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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

La soledad del dron

La dimisión de Mata como síndico del PSPV en las Cortes vuelve a poner en evidencia las dificultades del jefe del Consell para actuar ante los problemas internos

Manolo Mata, en una intervención en las Cortes Valencianas. INFORMACIÓN

Nos pasamos media vida no actuando porque aún es demasiado pronto y la otra media sin poder reaccionar porque ya es demasiado tarde. Si antes se me ocurre recurrir a la conocida reflexión de Flaubert, a cuyo magisterio me acogí en mi último artículo sobre las elecciones presidenciales francesas y su traslado a la política valenciana, antes me la hacen buena. El síndico portavoz del PSPV-PSOE en las Cortes Valencianas, Manuel Mata, comentó ayer (uso el verbo con tanta precisión como intención) que deja el cargo. Debería haber renunciado hace un año, cuando se conoció el enésimo episodio de corrupción en la Comunidad Valenciana y se supo que él era el abogado defensor de uno de los principales investigados. Pero ni lo hizo él, ni el president de la Generalitat, Ximo Puig, le obligó a hacerlo. Marchándose ahora, doce meses después, veremos el daño que a la política valenciana en general, a la izquierda gobernante en concreto, y al jefe del Consell en particular, le hace. Seguimos padeciendo políticos a los que siempre les parece demasiado pronto para dimitir y dirigentes que nunca encuentran el momento de destituir. Luego viene la realidad, y les atropella, por mucho que quieran endulzar el trago filtrándolo a los amigos.

Seguramente a ustedes les costará entender lo que ha pasado con Mata, antaño destacado referente de la corriente Izquierda Socialista, inteligentemente reclutado por Ximo Puig para que ejerciera de taumaturgo en un parlamento autonómico en el que, cuando el Botànic llegó al Palau en 2015, con una mano había que frenar y contragolpear a un PP escocido por la pérdida del poder tras ejercerlo de forma absolutista durante 25 años; mientras con la otra tocaba parar, templar y mandar a los socios de Compromís y de Podemos. Parar, templar y mandar que en tauromaquia no es otra cosa que llevar el toro al sitio deseado. Con los datos de los que disponemos, reconozco que yo tampoco sé en qué momento perdió Mata los papeles hasta el punto de verse forzado ahora a salir por la puerta de chiqueros pese a haber acreditado, al menos en una primera etapa, una brillante hoja de servicios. Lo único que sabemos es que ha ocurrido. Lo que no quiere decir que no se viera venir.

Hace un año que se conoció que un juzgado investigaba el que ha sido bautizado como «caso Azud». En definitiva, la enésima trama de corrupción, por lo demás nada original respecto a las ya anteriormente conocidas. Empresarios del sector de la construcción, intermediarios con títulos de abogados bien conectados con las cúpulas de los partidos y con la Administración, gobierne quien gobierne ésta, campañas electorales... «Mi amigo te puede ayudar en tu reelección, tú le ayudas a él en este cambio de calificación de estos terrenos, yo cobro una modesta comisión por las molestias y como todos nos caemos (perdonen la expresión) de puta madre, aquí tienes un relojitos, allá una estilográficas, acullá un viajecito o un bolso molón, para celebrar que somos (perdonen otra vez) la hostia» y etc. En este caso, centrado en Valencia pero que, como también es costumbre, salpica en mayor o menor medida a Alicante, encontramos principalmente prebostes del PP. Para eso era, en el momento de los hechos, el partido que lo gobernaba (casi) todo. Pero también del PSOE. Y no pequeños. Por el lado popular, Alfonso Grau, el número dos de Rita Barberá (mira, ahora que querían resucitarla), junto al hoy vicepresidente del parlamento autonómico, Jorge Bellver, último portavoz del PP antes de su derrota. Por el socialista, el que hasta el estallido del escándalo y su consiguiente detención era subdelegado del Gobierno en Valencia (que le pregunten al exministro Ábalos, que fue quien lo impuso), Rafael Rubio, y José María Cataluña, el «financiero» del PSPV, cuyo nombre, de una forma u otra, ha adornado todos y cada uno de los sumarios relacionados con irregularidades políticas que se han abierto en la Comunidad Valenciana en las últimas décadas Digo bien: décadas. Y digo bien: todos.

Y, entre ellos, Manolo Mata. El hasta este fin de semana, síndico del PSPV. Mata es el abogado defensor del principal empresario encausado, Jaime Febrer. Que Mata haya seguido ejerciendo como profesional del Derecho con despacho abierto en València mientras se desempeñaba como máximo responsable del primer grupo político de las Cortes Valencianas, que al mismo tiempo es el que sustenta al primer partido del Gobierno de la Generalitat, por mucho que legalmente pueda resultar compatible, no es una anomalía: es un disparate, que se ha sostenido a lo largo de casi dos legislaturas. Y una incoherencia de primer orden: ¿pero no era Manolo Mata el representante genuino de las esencias? ¿Y le parece ético que quien tanto pesa en decisiones que tienen que ver en la legislación de esta autonomía atienda clientes que ineludiblemente tienen intereses en esa legislación que él promovía? No crean que me apunto de forma oportunista al carro de los que ahora verán clarísimo el conflicto de intereses. Hace más de un año, cuando Mata declaró ufano que si tenía que elegir entre su cargo en las Cortes o su despacho profesional no tenía duda alguna, quien esto firma ya publicó un artículo en el que le instaba a no tardar ni un minuto en dejar su función pública. En aquel momento, tal compatibilidad era una vergüenza. Hoy, además, se ha convertido en un problema que su tardía renuncia no resuelve. Entre otras cosas, porque Mata dimite como síndico portavoz en las Cortes, pero no como vicesecretario general del partido. Que alguien lo explique. Por favor.

Para comprender la magnitud del error del PSOE en todo este asunto, basta con ver que de lo que hablamos los medios este fin de semana, en un caso que afecta principalmente al PP, aunque en el sumario aparecen nombres de la aristocracia de ambos partidos (Esteban González Pons o Joan Ignasi Pla, por citar a dos de los mencionados en el foliado, uno de cada palo) es de la crisis en el grupo parlamentario socialista y sus consecuencias sobre el gobierno entero. O, por mejor decir, sobre la gobernabilidad. ¿Parece una broma? Pues sí, pero no lo es.

El error de la estrategia socialista se ve muy bien si se tiene en cuenta que es el del PSOE del que se habla en medio de un caso de corrupción que sobre todo afecta al PP


Repetía antes la cita de Flaubert del anterior domingo. La de que nos pasamos el tiempo sin hacer nada porque es demasiado pronto hasta que nos damos cuenta de que es demasiado tarde. Es la enfermedad que padece el jefe del Consell, Ximo Puig. Cierto es que la cualidad más genuina de los presidentes de Gobierno, así sea de los nacionales como de los autonómicos, es la inmovilidad. Llegan al cargo por su iniciativa, pero parecen convencidos de que sostenerse en él depende de en qué medida sean capaces de mantener el laissez faire laissez passer como emblema de su mandato en lo que a gestión de los problemas internos se refiere. Pero también es verdad que la historia demuestra que es precisamente el inmovilismo el que finalmente explica su caída cuando esta se produce.

Algo así le ocurre a Puig, presidente de un gobierno la mitad de cuyos miembros (Oltra, Soler, Marzà, Bravo, Climent) figuran entre los más veteranos en una misma responsabilidad de la política nacional. Cuando empezaron, lo digo sólo para que se hagan una idea, su misión era superar de la mejor manera posible los efectos todavía presentes de la Gran Recesión de 2008. No sé si a estas alturas de sufrimiento aún la recuerdan.

La posición del portavoz socialista en las Cortes era insostenible desde que se supo que era el abogado del principal imputado en el caso Azud. ¿A quién se le ocurrió mantenerlo?


Si Mata es hoy un problema grave, más allá de por sus propios e imperdonables errores, es porque Ximo Puig no le hizo salir cuando debía, hace al menos un año. Bajando a ras de tierra, si el PSOE sigue teniendo un agujero en la segunda ciudad de la Comunidad Valenciana (seguramente la que más le importa en términos electorales), es porque el líder del PSPV no acaba de decidir nunca cuál es la linea que quiere seguir (aviso a navegantes: ya no es Ana Barceló la posible candidata a la Alcaldía, beguin the beguin). Si la mayor apuesta política en favor de la descentralización, cual fue la apertura de una conselleria con sede por primera vez en Alicante, no ha tenido el recorrido que se merecía es porque, visto que quien ocupó el cargo no era capaz de ponerlo en valor, tampoco quien la nombró se ha atrevido a cambiarla. Si la Agencia Valenciana de la Innovación no aporta nada en València, salvo dinero para un entorno muy concreto, pero resta en Alicante, es porque quien consintió que su máximo responsable se convirtiera en señor de horca y cuchillo no hace nada por ponerlo en su sitio, que no es otro que el de funcionario interino sin mayor mérito ni condición. Si en la Diputación, la primera línea de contraposición política al PP, los socialistas no son capaces de fijar línea, pese a que el PSOE fue el partido más votado en las últimas elecciones en la provincia de Alicante, es porque no hay disposición para impulsar los cambios que pongan a funcionar a un grupo que tiene tantos efectivos como el que gobierna. Y si el enésimo experimento, por acabar con los ejemplos, sobre la ciudad de Alicante, la de mayor censo de la provincia, digo del candidato a la Alcaldía, Francisco Sanguino, ha fallado de nuevo pero ha acabado convirtiéndose en un embolado como portavoz en la oposición, es solo porque no se le ha sabido dar una salida digna.

Puig tiene que empezar a tomar decisiones, da igual en los asuntos graves como en los menores. De otra manera, los problemas se acumulan y se transmite inseguridad

El dron. Es así como veteranos dirigentes del PSOE denominan ahora al presidente de la Generalitat y líder de su partido. Se quejan de que sobrevuela la Comunidad, acudiendo a todo. Pero sin dejar marca ni resolver los problemas de fondo, que se van acumulando. Resulta una inteligente definición. Porque un dron, cuando se eleva, ve más y más lejos. Pero la valiosa información que proporciona no sirve si a pie de tierra no hay nadie capaz de procesarla y actuar en consecuencia. Como sigamos así, cualquier día la nave regresa a la base y se encuentra con que ha desaparecido. Se esfumó mientras estaba en las nubes.

Un poco de respeto no estaría mal

Estoy seguro de que el alcalde de Alicante, Luis Barcala, está tan abochornado como yo tras haber leído la crónica de mi compañera Carolina Pascual acerca del comportamiento del protocolo del Ayuntamiento en la última Santa Faz, prohibiendo el acceso a miembros del Consell y concejales representantes de los alicantinos, al mismo tiempo que le franqueaba la entrada a su esposa, a la que nadie ha votado. Estoy convencido, por lo que le conozco, de que Barcala no tiene esa concepción trasnochada y caciquil del cargo público y, por tanto, estoy persuadido de que si eso sucedió, si la consellera de Sanidad, la de Innovación o el de Obras Públicas, vieron cómo les cortaban el paso, lo mismo que a la mayoría de los ediles de la Corporación, mientras a los familiares del alcalde se les ponía alfombra, si eso pasó, digo, me juego lo que quieran a que fue sin el conocimiento del alcalde. Sé, por eso, que Barcala tomará medidas sobre el deficiente departamento de Protocolo que padece. Pero, ya que se pone, le rogaría que reúna a los concejales, sean de su partido o de Cs, para explicarles que están ahí no por su cara bonita, sino porque les pusieron en una lista. Porque resulta una vergüenza ver cómo en general se comportan. Por poner un ejemplo, los balcones de las Casas Consistoriales en la procesión del Encuentro, con varios ediles conduciéndose como si estuvieran en la barra de un bar y no en un privilegiado espacio público. Es posible que para muchos este año haya sido una novedad en sus vidas. Pero como queda una Semana Santa más, mejor que Barcala les controle y no den otro espectáculo. ¿Porque él quiere seguir, no?

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