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Esperando a Godot

El jardín inglés

Hace ya muchos años que existía la tendencia de peatonalizar, o al menos dar preferencia a los peatones, en grandes espacios urbanos de la principales ciudades europeas y españolas. Pero la eclosión de la epidemia de covid 19 ha hecho que ese proceso se acelere. Por poner un ejemplo significativo, al ser una de las grandes urbes de nuestro continente más afectadas por el virus, Milán se está reinventando para poder retomar la actividad habitual de la forma más segura posible. La capital de Lombardía goza de una magnífica red de transporte público, especialmente de metro y tranvía. Pero los gobiernos municipales de Italia, y el de Milán no es una excepción, saben que los hábitos de desplazamiento tienen que cambiar; está claro que la movilidad pública supone un vector de trasmisión de la enfermedad si se abarrota. Por ese motivo, el alcalde de Milán planea reducir la capacidad del metro en su ciudad a menos de dos tercios de lo que era habitual, pasando del millón cuatrocientos mil pasajeros diarios a una media de cuatrocientos mil.

El problema que se plantea en este escenario es cómo van a desplazarse por las ciudades sus habitantes ahora. Retomando el ejemplo italiano, un 55% de los milaneses usaban el transporte público para acudir a su trabajo antes de la pandemia. Resulta evidente que toda esa masa poblacional no se puede desplazar en vehículo particular. Sencillamente no habría suficiente sitio por donde circular ni para aparcar todos esos coches. Por lo tanto, Milán, y muchas otras ciudades, están volviendo su mirada hacia los desplazamientos a pie o en bicicleta, remodelando su zona centro y sus regulaciones en materia de circulación para darle más espacios y prioridad a los peatones y a los ciclistas.

Elche, aunque no tengamos conciencia de ello, en parte por nuestra secular mentalidad pueblerina, en parte por el ninguneo al que todas las administraciones nos someten, es una de las grandes ciudades españolas, por lo que no puede ser ajena a este cambio de paradigma que se está produciendo. Por eso hay cuestiones, como la peatonalización del centro de la ciudad, e incluso de otras zonas con una actividad comercial significativa, como la zona de la Avenida de Novelda, los aledaños de las Plazas de Madrid y Barcelona, Altabix, e incluso los núcleos urbanos de las partidas más populosas, que no admite discusión en el fondo, aunque quizás sí en la forma.

El pasado día diez de julio, la Junta de Gobierno del Ayuntamiento aprobó la adjudicación de las obras de peatonalización de la Corredera y la Plaça de Baix a la empresa Los Serranos, por un importe de 542.700 euros. Nada que objetar al respecto, pues iría en contra de toda la argumentación desplegada en los párrafos anteriores. Sin embargo hay dos cuestiones que creo, modestamente, que se deberían haber tenido en cuenta antes de acometer esta inversión: la primera, despejar definitivamente, en un sentido u otro, el futuro del Mercado Central, pues la peatonalización de la Corredera era parte de ese proyecto. La segunda, un estudio profundo sobre la repercusión que esa peatonalización va a tener sobre el comercio de la zona, el ocio y el tráfico rodado en una ciudad dividida en dos por el cauce del río Vinalopó.

En cuanto a la cuestión del Mercado, como ya se ha comentado en esta sección, el alcalde no acaba de tomar una decisión; para estudiar las consecuencias de la peatonalización, habría bastado con seguir la teoría de un buen amigo mío: hacerlo al estilo que utilizan los ingleses para trazar los senderos de los parques públicos.

Seguramente habrán oído hablar de los famosos jardines ingleses. El concepto de «jardín inglés» surgió durante el siglo XVIII, como una contraposición radical al estilo de jardín que se había dado hasta entonces. En aquella época se cambió la tendencia que se había dado, al gusto francés y versallesco, de jardines simétricos y monumentales, para introducir un estilo más libre, más irregular, más natural en definitiva. Esta innovación introducida por los jardineros ingleses cambió para siempre la forma de concebir estos espacios, convirtiéndolos en pequeñas parcelas de la naturaleza en las casas particulares.

La belleza de los jardines ingleses tiene un encanto que no ha pasado desapercibido a los artistas y son muchas también las obras literarias en las que tienen un papel significativo. Por citar sólo algunas de ellas, de autores anglosajones como los jardines, podríamos mencionar El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, o La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde.

Pero, retomando el sendero que abandoné hace tres párrafos, les decía que este buen amigo mío tiene la teoría de que la peatonalización del centro de Elche se debería diseñar siguiendo el ejemplo de los caminos que atraviesan los parques ingleses. Según él, que es una persona muy viajada, en los parques ingleses no se delimitan las sendas hasta que llevan un año abiertos. Durante ese tiempo, los viandantes que los atraviesan van hollando el césped, y es siguiendo esas marcas dejadas por las pisadas por donde se establecen las veredas, sabiendo que son los itinerarios preferidos por los ciudadanos para ir de un punto a otro.

No hubiera sido descabellado, desde luego, hacer lo mismo con la peatonalización. Bastaría delimitar la zona con unos bolardos retráctiles, al estilo de los que existen en muchas ciudades, y esperar un año para comprobar el resultado. Transcurrido ese tiempo, si el experimento resultara positivo, se podría acometer una actuación más profunda para elevar a definitiva la transformación. Claro que, como dijo la ínclita Carmen Calvo, «El dinero público no es de nadie», así que ¡Adelante con los faroles, que atrás vienen los cargadores!

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