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Lola Peiró

La Basílica de Santa María y los reiterativos cascotes a través de los siglos

Una de las redes que protegen la basílica de Santa María ante el gran estado de deterioro que presenta la casa del Misteri. |

Verán: hace unos días leí, en este nuestro periódico de cabecera, un reportaje en el que varios estamentos religioso-politico-culturales solicitaban un dinero para la rehabilitación de la Basílica de Santa María en donde se sabe tiene lugar el famoso Misterio. La cosa es que desde hace más de una década, de vez en cuando, y desde sus cornisas, se desprenden cascotes con el peligro de que hiera a algún devoto y tengamos una desgracia. Parece ser que desde este pasado enero ya ni las redes de protección surten efecto.

Pues bien, automáticamente la noticia me llevó al año 2004 en el que yo recuerdo haber escrito un artículo sobre el mismo tema que recogí ya en los periódicos de 1829 y 1802, y como el asunto me parece hoy bastante enjundioso y tiene su “novedad”, paso a reproducir parte del artículo que ya salió a principios de este siglo nuestro y que, además ilustra el problema desde aquella época, allende los siglos, que ya hoy nos parece antediluviana. Pasen y vean:

“Santa María venía padeciendo su delicada situación desde que en 1829 un terremoto de magnitud considerable la dejara peligrosamente cuarteada, y el Ayuntamiento entonces no se veía con fondos como para emprender una restauración de tamaña envergadura; no obstante se había puesto en contacto con don Marceliano Coquillat, arquitecto también de cabecera, para que fuera trabajando en el proyecto que tarde o temprano se tendría que poner en marcha. Don Marceliano aceptó el encargo y con un amor patrio tan al estilo de la época, les hizo saber, para descanso del tesorero municipal, que lo haría “gratis et amore”, es decir, sin cobrar un ochavo. Pero aun siendo así..., y llegado el año 1902, las obras estaban sin comenzar; así que, temiendo el Arcipreste que algún cascote cayera sobre los devotos feligreses, cerró la iglesia a cal y canto.

Sin embargo, al año siguiente, pese a todo, comenzaron tímidamente las obras; mas apenas iniciado el otoño ya no quedaba ni un céntimo en las arcas municipales y la generosidad de los feligreses andaba tan deprimida como el mismo otoño. Así se inició el año 1904, y viendo tan oscuro panorama, una comisión de damas pías tomó la iniciativa porque algo se tendría que hacer... Y se les ocurrió que las joyas a la Virgen María no le hacían mucha falta, así que con gran sentido práctico le escribieron al Papa pidiéndole permiso para hacer tal transacción. El Sumo Pontífice contestó con diligencia dándoles permiso para hacer con las joyas lo que tuvieran a bien.

Pero los joyeros tampoco estuvieron prestos a ser generosos y lo de las joyas no fue para echar las campanas al vuelo, así que recordando las promesas que habían hecho algunas instituciones, se presentaron primero ante el señor Alcalde para recordarle lo de las 500 pesetas que les prometiera en su día..., pero el edil les contestó que cuando el señor Maura ocupó el Ministerio de la Gobernación publicó que ningún Ayuntamiento podía gastar un céntimo en partidas voluntarias mientras no se tuvieran cubiertas las necesidades etc. etc. Así que las pías mujeres volvieron a recordar otra promesa, esta vez del señor obispo quien a regañadientes les dió aquellas 500 pesetas y les cerró la puerta sin siquiera una mala bendición . Y los periodistas, que contemplaban el ir y venir de aquellas santas mujeres vestidas de negro y el velo puesto en la cabeza, se acercaron a darles al menos un consejo: sería bueno que se les diera un toque a los propietarios del campo que, de haber, el dinero andaría por allí... y ya ven , tampoco funcionó la cosa...Pero a pesar de todo en diciembre de 1905, coincidiendo con las fiestas de la Virgen, el templo se abrió y no hubo necesidad de pedir más, ¿por qué?..., porque una comisión de prohombres del pueblo en audiencia privada nada menos que con el Rey Alfonso XIII, pidió ayuda económica al monarca para la restauración dichosa, petición que les fue concedida ipso facto hasta con largueza.”

Total, este relato basado en hechos reales como se dice en las películas, me dejó muy mal cuerpo. Tanto trajinar las pobres damas para que luego viniera el “enterao” de turno, se le ocurriera lo del Borbón a quien pillaron con el cuerpo cubano y las dejara con la autoestima por los suelos, las joyas vendidas y el ánimo encogido. El Rey acudió a la representación y casi todo el mundo contento.

Ahora perdónenme una licencia que tal vez no viene al caso, pero les ilustrará cómo se escribían en los periódicos en aquellos años del cuplé. Atención, periodistas de hoy, esto no tiene desperdicio: “Pasaron los tristes días invernales, cesaron los ventisqueros y las granizadas. La fría y húmeda neblina ya no encapucha la cúspide de las montañas ni se extiende por los árboles. La Madre Naturaleza se despoja de su manto tristón y adquiere vida juvenil y la tierra engalanándose de mil clases de sahumadas y pintorescas florecillas. Los lirios, los jacintos y los rosales que recaman la vera de mi huerto, vístense de ricos atavíos...” ¡Hay que tener moral...!

En fin, quede demostrado que los cascotes actuales no son los primeros, y que bien harían los actuales responsables del Patrimonio, tanto políticos como “religiosos”, ¡eh!, en evitarnos los peligros a los asistentes, y a los Cielos el ahorrarse un buen disgusto.  

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