El presidente de Iberdrola no solo refuerza su apuesta por el cierre de las centrales de carbón, sino que pide su inmediata demolición para que nadie tenga la tentación de reabrir alguna, aunque sea de modo temporal, ante problemas de suministro o precio de otros combustibles. Este tipo de fundamentalismos son los que desacreditan cualquier programa, pues la descarbonización tiene sentido si se hace de forma pausada, compensando a las zonas y colectivos afectados y dejando en reserva una parte de las centrales cerradas por si hay que echar mano de ellas ante una emergencia energética. La destrucción y achatarramiento de toda la potencia instalada de origen carbón ya ha comenzado, sin interpelaciones ni protestas de nadie y con la anuencia del Gobierno de España, uno de los países más dependientes de Europa desde el punto de vista energético. En este asunto no estamos en buenas manos.
