Fundesem fue otro de los sueños de una generación de empresarios, liderados por el fundador de Ecisa, Manuel Peláez, que se cuentan entre los últimos que comprendieron que responsabilidad social y negocio no son términos incompatibles y que creyeron que Alicante podía (y debía) recuperar el impulso que entre los años sesenta y setenta del siglo pasado la caracterizó. Fueron visionarios en muchas cosas, pero también en pensar que el futuro podía pasar por las ciudades medias. Y ocurrió. Ocurrió en Estados Unidos, en Francia, en Alemania. Ocurrió incluso en España, ahí está el caso de Málaga. Pero no aquí.

La muerte de Manuel Peláez, el infortunio de la enfermedad del hijo que estaba llamado a sucederle, la progresiva desaparición de aquellos empresarios que intentaban comprender la ciudad (y la provincia) más allá de sus solares y querían implicarse en su desarrollo, sustituidos por otros que tenían por único santo y seña la especulación y, por último, la quiebra de la Caja del Mediterráneo, el verdadero motor económico de este territorio durante décadas, truncaron aquella iniciativa de contar con una Escuela de Negocios que contribuyera a pasar, de un tejido empresarial improvisado, a uno bien formado y especializado además en los sectores industriales predominantes en Alicante.

A mediados de 2015, con un gobierno bipartito del PSPV y Compromís recién llegado a la Generalitat, directivos de Fundesem pidieron una mediación con los nuevos responsables de la Conselleria de Economía para salvar una coyuntura, por decir algo, delicada. Hacía ya varios años que la Escuela no pagaba el alquiler de su sede, de titularidad pública, y los servicios jurídicos del Consell ya se habían puesto en marcha, como es su obligación, para que las arcas comunes no sufrieran mayor merma. De aquel primer contacto se derivaron distintas reuniones con el Gobierno autonómico para tratar de encontrar una solución, que el conseller Climent dio orden de facilitar. Se pactó la continuidad, al mismo tiempo que un plan de pagos.

Pero aquello se hizo en paralelo a una guerra civil en el seno de la propia Fundesem, que era lo último que le faltaba. Aquellos directivos que habían pedido esa prórroga estaban a su vez inmersos en una descarnada guerra con los que habían dirigido antes la escuela. No tengo ni idea de quién tenía razón ni quién la dejaba de tener, pero Fundesem dejó de ser ni siquiera una aspiración para transformarse en campo de batalla. Ya sabemos de la afición de Alicante por convertir, todo lo que no se pueda construir, en camposanto.

Echaron a este nuevo equipo y llegó otro comandado por el abogado Sánchez Butrón. Pareció que cobraba vuelo. Pero los cimientos estaban ya carcomidos. En el mejor ejemplo de pescadilla que se muerde la cola que pueda encontrarse, la falta de ingresos impedía contratar profesores de prestigio que impulsaran la marca, lo que a su vez hacía que el interés por formarse en ella decayera y el balance se deteriorara cada vez más.

El plan de pagos con la Generalitat no se cumplió. Fundesem lleva más de una década de morosidad. La Escuela de Negocios ni funcionó como negocio, ni se gestionó bien como tal, lo que no deja de ser una cruel paradoja. El último cartucho era ni más ni menos que colar de rondón una Facultad de Medicina privada que hubiera servido tal vez para liquidar deuda, pero que a cambio de una inversión mínima habría conseguido asentarse en Alicante por la puerta de atrás. Un disparate que hasta el nuevo presidente de la Cámara, Carlos Baño, se vio obligado a denunciar en su discurso de toma de posesión, aunque lo hiciera no tanto movido por el afán de defender del expolio lo público, cuanto por el interés de quedarse con esas instalaciones en cuanto Fundesem sea desahuciada. Aquí, todas las películas son mediometrajes.

Esa es la historia. Sánchez Butrón ha convocado a los patronos para pedirles aportaciones que salven in extremis la escuela. Ojalá le vaya bonito, pero vistos los antecedentes no cabe ser optimista: si les importara, ya lo habrían hecho. Por eso sorprenden declaraciones tan tópicas y extemporáneas como las del alcalde Barcala, achacando el posible cierre de Fundesem a falta de “sensibilidad”. Aquí durante años lo que ha sobrado ha sido, precisamente, sensibilidad por parte de muchos actores con una situación que se deterioraba a diario sin que sus responsables fueran capaces de revertirla y sin que los principales empresarios movieran un dedo por sostener y hacer viable un centro que sus antecesores crearon. Así que los culpables no están fuera de esta provincia, sino dentro. El cierre es un fracaso de Alicante. Otro más.