Opinión | Tiene que llover

La fascinación

Las imágenes de la proclamación de Carlos III como rey del Reino Unido

Las imágenes de la proclamación de Carlos III como rey del Reino Unido / Reuters

En el barrio en el que crecí había maestros, peluqueras, polis, traficantes de hachís, revoltosos para los que el pecé era revisionista, pero monárquicos, lo que se dice monárquicos no entraban en los planes de desarrollo como no fuera el pulso que se traían seguidores de la banda de Liverpool y de sus satánicas majestades. Destronarlos suponía una tarea ingente.

   En julio del 69 el príncipe Juan Carlos fue nombrado heredero. Lo malo es quién lo designó en medio del polvorín contestatario cuando antes fue menospreciado por un grupo falangista al grito de «¡Fabiolo, Fabiolo!». La izquierda lo bautizó como «El breve» y los ultras como «El tonto», que es de lo único que no se le puede tildar aunque ambos se lucieran con el pronóstico. En este contexto, y pese a la popularidad alcanzada por el monarca, tiene lo suyo conectar con la fascinación que el orbe británico siente hacia Isabel II, intocable hasta para los independentistas escoceses. Tras su adiós, ojo que Australia e Irlanda del Norte llevan tiempo tentados por descolgarse de la corona.

   Penetrar en el ser de la mujer que nunca expresó una opinión es tarea ardua. Pero entonces llegó el guionista y dramaturgo Peter Morgan quien a través de «The Audiencie», «The Queen» y «The Crown» nos ha hecho creer que Helen Mirrer y Olivia Colman son la reina y, al igual que él, hemos caído rendidos al tocarnos la fibra la cantidad de renuncias que hubo de hacer desde jovencita y la impenetrabilidad para no contaminar su cometido. El hijo, al menos, ecologista es o se lo hace. También ofreció un recital de tampones. Carlos III ha de trazar un estilo sin que tenga por qué estar patrocinado por el jeque de Qatar que le dio un pastizal. Ante la que se le viene encima ya dijo: «No soy idiota; sé que tengo que cambiar». Lograrlo a la edad que le ha pillado, y de la mano de Camilla, tendría tanto mérito como el reinado de su madre. Ficción sí que parece.