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Esperando a Godot

Daniel McEvoy

Las bicicletas son para el verano

LaS bicicletas son para el verano EFE - MANUEL BRUQUE

Quizás recuerden ustedes, aunque preferiría que no lo hicieran, mi fallida incursión en la narrativa de hace un par de semanas (víd. Esperando a Godot del día 10 de julio de 2021, «El universo de las dos lunas»). Ya saben, la historia de que aquel galán que rechaza la posibilidad de una noche de encendida pasión con una bella mujer por miedo a las leyes de la dictadura de género (tengan presente que, como advertí, se trataba de un relato sobre un futuro distópico).

Pues bien, ante el doble supuesto de que la época canicular en que nos hallamos es propicia para lecturas triviales, y de que tomo vacaciones hasta septiembre y tendrán un mes para perdonarme, voy a abundar en aquel relato del tórrido romance que acabó de forma abrupta, con las reflexiones del protagonista masculino de la trama montado en un taxi, camino de su casa.

Una vez en su domicilio, Javi, éste era su nombre, llamó a la misteriosa mujer, pergeñando una excusa que resultara plausible, con la esperanza de que ella, Inés, pudiera disculparle su espantada y aceptara un nuevo encuentro, en el que poder conocerse mejor (aún no descartaba la posibilidad de que fuera una agente del Ministerio del Pensamiento).

Javi era lo que popularmente se llama un piquito de oro, de modo que logró convencer a Inés de que un asunto inaplazable, y extremadamente grave, lo había reclamado aquella noche en el lapso transcurrido entre el momento en que ella le había entregado el papel con su número de habitación en el piano bar, y el instante siguiente en que él se levantó de forma apresurada y tomó aquel taxi.

Transcurridos unos días concertaron una nueva cita. Se emplazaron en la planta tercera del Mercado Provisional de Elche (ya nadie recordaba el porqué de su nombre) para tomar unos vinos y picar algo en alguno de los muchos locales que allí se habían instalado, tras la última remodelación acometida en el inmueble, allá por el año 2023.

El día convenido hacía calor. Era finales de julio y la mejor forma de acceder al lugar pactado era en bicicleta, pero al contrario de lo que afirma Fernando Fernán Gómez en el título de su obra de teatro, en Elche las bicicletas no son para el verano. Sea como fuere, los dos protagonistas de nuestra historia, a pesar de todas las trabas, incluidas las urbanísticas, llegaron puntualmente a su rendez-vous. Ambos estaban nerviosos y expectantes.

La conversación no fue tan abiertamente erótica como la que sostuvieron en el piano bar, de infausto recuerdo para Javi. Al contrario, transcurrió por unos derroteros de franco sinceramiento, en el que se hicieron todo tipo de confidencias que contribuyeron a que cualquier sombra de duda que alguno de los dos, pero especialmente él, pudieran albergar, se disipara por completo. Tanto es así que, finalizada la «picaeta» (no se ha comentado por obvio, pero ambos eran ilicitanos) decidieron continuar la tarde tomando una copa.

Inés sugirió algo en la costa. «El Hotel de Arenales es muy agradable en esta época», señaló. Javi sonrió, pues era arquitecto de profesión y había seguido con mucho interés todo lo relacionado con aquel inmueble, desde que, en el verano de 2021, no se pudiera acometer su derribo, por no sé qué licencias municipales que no llegaban, y se terminara rehabilitando, según los planes iniciales. «Claro», respondió Javi, imbuido por estos pensamientos, pero cautivado por la sonrisa y la frescura de Inés, y por la perspectiva que se le abría al sugerir ella continuar la tarde en un hotel. «Crucemos la pasarela y atravesemos la Plaça del Mercat, así, camino de la parada de taxis, te contaré la aberración urbanística y estética que supuso, cuando en el 2022, el Ayuntamiento decidió erigir en plena «Vila Murada», una plaza tan desproporcionada».

Se sentaron en la parte trasera de un taxi eléctrico de fabricación china y continuaron su amena conversación sobre varios temas, interrumpida puntualmente por furtivos besos y caricias, hasta que llegaron al fabuloso hotel, donde, sin necesidad de contrato ni permiso alguno, fueron directamente a recepción, pidieron una habitación con vistas al mar y una botella de «Veuve Clicquot» y subieron a alimentar la pasión que los consumía, ajenos al mundo, ajenos a todo.

Hasta aquí la parte narrativa, que espero que al menos les haya entretenido. Ahora toca, como es costumbre en esta sección, hablar de literatura. Pero, en esta ocasión, no les voy a comentar ningún título ni autor concreto, sino que, dado que es mi despedida hasta septiembre, les voy a hacer unas recomendaciones para leer este verano; recomendaciones que voy a dividir en dos apartados: el de las dirigidas al público general y otras específicas para algunos de nuestros políticos.

Las dirigidas a ustedes son la siguientes: 2066, de Ricardo Bolaño, Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, Todo esto te daré, de Dolores Redondo, Brooklyn Follies, de Paul Auster, o La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Sin olvidar, por supuesto que, si alguien no ha leído aún El Quijote, debe hacerlo inmediatamente. Nadie debería poder llamarse español si no lo ha hecho.

Las de los políticos, si me permiten, las voy a personalizar: para Pedro Sánchez, Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi. Para Carlos González, La pereza, de Gustavo Adolfo Bécquer. Para Esther Díez, la gran timonel, la ya mencionada Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez. Para Pablo Ruz, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Para Eva Crisol, bueno, para ella mejor una peli, ¿verdad?, le recomendaré Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Para Aurora Rodil, Santiago y cierra España, de Javier Esparza. Para Eduardo García-Ontiveros, El último Catón, de Matilde Asensi.

Yo me voy a poner, en cuanto pueda, con un libro que me ha recomendado un amigo y que pinta muy bien, Mi concepción del mundo, del Premio Nobel de Física Erwin Schrödinger.

¡Feliz verano a todos, a todas y a todes!

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