Creo que estarán conmigo, hablando desde el más profundo y sentido de los confinamientos, que están de plena actualidad los manuales de resistencia y resiliencia. Ahora, más que nunca, nos encontramos con la pre-verdad de que resistir es algo impuesto circunstancialmente, espero, y tener resiliencia es algo imprescindible.

Supongo que ni el mismísimo señor presidente del Gobierno de España, don Pedro Sánchez, podría haber sospechado, cuando escribía su Manual de Resistencia, que entraríamos en este estado de desesperación nacional con un enemigo insospechado y ridículamente pequeño que podría alterar su sólida resistencia. Lo que espero y deseo es que se cumpla la máxima que él mismo describe en su prólogo, que la democracia siempre vence al miedo (irracional).

En estos momentos, el miedo de los españoles no pienso que sea muy irracional, al contrario, lo estamos racionalizando día tras día para enfrentarnos a un enemigo que jamás hubiéramos soñado ni en nuestras peores pesadillas. Si al confinamiento le sumamos otros miedos, como la limitación de libertades civiles o el espantoso quebranto económico al que estamos irremisiblemente abocados, tenemos que alcanzar una confianza ciega en la fortaleza del sistema democrático.

El periodo de confinamiento nos está demostrando a la gran mayoría de los ciudadanos de este país, que contamos con una alta resiliencia, porque después de pasar una crisis económica devastadora y afrontar una crisis institucional y política de una dimensión estratosférica, seguimos confiando en el sistema y somos más solidarios que nunca, o por lo menos, ese es el mantra que se nos inculca a diario, y machaconamente, desde los diferentes medios de comunicación.

La gran paradoja de una pandemia que aísla a los seres humanos para evitar el contagio, puede estar agazapada en las posibles consecuencias. Evitamos la trasmisión del virus, pero aumentamos la posibilidad de enfermar por reacción a las medidas impuestas. Bajan nuestras defensas psicológicas, sociales y económicas, pudiendo derivar fácilmente en un desajuste psicosocial y económico de proporciones impensables.

A día de hoy, todos estamos deseando que pase este delirio y todo vuelva a la situación anterior, pero la probabilidad de entrar en una nueva realidad es cada vez más alta, lo que hace crecer la incertidumbre, el miedo y la angustia. La resistencia tiene un límite que no sabemos dónde se encuentra y la resiliencia se puede mantener activa, pero no de forma indefinida. Acabar con el virus es algo perentorio, pero sin destruir todo el acervo social, cultural y económico con el que contábamos. En esta fina línea roja es donde se encuentra el buen hacer de un estadista, lo demás son meras demagogias.