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Bartolomé Pérez Gálvez

Promover la salud mental

Que la salud mental seguirá siendo la cenicienta del sistema sanitario, no es ninguna novedad. Si los gobiernos conservadores hacen poco por mejorar la situación, los supuestos progresistas tampoco destacan a la hora de alcanzar la igualdad asistencial. Es un mal endémico que, independientemente del color de los gobernantes, se mantiene con el paso de los años. Aquí y allá, por supuesto, que poco importa la descentralización del Estado cuando se trata de hablar de este asunto. Inmersos en este olvido ya histórico, llegarán de nuevo los lamentos. No, no estamos preparados para afrontar el caos sanitario y social al que nos está llevando esta dichosa pandemia. Cuando menos, no en cuanto a la salud mental de la población se refiere.

A la vista de los estudios que se han ido publicando en distintas revistas científicas, la situación está fea. Empiezan a conocerse datos relativos a cómo está afectando la pandemia a la salud mental de los españoles. No se trata ya de previsiones, sino de cifras concretas procedentes de la avalancha de investigaciones desarrolladas en los últimos meses. Obviamente, los resultados obtenidos no son nada halagüeños. Lástima que este tipo de estudios tengan escasa repercusión en los medios de comunicación porque, de no ser así, la percepción del problema sería bien distinta entre la población. De poco sirve tanto esfuerzo por investigar cuando los resultados no se trasladan a los tomadores de decisiones y se materializan en acciones basadas en la evidencia. Razones hay para hacerlo.

Al inicio de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advertía sobre las consecuencias que eran previsibles en relación a cómo afectaría esta situación en la salud mental de la población. Como resultado directo de los distintos factores de riesgo que conlleva esta crisis epidemiológica y social, se preveía un espectacular incremento de los trastornos depresivos y de ansiedad. Así ha sido y todos los estudios publicados coinciden en los resultados iniciales que se observaron en las primeras investigaciones realizadas en China. En nuestro país, nada menos que uno de cada cuatro españoles presentaba un cuadro depresivo en las primeras semanas de la pandemia. De igual modo, los trastornos de ansiedad estaban presentes en el 22% y hasta un 16% podría llegar a ser diagnosticado de un Trastorno por Estrés Postraumático. Unas prevalencias que llegan a multiplicar por cuatro las consideradas como habituales por estas tierras.

Como era lógico esperar, determinados colectivos están sufriendo con mayor severidad las consecuencias psicológicas de la pandemia. En nuestro país, el 35% de los médicos han llegado a presentar una depresión, en mayor o menor grado, desde el inicio de la crisis producida por el SARS-Cov-2. Los resultados aún son considerablemente más alarmantes entre los profesionales de enfermería que, sin duda alguna, constituye el grupo más castigado. En este colectivo, la presencia de trastornos de ansiedad y la depresión no solo son más habituales, sino también considerablemente más graves. Los datos son alarmantes y ponen en tela de juicio la ausencia de actuaciones de protección entre el personal sanitario. Como consecuencia de esta falta de medios, llegamos a la segunda ola de la pandemia con una población severamente afectada y un colectivo de profesionales sanitarios seriamente mermado en relación a su salud mental.

Si nuestro país destaca por su deficiente gestión de la pandemia, también salimos mal parados a la hora de prevenir y tratar sus consecuencias en la salud mental. Poca atención se ha prestado a las recomendaciones que ofrecieron organismos internacionales como la OMS o Naciones Unidas. La respuesta de la administración sanitaria apenas ha consistido en contadas aportaciones de personal y las habituales buenas intenciones. De hecho, seguimos en la cola de Europa en cuanto al número de profesionales en el sistema sanitario. Sin embargo, aún hay tiempo para rectificar e intentar contrarrestar los daños que caben esperar de una crisis que se prevé aún larga.

Al margen de reclamar más recursos humanos -siempre es conveniente, por supuesto- es el momento de priorizar la promoción de la salud mental. El contexto es propicio para ello. Se trata de capacitar a la población para afrontar la crisis y prevenir la enfermedad; no tanto de mantener una postura pasiva en espera de que esta aparezca. Las investigaciones coinciden en señalar aspectos sobre los que es posible influir de manera casi inmediata y, de este modo, disminuir riesgos. Y cuando los costes adquieren especial importancia, es conveniente recordar que la promoción de la salud mental y la prevención de este tipo de patologías conlleva un gasto considerablemente inferior al asistencial. Eso sí, exige un cambio de paradigma desde una visión centrada en la asistencia y poco atenta a contrarrestar los factores de riesgo.

Se han identificado colectivos especialmente vulnerables. Variables como el género, la edad, la protección ante el contagio o la información recibida, han evidenciado especial incidencia en los estudios publicados hasta la fecha. Conscientes de que entre las mujeres existe mayor riesgo de afectación psicológica por la pandemia, se hace imprescindible priorizar su atención y dotar de un enfoque de género real a las políticas preventivas y asistenciales. Los jóvenes -curiosamente, no tanto los mayores- han demostrado un riesgo superior, tanto a los efectos psicológicos de la crisis de la COVID-19 como a otras consecuencias derivadas de ésta, como el consumo problemático de alcohol y otras drogas. De igual modo, la inseguridad y estrés que produce la insuficiente protección física contra el virus se presenta como otro factor de riesgo de relativa fácil solución y bajo coste. Y qué decir del cuidado en la información relacionada con la pandemia, tan confusa desde sus fuentes oficiales y permisiva con los discursos negacionistas. Factores, todos ellos, de bajo coste y enorme repercusión en la prevención de las patologías mentales asociadas a la situación que vivimos.

Cuando esto acabe, recordemos la deuda pendiente con la salud mental o nos pasará factura. No lo duden.

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