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Marc Llorente

La corrida popular

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (i), y el líder del Partido Popular, Pablo Casado. / EFE

El peregrinaje de la campaña publicitaria del PP arrancó en Santiago de Compostela para promover el autobombo de sus dirigentes, lanzarse flores, ofrecer moral a la tropa y poner sus cartas boca arriba de nuevo. La propaganda popular es el pan duro de cada día. Seguimos bajo la amenaza de una convención nacional interminable. Ayuso y Casado cierran filas de momento, y la proyección de la presidenta de Madrid como líder estatal cede espacio a su colega, que intenta reforzar su liderazgo.

Díaz Ayuso domina el arte de la simplona improvisación asesorada previamente, pero también tiene quien le escriba. Saca el papel y lee fatuos discursos. Lo de «meridianamente claro» es tendencia entre los populares. Recordemos el énfasis de Rajoy o Cospedal repitiendo eso una y otra vez. Gracias a Ayuso nos acabamos de enterar de que «Madrid es España». Conocemos bien sus recetas, que son las del Partido Popular en definitiva, y su amor por la libertad real de unos cuantos, quienes cortan y pinchan, y por la libertad mancillada y de pega de la mayoría. No quieren que pinche ni corte. Sí que trague con su propio consentimiento. El refrán «Dime de qué presumes y te diré de qué careces» define el talante de Ayuso, Egea y compañía.

La conclusión es fácil. «Socialismo o libertad. Sánchez o Casado». Precisamente ahora que se cuestiona el neoliberalismo en el mundo con sus viejas ortodoxias sobre el empleo, el salario y la austeridad. Porque es necesario contrarrestar a las élites financieras a fin de que el progreso esté lo más equilibrado posible. Esta es la tarea de un Gobierno progresista, que debe reconstruir y despertar esperanzas, como ya se dijo en un artículo anterior. Vean el éxito electoral del longevo Partido Socialdemócrata de Alemania, lo que da impulso a la familia de la socialdemocracia en la UE, en favor de la recuperación social y la transformación verde de la economía, que falta hace.

Con traje de luces, montera, capote, muleta y estoque, el «salvador de España», Pablo Casado, se echó al ruedo de la plaza de toros de Valencia, en el último acto de la convención, defendiendo la España de sus intereses a la antigua usanza, disfrazado de libertad y con ese barniz de humanismo cristiano que hace un corte de mangas al papa Francisco, a quien deberían respetar para no contribuir a que digan, como algún sujeto mediático proclama, que es «el representante del diablo en la Tierra».

Casado torea y el toro Sarkocy le empitona, condenado de nuevo por corrupción, después de alabar el diestro los «buenos ejemplos» que realizó en Francia. El torero es defensor de la «cultura de la vida», consistente en la injusta distribución de la riqueza, y del feminismo liberal. Es decir, la iniciativa privada de las mujeres en el ámbito económico sin la intervención del Estado, a diferencia del feminismo propiamente dicho, que es un movimiento de construcción social y política. En esto estriban los «gobiernos de la libertad» de un PP en brazos, además, de Vox. Casado, él solito, piensa coger a Puigdemont de una oreja y dejarlo a los pies del Tribunal Supremo.

La batalla cultural pasa por la educación. Los hijos son propiedad (mal entendida) de los padres y hay que amaestrarlos para que no se salgan del redil de «votar bien», a la derecha reaccionaria, según el ilustre Vargas Llosa. Casado exhibe la espada y remata la faena del premio nobel. Bajada de impuestos, en beneficio de los más poderosos, y privatizar a cualquier compañía pública. El expresidente valenciano, Camps, agitó su pañuelo blanco en la plaza con esa misma alegría de cuando la corrupción cabalgaba entre miembros de primera línea de su grupo.

Enfrente tenemos a un Pedro Sánchez que no conciliaba bien el sueño al no poder desbloquear las negociaciones sobre las cuentas generales del Estado y sumar puntos para que no solo los sume Yolanda Díaz, la líder política mejor valorada con su perfil de presidenta y carácter socialdemócrata. Una convivencia imprescindible de cara a gobernar y convencer. Díaz quiere un proyecto aglutinador, sin egos, y concreción de políticas que se puedan percibir en la realidad diaria. La aspiración de crear esa plataforma es un plan parecido al de Errejón. Pero hay que unir más que competir.

A todo esto, después de aquellos papeles de Panamá, se airean los papeles de Pandora. Más negocios en paraísos fiscales o evasión fiscal por parte de políticos, altos cargos, jefes de Estado, exjefes, reyes, empresarios y artistas de más de noventa países. Bruselas cifra en cuarenta y seis mil millones de euros anuales los impuestos perdidos cada año. Un problema sistémico. Ya lo dijo el que fue presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en 2016, llamando a la acción a los líderes mundiales: «Ese es el problema. Un montón de estas cosas son legales». No es extraño que el actor Alberto San Juan afirme que «Lorca percibió que el capitalismo es incompatible con la vida». Se busca algo que no lo sea. Y no reside en Génova, 13.       

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