Visto lo visto, lo de jugar los sábados no estaba mal tirado. Si había victoria, miel sobre hojuelas, tenías todo el domingo para festejar con los tuyos; y si por el contrario pasaba lo que viene pasando ya desde tiempo inmemorial, al menos no amanecías en un lunes. Pero hay que reconocer que el horario vespertino dominical es el que más consenso despierta entre la hinchada así que, «al César lo que es del César», mi enhorabuena por la rectificación a Parodi, Carmelo o a quien quiera que sea el que tome las decisiones en este club, donde es casi tan difícil saber quién manda como meter un gol.
El caso es que aquí estamos otra vez en lo más bajo de esta montaña rusa que recién oteábamos desde arriba hasta que llegó el «alzirazo». Por cierto, un clásico de nuestras vidas: cuando la peregrina herculana es masiva, el castañazo es seguro. Los más cafeteros ya se lo barruntaban en las puertas del Luis Suñer, «Mucho herculano veo; palmamos seguro». Así que ya con el dos cero la espantá hacia la terreta fue general. Otra vez será.
Así es el Hércules que nos ha tocado vivir, unas veces estás abajo y otras, más abajo aún. No sé ustedes, pero yo ahora mismo me encuentro en ese puntito de moral donde el Atlético Pulpileño me parece el Chelsea y pensar en un ascenso es una quimera al mismo nivel que soñar con que te toque la lotería. Como casi siempre, solo queda aferrarse a la esperanza de que esto es muy largo, de igual manera que aún sigo jugando a la bonoloto con la secreta ilusión de agenciarme el club y nombrar a Giuliano presidente de honor. No me negarán que cosas más difíciles se han visto.
Claro que, para sorpresa total la de escuchar al Molt Honorable intentar desagraviar a Alicante a propósito del Hércules. Convertir nuestro decrépito estadio en el Rico Pérez Arena ha sido su última perla. Vistos los antecedentes con la Vía Parque, la ampliación del Tram, la conselleria de la curva, o el centro del envejecimiento, no queda otra que rezar para que se adelanten las elecciones.
