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Esto no es un cuaderno

Gaspar Macià

Ante todo, mucha calma

«La felicidad consiste en saber unir el final con el principio».

Pitágoras (582 a.C.-496 a.C.), filósofo y matemático griego.

Mucha calma es lo que se requiere en este inicio de curso. La situación no está tan mal como parece, por la sencilla razón de que podría estar peor de lo que aparenta. De acuerdo, ha sido un verano extraño. Extraño y raro, raro, raro... Algún segmento de la población opinará incluso que más que raro ha sido heteróclito, como consecuencia probablemente de una hipersaturación de telediarios y redes sociales, agravada con una sobredosis de opiniones de expertos con y sin cualificación académico-científica. Un bombardeo insoportable para cualquier sistema límbico sensible, como ya advirtió el preclaro Heinrich Wilhelm Gottfried von Waldeyer-Hartz, padre putativo de la teoría neuronal (con permiso de Ramón y Cajal).

Es harto difícil mantener la calma cuando seguimos como seguimos inmersos hasta las cejas en la pandemia, con las agobiantes mascarillas, el pringoso gel hidroalcohólico, el obsesivo lavado de manos, la desesperante distancia social, los hirientes partes diarios de casuística y la rediviva bronca política nacional. Nada que no temiéramos ya hace un par de meses. Pero, aún así, hay que mantener la calma (con ayuda de infusiones de tila y valeriana, si se prefiere) y encarar lo que viene con determinación.

Como han hecho el alcalde y el bipartito socialcompromisario, que han comenzado el curso calmados pero enchufados, congregados en cónclave en el centro de congresos para poner en común el plan de trabajo anual. Allí estaban todos y todas, guardando los preceptivos protocolos higiénico-sanitarios (nada de besos ni abrazos, distancia interpersonal y política cuando fuere requerida, y mascarillas, muy adecuadas para disimular inoportunas sonrisas sardónicas y/o muecas desaprobativas), cuando Carlos González puso sobre la mesa una carpeta de esas de cartón azul, ajada, descolorida y con las gomas demasiado dadas de sí. En la cubierta, el título impreso de «Proyectos del Gobierno de Progreso», al que se había añadido, a mano, «y Sostenible». Debajo, el guarismo 2015-16 tachado con un rotulador negro de trazo grueso. Seguían, en orden descendente, también atravesados por sendas rayas, 2016-17, 2017-18, 2018-19, 2019-20, hasta el último, ya en el límite inferior, 2020-21, sin mácula alguna y resaltado con rotulador fosforito.

El alcalde abrió la carpeta y extendió sobre la mesa un cúmulo de planos y documentos municipales de todo tipo, condición y tamaño, la mayoría con tonalidades amarillentas que denotaban la huella del tiempo, y no pocos de ellos con rasgaduras toscamente reparadas con fixo, seco y levantado en algunos casos. Cuánto por hacer y solo tres años de mandato por delante, pensó para sí González. «Esto va a requerir, sin duda alguna, que continúe mi incansable labor otra legislatura más», siguió reflexionando en tono más introspectivo aún si cabe. Así que exhortó a todos y todas los concejales y las concejalas a emplearse a fondo para doblegar la pandemia y propagar la buena nueva de que el bipartito, por fin, responde ya con hechos y no con promesas. Y encima, sin subir los impuestos ni las tasas. Albricias.

En efecto, Carlos González comienza el curso con ímpetu, animado por la visión que contempla desde el balcón de su despacho. Mira hacia abajo y se deleita con los trabajos de transformación de la plaza; mira hacia arriba y se recrea la vista con los andamios de la restauración de Calendura. Y si se ve necesitado de un estímulo aún mayor, se encarama a lo alto de la torre del Consell y queda embelesado con las innumerables obras que salpican la geografía urbana y las pedanías... Un albañil que trabaja en un edificio de enfrente asegura que incluso vio al alcalde levitar hasta una altura de unos dos metros, de tanto extasiarse con esas visiones.

Es tal el subidón que experimenta nuestra primera autoridad que hasta ha anunciado solemnemente que, sí o sí, este curso echa abajo (con una ayudita de Costas) el hotel de Arenales. Las postrimerías de la temporada estival ya nos deparó la bella estampa de las máquinas trabajando en la parcela hotelera, pero solo para reponer el vallado perimetral. Bañistas ociosos y vecinos ansiosos siguieron la operación con el ferviente anhelo de que el brazo de la retroexcavadora se desviara más de la cuenta en un giro, impactase en un pilar y el decrépito mamotreto se viniera abajo, en un estrepitoso y jubiloso colapso. Vana ilusión. Pero conforme está de motivado González, ahora no se le escapa. Expectantes quedamos.

Y qué decir de la peatonalización de la Corredora y la Plaça de Baix, cuya ejecución parecía más difícil que el ascenso del Elche a Primera, y ya ven. Ahí están las obras, quién lo iba a decir, tras tantas dudas y aplazamientos. La actividad comercial no sé si se recuperará en la zona, pero lo que sí ha logrado este proyecto ha sido animar el centro histórico, con la presencia de tanto personal contemplando la meticulosa colocación de las piezas del puzle íbero del pavimento de la plaza, y recuperar con ello la ancestral costumbre de observar a los obreros trabajando.

Pero no todo es favorable, porque resulta que va a cerrar Zara en el antiguo Capitolio. Por culpa de la peatonalización, claman algunos, incluso el líder popular Pablo Ruz. Vaya miopía la del bipartito, que no se ha enterado de que Amancio Ortega tiene intereses económicos en el sector de concesionarios de automóviles. Metedura de pata, y de las gordas, que quizás dé para armar una moción de censura. Ahí lo dejo, Pablo. Ante tal contratiempo, González pide calma y proclama que va a negociar la compra del inmueble, con el fin de que recupere su antiguo uso cultural. Y es que cuantos más centros culturales tengamos, mejor. Que se note la preponderancia que se le da en este pueblo a todo lo relacionado con la cultura: horticultura, floricultura, escultura, colombicultura, viticultura, puericultura, apicultura y hasta contracultura. Adelante y suerte.

Imbuido del mismo talante resolutivo que le caracteriza en esta «rentrée», el alcalde asegura también que va a arreglar en unas breves semanas de cinco días el embrollo del mercado central, que casi está cerrado el acuerdo con la empresa y que el provisional se queda donde está como definitivo, con unos retoques. Anuncia también un concurso de ideas para el conjunto de las plazas de las Flores y de la Fruita, el edificio racionalista de abastos (con derribo o rehabilitación, ya se verá), los refugios, los baños árabes, las excavaciones y su vegetación palustre y hasta el bar Damasol... Este no es mi alcalde, que me lo han cambiado, diría algún transeúnte que pasara por allí. Pero sí, sí que es, aunque algo tendrá que ver la levitación.

No se puede decir (excepto los resabiados de siempre) que González no esté poniendo empeño en que el municipio se reactive cuanto antes, y por eso no para de reunirse con agentes sociales, oposición y autoridades de superior categoría administrativa. No logró convencer a Pacheta, tras su gesta con el Elche, para que aceptara presidir la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Municipio Ilicitano tras la Pandemia (CRSEMIP), en trámite de constitución, pero eso no le ha perturbado. Todos los días se asoma varias veces al balcón de la Alcaldía y se repite que todo es posible en este mandato. Así que preparados para lo que venga, pero con calma, que estamos todavía en septiembre.

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