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Antonio Sempere

El Teleadicto

Antonio Sempere

La niña rusa

Kamila Valieva, durante su programa. EFE

Antes de las finales de patinaje artístico femenino de los Juegos de Pekín debían haberlo advertido: «Atención, estas imágenes pueden herir su sensibilidad». No fue plato de gusto ver a una chiquilla, no una máquina, Kamila Valieva para más señas, de quince años de edad, la mejor patinadora del momento, pasar por ese trance. Todo ello en riguroso directo, en primerísimos planos en los que pudimos ver cómo se rompía, cómo no pudo soportar tanta presión sobre sus hombros, al recaer sobre ella un feísimo asunto de dopaje del que no era más que víctima.

La trimetazidina, un medicamento para el corazón que ni quita ni pone para los cuádriples que en los europeos y en el reciente Grand Prix la hicieron campeona, diagnosticado por error por vete a saber quién, fue su espada de Damocles. La dejaron competir, pero basándose en las sospechas no habría entrega de medallas para el equipo ruso, aunque las ganaran. Al menos hasta que se esclarezca el caso, algo que no ocurrirá antes de unos meses.

Con semejantes antecedentes salió a la pista de hielo a ejecutar tanto el programa corto como el programa libre Valieva, a la que solamente por haber aguantado en pie habría que levantarle un monumento. Así, seguir la competición por Eurosport se convirtió en un drama considerable.

Que devino en obsceno cuando llegado su final, y tras varios desajustes en la ejecución del Bolero de Ravel, Valieva quedó cuarta, sin medalla, y al llegar derrumbada al pasillo de la pista todavía tuvo que soportar de boca de su entrenadora, Eteri Tutberidze, un ofensivo: «¿Por qué te has rendido? Explícamelo. ¿Por qué dejaste de luchar?». Menos mal que Sara Hurtado, la comentarista, puso un poco de humanidad. «No son máquinas. Son personas».

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