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Joaquín Santo Matas

El mitin de Largo Caballero en Alicante

Francisco Largo Caballero.

En las últimas semanas ha salido a la palestra informativa la figura de Francisco Largo Caballero a raíz de quitarle el Ayuntamiento de Madrid la vía pública con su nombre y la lápida existente en la fachada de la casa donde naciera este líder ugetista y socialista, en aplicación de la ley para la Recuperación de la Memoria Histórica por su actuación durante la guerra civil.

El concejal socialista en el consistorio madrileño Ramón Silva lógicamente condenó tal acuerdo y calificó a Largo de demócrata, lo mismo que ratificó el PSOE en las redes sociales.

Entre los propios socialistas la figura del que fue llamado ‘Lenin español’, lo que no es precisamente un paradigma de la democracia, resultó muy controvertida, sobre todo por su colaboración con la dictadura del general Miguel Primo de Rivera que lo nombró miembro del Consejo de Estado, contando con la firme repulsa de correligionarios como Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, entre otros.

No voy aquí a emitir juicios de valor, aunque podría hacerlo, sino solo transcribir algunas frases sacadas literalmente del diario republicano de izquierdas ‘El Luchador’. Y ya se sabe, como dijo Aristóteles, que somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestro silencio. Lo que sucede es que unos han sido más esclavos que otros.

Y me explico. Manuel Machado, republicano y coautor de muchas obras con su hermano Antonio, al concluir la guerra civil escribió, tal vez como salvoconducto que lo librara de previsibles males, el poema titulado ‘Al sable del Caudillo’ una de cuyas estrofas decía: “De tu soberbia campaña, Caudillo noble y valiente, ha resurgido esplendente una y grande y libre España”. La llegada de la democracia se lo echó en cara, condenándolo al ostracismo.

No pasó lo mismo con Rafael Alberti que a la muerte de Stalin le dedicó a este sanguinario opresor de propios y extraños un larguísimo poemario donde podemos leer: “Padre y maestro y camarada: quiero llorar, quiero cantar. Que el agua clara me ilumine, que tu alma clara me ilumine en esta noche en que te vas”. Cuando retornó a España tras la muerte de Franco, nadie recordó tal pieza literaria y le llovieron plácemes y homenajes.

Pero vayamos al mitin alicantino organizado por la Federación Provincial Socialista. Fue el domingo 26 de enero de 1936 por la mañana en un abarrotado Monumental Salón Moderno, siendo retransmitido por Radio Alicante a la Casa del Pueblo, Teatro Nuevo y Teatro de Verano. El 16 de febrero iba a haber elecciones generales y era la primera vez que Largo Caballero hablaba en nuestra tierra para pedir el voto al Frente Popular y apartar del Gobierno a la coalición centroderechista que había ganado en los comicios de 1933, los primeros en los que las mujeres ejercieron el derecho al voto, algo a lo que se negaron destacadas izquierdistas como Margarita Nelken y Victoria Kent aduciendo que el sufragio femenino favorecía a los conservadores. Por el otro lado, Clara Campoamor lo defendió con determinación.

En un momento de su vibrante intervención que desató el clamor de los asistentes dijo Largo: “Pero con el triunfo de las derechas no hay remisión. Tendríamos que ir forzosamente a la guerra civil declarada. Y no se hagan ilusiones las derechas y no digan que esto son amenazas. Esto son advertencias. Y ya sabéis que nosotros no decimos las cosas por decirlas. Ahí está el ejemplo de octubre”.

Con esta última frase dejaba claro el líder socialista que la Revolución de 1934 se había organizado para tirar por la fuerza a los conservadores de un poder legítimo que le habían dado las urnas.

Al margen del de Alicante, Largo Caballero fue un asiduo de mítines por España, dejando para la posteridad frases elocuentes como estas, pronunciadas pocos días atrás en Linares, concretamente el 20 de enero de aquel fatídico 1936: “La clase obrera debe adueñarse del poder político convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo”. En fin, esclavo de sus palabras que quedan para la posteridad y debieran servir de ejemplo a quienes hablan sin conocimiento de causa.

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