La de relatos fantásticos que podrían surgir de la mente de Juan José Millás si visitara el Centro de Especialidades de la calle Gerona de Alicante, en pleno centro de la ciudad. Un lugar en cuyos aseos todavía hay que tirar de la cadena de las cisternas, literalmente, para que salga agua en las tazas. No me digan que no es tierno. Imagino a Millás elucubrando lo que adivinaría ver a través del cristal esmerilado de las puertas de las consultas. No me digan que no es poético. Cristal esmerilado a estas alturas del siglo XXI.

Todo el edificio de la calle Gerona tiene un tufillo a edificación de la Europa del Este que tira para atrás. El patio interior es tan desagradable que les recomiendo que por nada del mundo se asomen a una ventana a descubrirlo. Los pasillos te conducen a rincones que creías olvidados del tardofranquismo.

Esta semana fui a hacerme unas radiografías de cervicales y dorsales, maltrechas después de tantas horas frente al portátil. Por más que me repitieron las placas varias veces, las de la columna no se veían bien. Alegaron que mi grasa tapaba visibilidad. La encargada de la prueba me dijo que la máquina nueva se había estropeado, y que la máquina vieja, que es la que estaban usando, tenía muy poca definición en las imágenes. Perplejo, me interesé por saber cuándo arreglarían la máquina nueva. Me dijeron que no había fecha a la vista. Que lo viejo dura más, y que con el viejo equipo seguirían funcionando.

Ni que decir tiene que Millás, capaz de usar a su mujer como figura retórica o a una enfermera como recurso estilístico, haría maravillas partiendo de este material. Que a mí sólo me provoca cabreo.