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Rafael Simón Gil

EL OCASO DE LOS DIOSES

Rafael Simón Gil

La calidad democrática de los antidemócratas

El Ayuntamiento de Madrid subvenciona con 12.750 € un proyecto artístico para renovar banderas de España de los balcones

Hubo un tiempo no muy lejano en el que la ciudadanía, los medios de comunicación, el mundo intelectual, universitario y cultural, la sociedad civil, e incluso los partidos políticos y sus dirigentes, reaccionaban con rotundidad, con valentía y orgullo, sin temor ni tibiezas, frente a las agresiones producidas contra el sistema democrático que los españoles habían aprobado con la Constitución. Una incipiente democracia fruto del sacrificado y generoso esfuerzo que el pueblo español -sus representantes políticos, sindicales, empresariales, la sociedad toda- hizo para mirar al futuro sin rencor, con espíritu de reconciliación y amplitud de miras. Volver la vista atrás, en una u otra dirección quedó para la historia, para el estudio, para la reflexión pausada, para el análisis desapasionado, para la pedagogía sociológica. Sin renunciar a las legítimas ideas, el anónimo abrazo de todos, como símbolo estético, se fundía entre todos como paradigma de la más noble expresión ética. Ese fue el gran mérito de la Transición; esa fue la lección que millones de españoles dieron a la España cainita; ese era el mensaje que se quería trasmitir a las generaciones posteriores. España, los españoles, no eran diferentes a sus vecinos, sabían y podían vivir en democracia.

Desde la displicente y envarada Europa -aquélla que olvidó de forma súbita, sospechosa, que tan solo unos años antes se había desangrado en una feroz guerra iniciada por la Alemania nazi que causó 70 millones de muertos y puso ante el espejo del ser humano la infinita capacidad de horror que es capaz de producir-; desde los países iberoamericanos; desde cualquier otro rincón del mundo, se miraba con expectación, no exenta de escepticismo, el tránsito político que se estaba produciendo en España. Y se logró. La Corona, las Fuerzas Armadas, Adolfo Suárez, Marcelino Camacho, Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, José Tarradellas, Nicolás Redondo, y tantos otros más, consiguieron alumbrar un acuerdo de esperanza que nos permitiera convivir sin imponer, discrepar sin agredir, aprender sin odiar. Y se logró gracias a una ciudadanía ejemplar, a un pueblo anhelante pero maduro, a generaciones de españoles vinculadas por el tiempo, los lazos familiares, la convivencia, el esfuerzo, la mutua comprensión y la preterición del rencor revanchista o la vuelta a los garrotazos que en 1819 pintara Goya como epítome del odio secular, fratricida, entre los españoles. Sólo la asesina obsesión de ETA, sus iluminados y totalitarios postulados, su genocida visión de la libertad y el fanatismo criminal de su aberrante y xenófoba ideología puso a prueba la incipiente estructura de los pilares democráticos.

Han pasado más de 40 años desde aquella luz de esperanza y, pese a los evidentes errores constatados y vividos, España ha logrado firmar el período de paz y prosperidad más largo y notable de su historia contemporánea consiguiendo desterrar esos atávicos garrotazos goyescos que durante tanto tiempo nos rompieron el interior del alma y nos quebraron los huesos del cuerpo. O al menos eso parecía. Y digo parecía porque de unos años a esta parte -acomodada febrilmente en España la ideología de extrema izquierda que ha culminado con su incorporación al gobierno y a la mayoría de los órganos de decisión política, social, económica y cultural- se ha vuelto a instalar en nuestra sociedad el discurso del miedo, la revancha, la persecución de las ideas, el odio, el arquetipo del enemigo, el cainismo irredento y la constatación de nuestro fracaso como pueblo libre, civilizado. Es una vuelta de tuerca más que pretende aplicar a los españoles esa extrema izquierda hoy gobernante que, junto al separatismo excluyente y al totalitarismo tabernario de los filoetarras, quiere conducirnos a la senda de las maldiciones irremediables, al camino del fatalismo recidivo y crónico, al fracaso colectivo como nación.

Por eso, porque hemos de volver al negro escenario de los garrotazos de la Quinta del Sordo, los dirigentes de Podemos -el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias, su compañera y ministra Irene Montero, el vocero Pablo Echenique o el ministro sin sombra Alberto Garzón- cuestionan la “calidad democrática de España” siendo conscientes del inmenso daño reputacional que le ocasionan. De ahí que un país autocrático como Rusia se permita escarnecer a España dudando de su democracia. ¿Dónde está la ciudadanía, los medios de comunicación, el mundo intelectual, universitario y cultural, la sociedad civil, los partidos políticos democráticos, que parecen dormidos, atemorizados ante esas agresiones a nuestra democracia, a nuestra libertad? ¿Cómo hemos consentido que el listón caiga tan bajo? No albergo la más mínima duda de que esa extrema izquierda hoy gobernante (porque se lo permite Sánchez y los silencios del PSOE) está radicalmente enfrentada a los valores de las democracias occidentales; es enemiga de la libertad de expresión e información; contraria a la independencia judicial; aborrece hasta la náusea la libertad y los derechos de los pueblos libres; anhela una sociedad-rebaño que, en obediente silencio, trashume vigilada por el amenazante garrote del pastor y los aterradores ladridos de sus perros; una sociedad conducida por el miedo, enfrentada al reflejo sin retorno de la oscuridad. “Todo aquel que atraviesa el corredor del Miedo llega fatalmente al Último Espejo”, recitaba Leopoldo María Panero. Están avisados. A más ver.

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