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Miguel Ángel Santos Guerra

La vacunación como metáfora

Vacunación frente al covid en la provincia de Alicante

¿Cómo es posible que, existiendo diversas y más que suficientes vacunas en el mercado, sigan contagiándose y muriendo personas a miles en el mundo? De nada les servirá a los muertos y a sus familiares el remedio si llega tarde. Para nada valdrá la solución a quienes acabaron el problema con la muerte. ¿Por qué la lentitud, entonces? ¿Por qué la desorganización? ¿Por qué la opacidad? ¿Por qué las peleas inútiles? ¿Por qué las trampas?¿Por qué tantos vaivenes?

Estamos viviendo una etapa de verdadera angustia porque estando ahí las vacunas, algunos se van a contagiar y van a morir. Es como si nos pudiera alcanzar una bala perdida después de haberse declarado el final de la guerra. Qué mala suerte. Serán muertos que llevarán en el ataúd la estrella de la fatalidad. Porque no tenían que haber muerto.

Lo dramático es que aquí no se trata de mala suerte sino de causas evitables. Si se gestionase la realidad de forma inteligente, rápida y solidaria se podrían evitar miles de contagios y de muertes ya que tenemos el remedio en la mano. Hemos clamado por las vacunas durante muchos meses y, cuando llegan en un tiempo sorprendentemente corto, nos enredamos con la gestión de su empleo.

Vivimos en un mundo que se asemeja a una selva. En la selva los más fuertes dominan, explotan y matan a los más débiles. En esta sociedad nuestra, además, los que más saben aprovechan su conocimiento para beneficiase de quienes saben menos. Antes de entrar en la selva podría leerse en letras grandes y claras: ¡Sálvese el que pueda! O bien: ¡El que venga detrás que arree!

El escandaloso panorama que estamos contemplando en el proceso de vacunación contra la coivid-19 pone en cuestión el sistema de valores que preside la vida y las relaciones en nuestro mundo. Es una metáfora muy reveladora de la sociedad en que vivimos. Plantearé ocho dimensiones en las que se ve de forma meridiana lo que pretendo decir.

- En la selva no se investiga, se vive al día. La ciencia ha sido relegada a un papel marginal hasta que no se han visto las orejas al lobo. Cuando llegó el virus causó primero perplejidad, luego miedo y después terror. Fue entonces cuando se empezó a pensar lo importante que es la ciencia para afrontar una pandemia mundial, intempestiva, súbita y demoledora. Cuando las cifras de fallecidos nos tenían aterrorizados, mirábamos de refilón a los laboratorios, no a las sacristías. ¿Por qué no se ponen a investigar?, ¿cuánto se va a tardar en encontrar la vacuna?, ¿qué hace falta para encontrar el remedio a los males? Es decir, nos empezamos a acordar de Santa Bárbara cuando tronaba de forma espantosa. Pero en estas cuestiones no se improvisa. No se forman investigadores de la noche a la mañana, no se arman equipos de forma súbita, no se adquiere experiencia por arte de magia.

- Los procesos de investigación han estado dispersos y fragmentados en una carrera por ver quién llegaba antes y quién podía enriquecerse de manera más rápida e intensa. No ha existido una coordinación que resultaba tan lógica, tan necesaria, tan urgente para unificar los esfuerzos y avanzar juntos hacia una meta que era muy clara para todos: la salvación de la humanidad a través de la ciencia. Pero no. Cada empresa, cada laboratorio, cada país ha hecho la investigación por su cuenta para ser el primero en el ranking de las ganancias. Lo que prima en la selva es la competitividad, lo que prima es la codicia, lo que se prioriza es llegar antes. Admiramos a las personas que son capaces de entrar después de otra por una puerta giratoria y salir antes. Ese es el tipo de comportamiento deseable.

- Se ha investigado con poca intensidad cómo se ha producido el origen de la pandemia. Y es una cuestión decisiva. En primer lugar porque es necesario exigir responsabilidades a quien haya tenido parte, del tipo que sea (acción, omisión, ocultación, invención de bulos…), en la aparición de este mal que ha causado millones de víctimas y que ha sembrado miedo y pobreza a raudales. En segundo lugar, porque es preciso buscar la información necesaria para que no se repita esta calamidad que ha puesto patas arriba el mundo que conocemos y la vida del género humano. En la selva no hay responsables.

- Los organismos internacionales no han estado a la altura. Bien es cierto que el virus era un completo desconocido cuando apareció y que poco a poco hemos ido descubriendo sus modos de transmisión, sus mutaciones, sus síntomas y sus efectos. Y hemos ido descubriendo que se trata de una enfermedad particular: unos la pasan sin saberlo, otros se recuperan en unos días de cuarentena sin tomar ningún remedio, otros tienen síntomas leves que no les impiden hacer la vida normal, otros tienen secuelas gravísimas e irreversibles y y algunos mueren.

Pero ha habido muchas contradicciones, muchos silencios, muchos errores, muchas retrasos, muchos vaivenes, muchos bulos.

- Respecto a la clase política hay una cuestión que creo digna de reseñar, al hacer este diagnóstico metafórico. No me ha gustado ver enfrentados a partidos políticos de diferente color cuando se han tomado decisiones o se ha tratado de afrontar el problema. Porque se trataba de saber no quién ganaba al otro sino cómo ganar juntos al virus. Y he visto demasiadas veces emplear el tiempo en descalificaciones, agresiones, comparaciones… cuando se trataba de unir esfuerzos para ganar esta batalla que o ganamos todos o perdemos todos. ¿Os imagináis un equipo médico en el que el anestesista (de un partido político) dedique el tiempo a insultar a la cirujana (del partido opuesto) y ambos a vilipendiar al enfermero (que es de un tercer partido? No es más lógico y más ético que traten de hacer bien lo que tienen que hacer?

- La producción y la venta está ofreciendo también un espectáculo. Se está produciendo un mercado de vacunas al mejor postor, que ha hecho incluso romper contratos ya firmados. “Si me pagan más aquí, aquí las vendo”. De nada sirve la palabra dada o la firma estampada. De nada sirven la lógica y la justicia. Lo que importa es el dinero. Como consecuencia, los países pobres tendrán las peores vacunas y las tendrán más tarde. ¿Qué mundo estamos construyendo? Los más hábiles, los más sagaces, los más rápidos llegan primero a conseguir lo que pretenden. Las diferencias son tan abrumadoras que nos da vergüenza constatarlas cada día. Desgraciado el último.

- El ritmo de vacunación me tiene sorprendido y enfadado. Desde el momento en el que se anunció la presencia de diferentes vacunas en el mercado, creí que se iba a producir un tsunami de pinchazos. El ritmo de vacunación me está pareciendo desesperadamente lento. Hay que vacunar sin descanso. Aceleradamente. Obsesivamente. Frenéticamente. En turnos de mañana, tarde y noche. Los segundos son vidas. El tiempo que pasa nos aleja de la solución. ¿Por qué vacunar tan lentamente? Es un simple pinchazo, no es una operación larga y complicada. Es urgente acelerar el ritmo.

- También hay que vacunar éticamente, con un orden estricto, inspirado por criterios solidarios. Una vez establecidos, hay que respetar los turnos. Algunos políticos tienen la cara muy dura. Saltarse la cola de la vacuna para que ellos, sus familias y sus allegados (de trabajo o de amistad) se vacunen antes que los sanitarios o los ancianos de más 80 años, como exige el protocolo, es un comportamiento indecente. Supone aprovechar el poder que le ha dado el pueblo para ir contra el pueblo. Supone decir: antes que salvarte tú me salvo yo porque para eso tengo el poder de hacerlo. Un abuso intolerable. Es la negación de la democracia. Es olvidar de manera contundente que el político está ahí para servir al pueblo y no para aprovecharse de él.

Nosotros tenemos que construir un mundo lo más alejado posible de la selva. Un mundo en el que, al entrar, pueda leerse:¡Tenemos que salvarnos juntos! Debemos construir una sociedad más justa, más solidaria, más habitable. El camino es la educación, que no va a transformar directamente el mundo. Va a formar a las personas que puedan conseguirlo.

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