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Luis Prats

Las cosas del querer

No es bueno jugar con las cosas del querer. El cariño se gana poco a poco, año a año, verso a verso. No es enamoramiento, ese vendaval de hormonas que arrasa con todo, incluso con la frialdad por respuesta, que persigue hasta la extenuación racional el amor no correspondido. Las cosas del querer son guiños, son detalles, son acercamientos, son gestos, que no necesitan de explicaciones, ni de digresiones para lograr el afecto, la devoción, el apego de la otra parte. Hechos que vayan afirmando ese querer, que viene de las cosas sencillas, de un nombre, de un escudo, de unos colores, de una ciudad, de unos símbolos, de una camiseta, de unos éxitos, de unos disgustos, de unos vínculos que se maman desde la más tierna infancia en la mayoría de los casos. Las cosas del querer son esas pequeñas cosas que hacen grande a quienes reciben esa pasión de un colectivo hermanado con su historia, que en el caso que nos ocupa se escribe con borceguíes en los terrenos de juego.

No se juega con ellas, ni con quienes las donan, en un intercambio que las más de las veces dura toda una vida, pero en ocasiones terminan en ruptura, en cansancio que lleva al divorcio. Con el querer de la afición no se juega, el colectivo puede ir perdiendo miembros hasta quedar mortalmente menguado. La afición es el apoyo vital del Hércules, son esas cosas del querer las que unen a ambos. Maltratarla es renunciar a su apoyo incondicional, obviarla es labrar el camino de la apostasía, de la acomodaticia huida hacia el olvido. Viene siendo la afición herculana maltratada desde hace años por unos dirigentes que representan, nos guste o no, al Hércules como entidad social y deportiva. Se le ha engañado, se le ha ninguneado, se le ha defraudado, y aún así siguen fieles más de cinco mil que suelen poblar las gradas del Rico Pérez en estos seis años desesperantes, a los que hay que sumar con seguridad otros tantos que han optado por ausentarse del estadio, pero que su querer sigue intacto hacia símbolos, trayectoria y celebridades balompédicas que hicieron grande la historia herculana.

Querer multiplicar miseria para hacer caja, es hacer un descosido en las cosas del querer. Coges la calculadora, o incluso por la cuenta de la vieja, y asombrado asistes a una cifras tan ridículas que el que diseñara en principio esta rara, por no decir tramposa, campaña de abonos que en esencia ni lo son, debiera ser despedido fulminantemente, y si el hacedor ha sido uno de los próceres propietarios, esconderse en su mansión hasta finalizar la temporada; ni por el palco debiera asomarse. La diferencia entre cobrar los 50 del ala a las criaturas a rebajarlo a los 25 euros, no llega ni a los diez mil, una mezquindad impropia para quienes tienen la obligación de hacer atractiva cada campaña para seducir a esa parte de la afición huida y conservar a los que todavía hacen gala de su fidelidad incorruptible.

La utilización de Del Pozo en la promoción de este folletín de viejas costumbres, ha sido tan grotesca como perversa la transgresión con el mayor emblema de nuestra ciudad, la Santa Faz, que aunque en los carteles publicitarios se diga eso de "porque yo sola no puedo", últimamente no ha tenido la más mínima ayuda de los dirigentes y en soledad ha volcado su paño para cubrir las múltiples insensateces y disparates inimaginables, logrando que no desapareciera una entidad que pronto cumplirá cien años. No en nombre de la Santa Faz.

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