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Florentino Regalado Tesoro

Ecología, cambio climático y sostenibilidad ambiental: un mundo de incoherencias

La desertifIcación, el enemigo silencioso que a nadie importa | EFE F.J.Benito

 No seré yo el que ponga en dudas y cuestione, que no estamos haciendo las cosas bien exprimiendo esta Tierra nuestra, y que de una forma u otra estamos alterando su caminar mientras sigue girando alrededor del Sol. Vaya esto por delante, para que nadie interprete equivocadamente lo que viene a continuación.

A nuestros políticos se les llena la boca predicando magnitudes inalcanzables y ampulosas sobre la ecología, el cambio climático y la sostenibilidad, y se olvidan de que los cambios que tienen lugar en la naturaleza son lentos, requieren tiempo y resultan ser la suma de las pequeñas cosas y actuaciones cotidianas.

Son estas pequeñas cosas, las que sumadas hacen un todo alterando el medio ambiente, donde sí se puede y se debe legislar con eficacia y sensatez.

Me entenderán mejor con ejemplos de lo pretendo defender, centrándonos en lo pequeño y concreto para alcanzar un mundo mejor y más sostenible.

Tenemos aquí la problemática del Trasvase Tajo-Segura. Si los expertos nos dicen que el caudal del Tajo al que quiere llegar la ministra de Transición Ecológica es un disparate, y pretende regar con agua desalada que, aun aceptando que existiesen infraestructuras suficientes para ello, que no existen, tiene un coste energético del orden de cinco veces superior, ¿me quieren decir Vds., de qué puñetas de sostenibilidad ecológica estamos hablando?

Si cada fin de semana, dejando al margen el COVID, que ya es dejar, nuestros jóvenes nos llenan las calles y plazas con toneladas de basuras plastificadas sin que nuestros gestores sean capaces de poner orden en el asunto ecológicamente, ¿de qué sostenibilidad estamos hablando?

Si parece estar demostrado que la energía nuclear es la más limpia y barata, superando con creces a la energía que pueden proporcionarnos los ventiladores gigantes y las placas fotovoltaicas; ¿por qué caminamos por el camino contrario, en vez de centrarnos en mejorar la seguridad y el almacenamiento de los subproductos de las centrales nucleares, evitándonos trasladar a la atmosfera millones de toneladas de CO2 produciendo energías costosas y en su mayor parte sucias?

Si para producir una tonelada de acero, tenemos que echar al aire entre dos y tres toneladas de CO2 cuando lo empleamos en la construcción, ¿por qué diablos mantenemos un Código Técnico que se ha inventado unas velocidades de viento en general, y de Benidorm en particular, que no se han dado nunca, incrementando el consumo del acero en unas cantidades brutales cuando calculamos los edificios?

Y no les arriendo las ganancias si de los sismos se trata, pues algunos sanedrines universitarios y ciertos geólogos con ganas de salir en los papeles, que de construcción entienden lo que yo puedo entender de geología, están empeñados en hacernos creer que vivimos expuesto a unos terroríficos terremotos, que por si no lo saben Vds. en los últimos cien años, las victimas que han causado no llegan ni a diez , y nos están obligando a resolver las estructuras de una manera profundamente equivocada, gastando estúpidamente acero en las mismas irracionalmente, como el propio terremoto de Lorca nos ha mostrado a los que entendemos de verdad de estas cosas, aunque ellos erre que erre siguen caminando por la senda de hacer el mundo menos sostenible y más contaminado.

Mi admirado colega y escritor Juan Benet antes de morir, citaba que los dos males futuros de nuestra sociedad, uno era el feminismo entendido como lo entiende nuestra ministra de Igualdad y el otro, era la ecología mal entendida.

Decía sobre J. Benet, otro ilustre ingeniero también fallecido José A. Fernández Ordóñez: «Benet no creía en la naturaleza benéfica de los románticos y de los ecologistas. Desconfiaba de una naturaleza que tan a menudo muestra su energía caprichosamente creadora y ciegamente destructora. La suya fue una actitud ilustrada». En una intervención temprana de 1982, Benet denunciaba «ciertos abusos verbales y algunos legislativos, que son los mayores responsables del estado latente de beligerancia que hoy existe entre el desarrollo y la ecología. Me permito señalar entre esos abusos, utilizado y repetido últimamente ad nauseam, el concepto de “delito ecológico”, un paralogismo con ayuda del cual una de las partes del conflicto se permite situar a la contraria fuera de la ley. Y no solo de la ley, sino de la moralidad pública. No existe ni puede existir un delito contra la naturaleza ―y en esa opinión me acompaña uno de los altos magistrados de la nación―, pues alinear a la naturaleza entre las partes litigantes es tanto como volver a apelar y recurrir al derecho divino, en contra de la evolución de la ciencia jurídica y el derecho de las gentes». El enojo de Benet con los años fue a más: «Hay demasía gente que ya se gana la vida con la ecología, y no siempre honradamente>>.  

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