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Joaquín Rábago

Solo el fin de la ideología del crecimiento a toda costa salvará al planeta

El cambio climático aumentará la mortalidad en Europa en segunda mitad siglo

La apropiación por el capital privado de los bienes comunes y la explotación inmisericorde de los recursos materiales del mundo en desarrollo son las dos caras de una misma moneda.

Un proceso extractivo del más puro estilo capitalista que ha provocado, entre otras cosas, un profundo desequilibrio ecológico y amenaza la continuidad de la vida en el planeta.

Desde los llamados “encerramientos” (enclosures) en Gran Bretaña, la privatización de los terrenos comunales que con tanta agudeza analizó Karl Polanyi, y aunque pueda sonar en principio paradójico, el capitalismo ha explotado una escasez creada artificialmente.

Escasez impuesta de ese modo a los bienes públicos como la educación, la sanidad, los cuidados, los transportes, incluso al agua, y que obliga a cada vez más gente a “comprar” las correspondientes alternativas privadas.

Esa escasez es también la que ha permitido someter a los trabajadores a salarios cada vez bajos y los ha obligado a aumentar su productividad para reclutarlos después como consumidores, afirma el antropólogo y economista Jason Hickel (1).

Las ganancias obtenidas por el incremento de la productividad, lejos de servir para liberar a los hombres de los trabajos más penosos, sólo han alimentado un crecimiento económico desaforado y aumentado de modo exponencial los beneficios de inversores y directivos de empresas.

Los propios trabajadores así explotados se suman al coro de los propagandistas del crecimiento económico y votan a los políticos que prometen que, con ellos en el Gobierno, ese va a ser todavía mayor.

El crecimiento a toda costa no sólo consume unos recursos cada vez más escasos, sino que contribuye de modo poderoso al cambio climático, que sólo ahora parece alarmarnos.

Pero se trata de una contribución muy desigual: Estados Unidos, por ejemplo, es directamente responsable del 40 por ciento de las emisiones globales de los gases de efecto invernadero.

El conjunto de los países ricos, con sólo un 19 por ciento de la población del planeta, son causantes del 92 por ciento del daño infligido al clima, mientras que a Latinoamérica, África y Oriente Medio sólo puede achacárseles el 8 por ciento restante.

El consumo excesivo de los países ricos sólo se sostiene gracias a un proceso continuado de apropiación neta de los recursos tanto humanos como materiales del llamado “Sur global” de modo que puede decirse que si el colonialismo parece ya cosa del pasado, la explotación capitalista continúa.

Para Hickel, la crisis ecológica debería operar una transformación radical de nuestras conciencias, de nuestra relación con el mundo y todos los seres vivos que lo habitan, a los que, como a la propia Tierra, hay que dejar de considerar susceptibles sólo de explotación.

Es preciso, dice, acabar con un crecimiento que obedece a una lógica territorial expansiva y sustituirlo por la lógica opuesta.

Una economía poscapitalista como la que propugnan los apóstoles del “decrecimiento” da la máxima importancia al bienestar personal y a la estabilidad ecológica, lo cual exige descolonizar tanto la naturaleza como, algo también muy importante, nuestras conciencias.

El decrecimiento pasa por reducir el consumo de materiales y de energía, el fin de la obsolescencia programada, que, sumada a la omnipresente publicidad, constituye un “cóctel tóxico”.

Exige también el abandono de la obsesión posesiva: ¿por qué no compartir los coches, como hacen cada vez más jóvenes, en lugar de que cada hogar tenga uno e incluso varios, aunque en el futuro sean eléctricos, para su uso exclusivo?

Pasa también por acabar con el intolerable despilfarro de alimentos: se calcula que la mitad de los que se producen en el mundo acaban en la basura.

Y por reducir el consumo de carne: un 60 por ciento de las tierras agrícolas se utiliza actualmente para el mantenimiento de la ganadería y los cultivos destinados a la alimentación animal, una de las causas principales de la deforestación y el aumento de los gases de efecto invernadero.

Hay que inspirarse sobre todo de los pueblos a los que, desde nuestra vieja óptica colonial, llamamos “primitivos” que todo en la naturaleza está interrelacionado y que tenemos que aprender a entrar en una relación de reciprocidad con el mundo, del que somos sólo una pequeña parte.

  1. “Less is more”. (Menos es más). Windmill Books. Penguin Random House.

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