Cuando éramos pequeñas, mis dos hermanas y yo no entendíamos porqué teníamos nosotras que poner y recoger la mesa mientras mi hermano ayudaba a mi padre a podar los árboles. «Él es chico y es más fuerte», escuché una vez a mi progenitor, una respuesta que no hacía más que hervirme la sangre.
Mi pitufa ha tenido que llevar hoy al colegio un ejercicio sobre «mujeres que inspiran» y ayer estuvimos preparándolo. Como le gustan los animales, pensó en una veterinaria, y allá que encontramos a María Cerrato, la primera de España, en 1925. Descubrimos que el profesor le daba clases apartada del resto de compañeros, todos hombres. En ese momento apareció el pitufo y aproveché para preguntarle:
- «¿Qué te parece que la chica estuviera separada de los chicos por ser mujer?»
- «Muy mal, mami».
- «¿Los hombres sois mejores que nosotras?»
- «No», y tras unos segundos añadió: «Bueno, papá hace comidas más ricas que tú, que solo haces hervido y pescado».
- «Eso es verdad, mami», apuntó mi nena, «¿por qué cocina papá siempre? ¿Tú no sabes?».
¿Qué hemos avanzado desde que yo no podía podar árboles hasta ahora, en que todo el peso en la cocina lo lleva mi marido? El machismo y el micromachismo siguen latentes, la violencia y el maltrato contra las mujeres es una lacra que no parece tener fin y la desigualdad laboral y económica se mantiene en muchas empresas.
Una vez mi hija me preguntó «por qué decimos niños, en masculino, si también somos niñas», y es que hasta el lenguaje va en contra de la mujer. Queda camino por recorrer, demasiado, me temo.
