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Joaquín Santo Matas

Nazismo versus catolicismo

AUSWICHTZ TESTIMONIO DE LA BARBARIE NAZI

En los tiempos de la II República, entre los sectores más extremistas de la izquierda era habitual llamar fascista a quien no pensara como ellos lo mismo que pandorgo a todo conservador católico practicante, tal vez por considerarlo gordo y bien alimentado. Este último término cayó en el olvido, pero no el primero cuyo significado se ha ampliado de tal manera que, observando comportamientos de quienes se llaman antifascistas, no existe ningún problema en denominar fascistas de izquierdas a aquellos que desde el extremo opuesto adoptan similares actitudes a las que condenan. Y que conste que la expresión fue acuñada en los años sesenta por el filósofo alemán Jürgen Habermas.

También llama la atención por falaz considerar a los grandes totalitarismos europeos anticomunistas que surgieron en el primer tercio del siglo XX como ultraderechistas. Y me quiero centrar en el nazismo, abreviatura de nacionalsocialismo, esa cruel ideología que persiguió criminalmente a la iglesia católica, lo cual no es precisamente un signo de derechismo.

Para ello, tomo como referente al jesuita germano Rupert Mayer del que este 1 de noviembre se cumple el 75 aniversario de su muerte que pasará desapercibida. Símbolo de la resistencia católica contra las huestes hitlerianas, procedía de una familia acomodada de Stuttgart muy religiosa.

Violinista y amante del deporte en su juventud, quiero centrarme en su lucha contra el nazismo, aunque ya en la I Guerra Mundial dio signos de audacia, valor y generosidad como capellán y sanitario lo que le hizo conseguir en 1915 la Cruz de Hierro de Primera Clase, llegando a ser herido de gravedad.

Viendo las connotaciones que iba tomando el Partido Nacionalsocialista ya en 1923 alertó de que esta ideología estaba reñida con el catolicismo lo que le valió ser acusado de semita, pasando unos años de auténtico calvario, acentuado por el hecho de resultar un personaje muy influyente y querido por todos sus feligreses cuya popularidad fue en aumento paralelo al de la hostilidad creciente de los nazis.

Volviendo a Mayer digamos que en 1938 fue detenido, liberado cuatro meses después por una amnistía general, encarcelado de nuevo en noviembre de 1939 tras negarse a dar un solo nombre de disidentes y sufriendo los horrores de los campos de concentración hasta que fue liberado por las tropas estadounidenses en mayo de 1945.

Tomado como un héroe antinazi por el pueblo, murió de un derrame cerebral mientras celebraba la Misa de Todos los Santos en la iglesia de San Miguel de Munich, lo que fue tomado como todo un símbolo. Sería beatificado por Juan Pablo II en mayo de 1987 en el Estadio Olímpico de Munich.

De viaje por Polonia hace años, fui al campo de concentración de Auschwitz donde pude ver un documental en el que se mostraban imágenes de soldados nazis quemando con lanzallamas altares y púlpitos de iglesias, visitando la celda que ocupó Maximiliano Kolbe, el fraile franciscano que ofreció su vida por la de otro preso, se le quiso matar de sed y hambre y en vista de que no fallecía le pusieron una inyección letal. Canonizado en octubre de 1982, llama la atención contemplarlo en los altares de los templos polacos entronizado con traje de presidiario.

Sirvan estos ejemplos, aunque hay decenas de ellos más, para dejar bien clara la odiosa aversión del régimen nazi para con el catolicismo.

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