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Juan  Giner Pastor

Homenaje a Goya en el 275 aniversario de su nacimiento

Goya

 Aunque Francisco de Goya y Lucientes nació circunstancialmente en el pueblo zaragozano de Fuendetodos el 30 de marzo de 1746, hace 275 años, su familia residía habitualmente en Zaragoza donde Goya vivió hasta su marcha a Madrid el 3 de enero de 1775, allí Goya empieza a pintar cartones para la Real Fábrica de Tapices que fueron los que formaron a Goya como pintor y, simultáneamente, los que le introdujeron por caminos de libertad formal y personal originalidad. En sus primeros cartones, pintados entre 1777 y 1778, Goya presenta un mundo de chisperos que ocultan su rostro en el embozo de la capa, de majas bellas y risueñas que beben, bailan y se divierten, de niños que juegan. Un mundo del que los cartones goyescos son una deliciosa crónica, y nos dicen más sobre esa época dorada que millares de documentos, para conocer lo que era aquella España del antiguo régimen, en vísperas de la brusca y trágica irrupción del siglo XIX. Los tapices de Goya, además, son el encuentro consigo mismo de un gran colorista y genial pintor que iba saber adaptar su visión y sus pinceles a las nuevas y distintas situaciones históricas de que iba a ser testigo.

A partir de la década de 1780 entró en contacto con la alta sociedad madrileña y se convirtió en su retratista de moda. Y no solo se ocupó de aristócratas y altos cargos, sino que abordó toda una galería de personajes destacados de las finanzas y la industria que solicitaban ser inmortalizados por sus pinceles. Sobre todo, son notables sus retratos de mujeres, destacando las famosísimas majas, dos de las obras más célebres de Goya y uno de los atractivos esenciales del Museo del Prado, pero, aunque debe excluirse del todo la identificación de la modelo con la duquesa de Alba, sus calidades pictóricas insuperables son ya suficientes para su justificada fama. Sus retratos culminan con la Familia de Carlos IV, que viene a ser como el resumen y compendio de intensa labor retratista que Goya realizó.

Goya nunca fue un apasionado de los temas sacros, pero destacaremos el Cristo Crucificado, pieza de recepción al ser nombrado en 1780 miembro numerario de la Academia de San Fernando; los Frescos de la ermita de san Antonio de la Florida; El Prendimiento de Cristo, encargado por la Catedral toledana; la Última Comunión de san José de Calasanz, para la iglesia madrileña de san Antón…

Testigo de excepción de la Guerra de Independencia, realiza dos grandes cuadros que iban a convertirse en obras esenciales de la historia de la pintura española y universal. En el que representa La Carga de los Mamelucos el 2 de mayo de 1808 Goya describe a los patriotas lanzándose sobre un grupo de estos mercenarios del ejército francés en la Puerta del Sol de Madrid. Obra todavía más vigorosa es la que representa Los Fusilamientos del 3 de mayo de 1808.

Y en las Pinturas Negras, que pinta en los muros de su casa, muestra lo repulsivo, lo terrible; ya no es la belleza el objeto del arte, sino el sufrimiento, las emociones, descubriendo los distintos aspectos de la vida humana sin descartar los más desagradables. 

Como dibujante y grabador los Caprichos, los Desastres de la Guerra, la Tauromaquia, y los Disparates, reflejan sus críticas a la superstición, al fanatismo, a la crueldad…

Aunque Goya despertó durante muchos años incomprensión o indiferencia, su pintura cambió profundamente la plástica y la estética, transformando cánones y derribando tópicos. Frecuentemente unos quieren ver en Goya una especie de pintor aventurero, que no lo era en manera alguna; otros, un pintor políticamente comprometido, y lo era sin serlo; otros alaban al grabador y critican al retratista; la mayoría no saben muy bien en qué categoría encasillarle. Porque la obra de una persona cuyos medios de expresión fueron tan diversos y complejos no puede clasificarse en sesiones ordenadas cronológicamente. No hay, de tal a tal fecha, un Goya expresionista, un tierno intimista, un pintor místico, un visionario alucinado, un realista popular, un convencional retratista oficial, un retratista psicológico de una lucidez sin igual, un paisajista especialmente sensible a la naturaleza, un sensual… Todas sus “épocas”, como se acostumbra a decir a propósito de los pintores, coexisten en él, se desarrollan y se manifiestan en los momentos más inesperados mientras pinta, es decir, hasta su muerte en Burdeos el 16 de abril de 1828. Siendo su pintura fundamento y anticipo de la pintura contemporánea y de los variados movimientos de vanguardia que marcarían el siglo XX: un modelo romántico para los románticos; un impresionista para los impresionistas, más tarde un expresionista para los expresionistas y un precursor del surrealismo para los surrealistas.

La obra de Goya incluye unos quinientos óleos y pinturas murales, además de centenares de dibujos y cerca de trescientos aguafuertes y litografías, la mayoría se conserva en el Museo del Prado, depositario del impresionante legado de uno de los más grandes maestros de la historia del arte mundial.  

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