Me llegó la noticia a través de Miguel Ors, nuestro buen amigo común. Me invadió mucha tristeza, pues acababa de perder más que a un buen amigo, a uno de los referentes en mi vida. 

Miguel, Iago y yo, a sugerencia del jefe del grupo, Miguel, teníamos la costumbre, al menos lo intentábamos, de comer un lunes al mes. Tradición que se vio interrumpida por la pandemia y que habíamos decidido volver a instaurar de nuevo y a lo grande con una cena “a seis” durante el verano.

En aquellas comidas se podía hablar de todo, de lo divino y de lo humano. Iago, licenciado en Ciencias Empresariales (yo para meterme con él, le decía que la carrera de Ciencias Económicas era más difícil, a lo que él me respondía que sí y que por eso su mujer, Aida, economista, le superaba y mucho, en inteligencia), sabía de casi todo y tenía una sensibilidad por el arte, la arquitectura y lo estético extraordinarias. Yo asistía cautivada y bastante callada a las conversaciones entre el historiador y el humanista “castellano y austero” con poco que aportar y mucho que aprender.

Santiago Ule llega a mi vida en 2011, durante mi periodo al frente de la Concejalía de Comercio, Mercados, Fondos Europeos e Igualdad de la calle Lago, en el Raval. Era una de las “patas” fundamentales de mi mesa, que era como yo me refería a mi equipo por aquellos tiempos. Siempre me sentí muy segura y bien asesorada por él en las decisiones que debía tomar. Constantemente demostraba un gran conocimiento teórico y práctico de las cosas. Pero no era esta la cuestión que yo más admiraba de él…

Los autores aristotélicos, seguidores de la ética de la virtud, fijan su atención en los rasgos del carácter y la conducta de las personas y no tanto en las del intelecto, es decir, en ese conocimiento práctico y teórico al que acabo de refirme. Es precisamente el carácter de Iago lo que me gustaría resaltar en estas líneas. 

Era prudente, opinando y guardando silencios como nadie, y era justo, demostrándome en muchas ocasiones lo importante de dar a cada uno lo que es debido con absoluta equidad. Fuerte como una montaña, nunca lo vi encogerse ni hacerse pequeño ante los problemas, para mí fue un ejemplo de persona valiente que planta cara a la vida y repleto de templanza, pues en los momentos difíciles transmitía calma y serenidad. Y, sobre todo, sabía cuidar como nadie de los dos ángeles que le tenían robado el corazón. Esas virtudes evidencian que era y es un ser libre, único, y atemporal pues se quedará en nuestra memoria para siempre. 

"Fue un ejemplo de persona valiente que planta cara a la vida y repleto de templanza, pues en los momentos difíciles transmitía calma y serenidad"

Dicen que la mirada de las personas refleja el alma y en ella se puede percibir un atisbo de la belleza interior de cada uno de nosotros. Yo con cariño, le llamaba “el chico de los ojos infinitos”. Por más que me asomaba a su mirada, era interminable, no llegaba a ver el final… La mirada de Iago era penetrante, llena de fuerza, una mirada de líder nato, como la del niño de la fotografía que presidía su mesa de trabajo.

¡Me cuesta tanto hablar de ti en pasado! Pero me consuela saber que el enorme vacío que dejas es sólo físico y que te has ido sereno, rodeado de todo el amor de los tuyos y sin miedos. Te pido una señal desde el otro lado, pero algo sutil, que tanto Miguel como yo andamos ya metidos en años... Los dos sabemos que eso es posible. 

Y no olvides buscar mesa en un sitio especial para cuando nos reencontremos. Nos sirve un hermoso huerto de palmeras, que sé que para ti tiene un valor familiar muy especial. Mientras escribo recuerdo que recientemente te comuniqué que para la Universidad Miguel Hernández de Elche sería un honor que formaras parte del Consejo Asesor de la Cátedra Institucional del Palmerar D’Elx, a lo que me respondiste que te hacía ilusión pero que por el momento era mejor esperar a encontrarte más recuperado. Habría sido un verdadero lujo contar contigo.

¡Ah, y que no falte un buen vino de tu tierra!, a ver si conseguimos que por fin Miguel saque la guitarra y así se vaya uniendo a la fiesta, a su debido tiempo, todo aquel que te ha querido y te seguirá queriendo siempre

 Hasta la vista, amigo.