados a los toros espetados por ese «cráneo previlegiado» que es la tal Maialen y de los que ya hablamos aquí (gilipollas, nazis, psicópatas y tal), y a buen seguro también de esa salida genial de Estrella Morente el pasado domingo al incluir unos versos de José Bergamín como introito a una versión del Volver gardeliano en los que el poeta decía aquello de «Ni el torero mata al toro / ni el toro mata al torero. / Los dos se juegan la vida / al mismo azaroso juego». ¡Anatema! ¡Alguien citando poesía! ¡Más anatema! ¡Una artista citando poesía taurina! Las redes, esa horda de justicieros morales con el tuit cargado para lanzarlo ante cualquier mínimo atisbo de libertad, no tardaron en poner fina a la cantante granadina. Y los taurinos, en convertirla en la mayor defensora de la causa torera. Menos mal que Rosa Belmonte nos recordaba que la propia hija de Enrique Morente había desestimado algunas coplas, como Capote de grana y oro, para su último trabajo precisamente por sus connotaciones taurinas. Qué manía con creer que los buenos son muy buenos y los malos llevan rabo y huelen a azufre.

Hay que ver qué bocanada de libertad le viene a uno a la memoria (será la vejez, que va llegando) cuando recuerda aquellos años en que convivían perfectamente los agudos de Ana Torroja interpretando La Fiesta Nacional de Mecano, con claras alusiones contra el toreo, junto a las letras taurinísimas de Gabinete Caligari, como aquella de La culpa fue del cha cha cha, donde aparecían términos como verónica, quite, revolcón, brava, querencia, puyazos, embestir... con toda naturalidad y hasta gracejo. Hoy no sería posible, eso está claro. El moderno animalismo que atrofia gran parte de las sesudas mentes que se permiten gritar e insultar bajo el abrigo del anonimato y la bellaquía de una red social trinaría su analfabetismo y hablaría de protección animal y colectivos ofendidos, como poco. Esta es la sociedad a la que hemos venido a parar. Es decir, la que conoce perfectamente quién es Maialen, pero desdeña toda una carrera como la de Estrella Morente y ni se preocupa en conocer qué hay detrás de ese apellido tan sonoro, Bergamín.

Miren por dónde... Bergamín. Al arriba firmante le supuso una auténtica aparición la obra del poeta enterrado en Hondarribia, pues quizá muchos desconozcan ese final tan abertzale del poeta que compartió generación y pasiones con aquellos escritores del 27. Porque Bergamín resulta, a los ojos de la modernidad, una contradicción constante que no podría vivir en un mundo tan cainita como el que sufrimos hoy. Republicano hasta la médula, presidió la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la Guerra Civil y su memoria ha vivido con el lastre de haber asumido muertes del otro bando en el conocido como «Terror Rojo» en aquel Madrid, aunque tampoco haya pruebas concluyentes al respecto. Como contrapunto a sus inclinaciones comunistas, profesó una religiosidad profunda y densa, claramente palpable en su obra en verso. Exiliado y regresado dos veces, sus últimos años más cercanos a la causa de Euskal Herria no fueron sino el reflejo de su profundo dolor por España. Paradójica también su visión taurina: fan de Joselito, le dedicó El Arte de Birlibirloque, pero acabó cayendo en el arte de Juan Belmonte. Y Rafael de Paula, con su «música callada del toreo», nuestra debilidad en común. Hoy harían suyos muchos de sus versos y aforismos a derecha e izquierda del lodazal político y hasta taurino, pero a ambos lados acabarían renegando de él. Por eso es un artista y un personaje apasionante. En «OT», miren por dónde... Bergamín.

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