Todos los alicantinos, alicantinas, madrileños... que a principios de los años noventa del siglo pasado ya estábamos a punto de entrar en la treintena, y que llevamos ya más de media vida pegados a la playa de San Juan de Alicante -lo mismo sucede en otros puntos de la Costa Blanca-, guardamos en la retina las imágenes que ofrecía en el verano de 1991 uno de los grandes patrimonios naturales y turísticos de la ciudad. Media playa había desaparecido, el mar batía casi a las puertas del antiguo hotel Sidi y de todas las urbanizaciones de la primera línea de la zona del Cabo de las Huerta, y también de las primeras viviendas de la avenida de Niza, a partir de la emblemática «La Rotonda».

El cambio de la circulación de los vientos provocado por la urbanización feroz y sin control a partir de los años 70 había acelerado la regresión de la playa y el Gobierno tuvo que verter 1,5 millones de metros cúbicos de arena del yacimiento submarino de Sierra Helada en Benidorm para salvarnos del desastre ambiental y turístico. Hoy, treinta años después, la playa de San Juan vuelve a ser noticia porque, de nuevo, ha entrado en un plan urgente de Costas para salvar el litoral alicantino, desde Dénia a Pilar de la Horadada.

Ambicioso, polémico, pero, pese al grito en el cielo lanzado por ecologistas y pescadores, necesario. ¿Por qué? Nadie duda de que el daño está hecho y que cuando pasen otros 30 años seguro que habrá que coser un nuevo remiendo a nuestros arenales, pero la provincia de Alicante no puede permitirse perder sus playas por mucho que el cambio climático se empeñe en ponerlas contra las cuerdas en forma de temporales cada año más violentos.

Las playas no solo forman parte del ADN de la provincia de Alicante, sino que son un motor de riqueza, o ¿se imaginan el futuro de un municipio como Benidorm sin las playas de Levante o Poniente? Pero no ya solo Benidorm. ¿Alguien puede predecir qué sería de la provincia de Alicante sin sus playas? ¿Haría falta entonces un aeropuerto del que dependen directamente los ingresos de 3.000 familias? 

Por supuesto que la culpa del deterioro de los arenales es de los alicantinos, y no alicantinos, y de todos aquellos alcaldes que en su día permitieron alterar artificialmente los sistemas dunares en busca de las plusvalías de las viviendas en forma de suculentas licencias de obras, pero, sencillamente, guste más o menos, no se puede volver atrás en el tiempo y la regeneración de las playas y las obras para contener el mar son necesarias e incuestionables. Como resulta también urgente llegar a acuerdos con propietarios de chalets y restaurantes que tienen concesiones para 75 años en zonas donde por mucha arena que se vierta o espigón que se levante parecen condenadas a desaparecer, y no me refiero a la isla de Tabarca, El Postiguet, Torrevieja o la playa de Levante de Benidorm.

Costas prevé extraer ahora de los fondos marinos de Cullera, gastándose la friolera de 1.500 millones de euros, un total de 12,4 millones de metros cúbicos de arena para regenerar 16 playas, o tramos de playas, de Valencia y Alicante, desde Sagunto a Pilar de la Horadada, algunas situadas a 220 kilómetros del punto de extracción, lo que ha puesto en pie de guerra a los ecologistas pero que, lógicamente, apoyan los miles de vecinos que viven junto al mar, como se demostró hace un par de sábados en Guardamar, Pilar de la Horadada y la Marina ilicitana. El problema en la provincia no es nuevo y se conoce de sobra en todo su litoral.

La mitad de los arenales de la provincia de Alicante sufre problemas de regresión (pérdida de arenas) provocados por la invasión de los sistemas dunares consecuencia del intenso proceso urbanizador partir de los años 70, la construcción de diques -ejemplo el polémico el de la playa del Postiguet en Alicante- y los efectos del cambio climático, que están aumentado la violencia de los temporales. Un ejemplo claro de regresión, insisto, fue la playa de San Juan, que se quedó prácticamente sin arena a finales de los 80 y fue sometida a una regeneración artificial en 1991, con el vertido de 1,5 millones de metros cúbicos de arena, de los que el mar ha engullido ya un 30%. No estamos hablando de la subida del nivel del mar, ese es otro tema. Pero lo que es incontestable es que la frecuencia de los temporales se ha acortado y afecta mucho a la costa.

La regresión de las playas es un problema que se extiende a lo largo de los casi 8.000 kilómetros de la costa de España, agravado en los últimos años por el embiste de las tormentas y temporales invernales, por la erosión y un urbanismo salvaje que las impide regenerarse de forma natural. Todos estos factores hacen que millones de metros cúbicos de arena desaparezcan al año de las playas. De las 331 playas con las que cuenta la Comunidad Valenciana, la regresión amenaza a 66 en la provincia de Valencia y al 80% de las 96 de Castellón, también con graves problemas.

Y, por cierto, aunque parezca que no venga al caso, tan importante como salvar las playas es que el Gobierno piense un poco más en la Costa Blanca, o en tantos otros territorios, a la hora de anunciar alegremente decretos y decretos, sobre todo si afectan al turismo, 15 del PIB. Limitar la temperatura mínima del aire acondicionado a 25/27 grados en verano en el comedor de un hotel donde comen o cenan 400 personas al mismo tiempo es, sencillamente, demencial, como exigirlo a bares y comercios. Y si en el Gobierno tienen dudas que la ministra de Turismo, Reyes Maroto, eche un vistazo a la Prensa británica, donde ya definen a España como el horno de Europa. Benidorm no es Helsinki. Que se lo digan a los fineses.