El coronavirus no es cosa de broma. Recuerda aquellas plagas de Egipto que nos contaban de niños y que a mi me ponían los pelos de punta. Cuando no eran moscas, eran langostas, piojos, tinieblas o úlceras. Sin embargo a nosotros nos ha costado creernos que pasaba algo serio. Hace unos meses China se veía tan lejos?Y quizás por falta de experiencia en estas lides, no pensábamos que las noticias que venían de allá se convirtieran tan rápidamente en los hechos cercanos y terribles que estamos viviendo.

Una de las características del coronavirus no tan nombrada es que, además de ser voraz y veloz, es «demócrata». No hay quien se libre de la posibilidad de ser atacado, da igual ser albañil, maestra, peluquero o ministra. La fragilidad es algo común a todos y lo estamos comprobando a diario con esta realidad que nos hermana y nos hace ver que somos gente entre la gente, que pertenecemos al género humano con nuestras fuerzas y nuestras debilidades. Me acuerdo que en un proyecto de arte sobre las Meninas mis alumnos se extrañaron al saber que los hijos de Felipe IV y Mariana de Austria se morían en sus primeros años de vida, como los hijos de tantas familias de aquella época. «-¿Cómo es que murió Baltasar Carlos a los cinco años si sus padres eran reyes?», decía con asombro una niña. Me costó explicarles la universalidad de nuestro desvalimiento.

El coronavirus sigue haciendo estragos, pero nos ha puesto a pensar, a preocuparnos por nuestros mayores, por nuestros pequeños, y por las demás personas, a valorar la vida, el tiempo, la compañía, las casas, los cuidados, la calma. También nos ha llamado a hacer sitio a la realidad, a la frustración, al dolor, a la pérdida. Y aunque esto no sea cómodo ni «perfecto», (como se dice ahora), nos hace tocar tierra, mirar adentro y alrededor, y sentirnos más humanos.

A pesar de estas palabras, no me adhiero a la idea de «buscar lo positivo» a ultranza, porque creo que esto de positivo no tiene absolutamente nada, pero sí quiero decir que intuyo que este desastre que se nos ha colado en los cuerpos y en las almas, puede inyectarnos cierta dosis de humildad y de aceptación de las desgracias, y puede ayudarnos a atemperar el desespero del sufrimiento, la incertidumbre y la impotencia.

Parar la actividad vertiginosa en la que nos movemos habitualmente no es tan malo, continuar corriendo sin saber hacia dónde vamos ni por qué, seguramente es peor. Cuidarnos y cuidar a otros no es tan malo, exponernos al coronavirus sin sentido ninguno, seguramente es peor. Estar con la familia no es tan malo, vivir en familia sin dedicar tiempo a las relaciones y la comunicación, seguramente es peor. Quedarse en casa no es tan malo, morirse sin duda es peor.

Pero nos cuesta dejar a un lado el placer e incluir en nuestras vidas una mínima tolerancia a la frustración. Nos cuesta renunciar a nuestra libertad de movimientos y aceptar quedarnos quietos por un tiempo. Nos cuesta expresar nuestros sentimientos: el miedo a enfermar, la angustia de no poder parar esta situación aplastante, el pánico a que nuestra familia quede afectada por la enfermedad.

Están surgiendo teorías que hablan de la autorregulación del mundo, que cada tanto se arma una catástrofe que reduce la cantidad de personas que lo habitamos. Otras hablan del castigo, diciendo que como no cuidamos el planeta, ha sobrevenido este virus para hacernos cambiar. También hay teorías conspiratorias que hablan de que algunos han fabricado armas biológicas para hacerse con el poder.

A mi me parece que esta es una de esas desgracias que sacuden de vez en cuando el bienestar y nos recuerdan que somos personas y como tales vivimos un poco a la intemperie, sin garantías, en precario. Y que la cuestión estaría en hacer frente a esta desgracia desde la seguridad de que el esfuerzo del conjunto de las personas conseguirá darle la vuelta a la situación. De hecho los que ya han podido respirar después del susto inicial y han empezado a encajar este golpe, se van sintiendo capaces de inventar nuevas formas de transitar este paréntesis aciago.

Unos optan por el humor, otros proponen el juego, la comunicación, la música, el arte, el relato, la cocina, el aprendizaje, los videos, el cine? Caminos creativos que nos mantienen ligados al placer, a la esperanza, a la cultura y a los demás. Caminos individuales y colectivos. Caminos que nos contienen y nos protegen del desánimo, la tristeza o el miedo. Caminos a los que estamos invitados y que nos convendría recorrer mientras logramos que vengan tiempos mejores.

Si pensamos en nuestros niños, lo importante será que en cada casa se les transmita estos días toda la calma, confianza y seguridad que se puedan conseguir. También será conveniente no exponerles a las informaciones exhaustivas de los medios, sino explicarles con palabras cuidadas y medidas lo que ocurre sin que lleguen a asustarse. Y, por supuesto, será necesario no dejarlos a merced de las pantallas, sino estar con ellos jugando, contándoles cuentos, charlando, dibujando, escribiendo, cosiendo, cocinando, haciendo fotos, etc. Así lograremos que este sea un tiempo ganado a la relación y una rica oportunidad para todos. ¡Qué mejor ejemplo que ellos vean que los adultos encaramos con valentía y creatividad las dificultades!

Os deseo ánimo, cuidados y esperanza.