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Joaquín Rábago

La corrección política llega a extremos grotescos

Gal Gadot posa en la 78ª edición de los Globos de Oro en Beverly Hills

Hay modas nacidas en Estados Unidos y exportadas luego al resto del mundo, modas como los llamados “estudios de género” y la corrección política.

Por hablar esta vez sólo de la última, cada vez más extendida, alcanza ésta a veces extremos grotescos, que provocan la reacción airada de mucha gente, que acaba luego votando a la extrema derecha.

Así, por ejemplo, leemos que la actriz israelí Gal Gadot se ha visto atacada por los nuevos censores por aspirar interpretar el papel de la histórica Cleopatra sin ser de tez suficientemente negra.

El personaje de esa reina del antiguo Egipcio se le encomendó en su día a Elizabeth Taylor, que no era tampoco de color ébano, aunque naturalmente la maquillaron convenientemente. Claro que entonces no había hecho aún aparición esa moda.

A comienzos del mes de febrero, un numeroso grupo de actores y actrices alemanes del colectivo LGTBI, publicaron en el diario Süddeutsche Zeitung una iniciativa, bautizada, en inglés naturalmente, “ActOut”, para denunciar la discriminación que sufrían.

“Creo que los papeles de homosexuales deberían encomendarse a actores o actrices de esa condición al menos mientras dure el desequilibrio económico en ese tipo de repartos”, reclamaba uno de los firmantes.

Martin Moszkowicz, jefe de la productora muniquesa Constantin Film AG, no quiere cuotas de ese tipo para Alemania porque limita en exceso la libertad de expresión, según declaró al semanario Der Spiegel.

Así, por ejemplo, Tom Hanks hizo en la película “Filadelfia” de homosexual, aunque él mismo es heterosexual, lo que no impide que la suya fuese una gran interpretación, reconocida por toda la crítica.

Algo parecido cabe decir del también actor norteamericano Dustin Hoffman en “Rain Man”, filme en el que encarnaba a un autista sin serlo, por supuesto, él mismo.

Es cierto que no abundan los papeles protagónicos en el cine para actores o actrices aquejados de alguna minusvalía física o psíquica, y que tal vez habría que corregir ese desequilibrio.

Pero de ahí a afirmar que sólo un homosexual, una lesbiana o un trans pueden interpretar a personajes de esa condición hay un enorme salto. Lo mismo cabe decir, de un tullido o un disminuido físico.

¿No hemos visto, por otro lado, a grandes actrices, desde Sarah Bernardt o Asta Nielsen hasta nuestra Blanca Portillo, interpretar al príncipe de Dinamarca? ¿No pueden descubrir, por otro lado, una actriz nuevos matices en esa figura teatral?

¿Puede, por otro lado, solo un actor negro interpretar a Otelo, el moro de Venecia? ¿O un blanco exclusivamente, al Segismundo, de “La Vida es sueño?

El único requisito exigible a un actor o actriz, cualquiera que sea su orientación sexual o su condición física o psíquica, es que interprete con convicción al personaje que se le ha encomendado.

Y esto es aplicable también a la literatura: ¿o es que sólo un homosexual, un negro o un tullido pueden escribir sobre los de su sexo o condición?

¿No tenía, por ejemplo, pleno derecho Gustave Flaubert a inventar a Madame Bovary? ¿Qué margen dejamos, si no, a la imaginación?

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