El ocaso de los dioses

Golpes de Estado desde los gobiernos

Molina, Rubiales y Luis Enrique en Doha antes de iniciarse el Marruecos-España.

Molina, Rubiales y Luis Enrique en Doha antes de iniciarse el Marruecos-España. / EFE

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Tras la bochornosa debacle de la Selección Española de Fútbol (eso de La Roja constituye una acomplejada perífrasis para evitar decir española, como le pasa a una de las letras del sanchismo, que le sobra a su partido, o quizá dos y puede que tres) capitaneada por un mediocre entrenador, un personaje avinagrado, rencoroso, prepotente, de aires chulescos y un inmenso complejo de adanismo tan caro hoy a la sociedad española, sobre todo a la clase política; tras las victorias de Japón y Marruecos, dos grandes del fútbol mundial y menos narcisos que Rubiales y Luis Enrique, no quedaban más quitapenas que echar un vistazo a cómo iba la temperatura democrática de nuestra selección nacional política capitaneada por Heliogábalo el bello y el nuevo profesor universitario, EL Cicuta presocrático, ese genio que leyó una obra de Kant que jamás se había escrito. Y quizá me equivoque, pero las alineaciones que presenta la roja -ahora sí- no auguran mucho nivel (en febrero, The Economist descendió la calidad de la democracia española a segunda división).

No es solo que la ministra de Igualdad (con el concurso de todo el Gobierno y la empoderada progresía canónica del 20-60) diera a luz una ley ideológica inversamente proporcional a su vergonzoso rigor jurídico, lo que ha permitido que en 60 días -¿entienden ahora?- hayan sido excarcelados 12 agresores sexuales y otros 52 han visto rebajadas sus penas; no es solo que ante tamaño desastre ideológico talibán lapodemía unidajamás será vencida, por lo que han vomitado sus invectivas y descalificaciones contra los jueces y juezas tachándolos de machistas; no es solo que la malversación vaya a ser a la carta y que la sedición se haya convertido en una desordenada pelea entre jugadores de cartas (conviene recordar que en el 20-S catalán, o el sueño de una noche de verano, la secretaria judicial que llevó a cabo el registro de la Consejería de Economía de la Generalidad tuvo que salir por el tejado presa del miedo ante los miles de pacíficos soñadores que estaban por allí desordenadamente, algo habitual -salir por el tejado- en países de nuestro entorno como Gran Bretaña, Francia o Alemania, por aquello que dice @sanchezcastejon de homologar la legislación española con el resto de democracias europeas. “¿Quiere usted que le mande más policías? No, me conformo con me mande menos manifestantes”). No solo es eso.

Es que, además, el nepotismo decimonónico del Patio de Monipodio se ha instalado de tal forma en nuestra anatomía que ya ni los desnudos escándalos son tales, ni tales desnudos son escándalos. Vean -igual que el anuncio de un vino al que pretendía detener la policía de la moral del ministerio de Igualdad por llevar el bikini mal puesto- cómo se desnuda la estética y se tapa la ética. Resulta que Ana de la Cueva, presidenta de Patrimonio Nacional (nada que ver con La escopeta nacional de Berlanga, prometo) y antes secretaria de Estado de Economía y ex número dos de la ministra Nadia Calviño, vicepresidenta primera, acaba de colocar (nombrar, dicen que se dice) al marido de ésta -Calviño, la vicepresidenta primera-, Ignacio Manrique de Lara, como alto cargo (dicen que se dice) en Patrimonio Nacional (nadia que ver con La escopeta nacional de Berlanga, prometo). En septiembre pasado, el Gobierno donde Nadia Calviño es vicepresidenta primera, colocó (nombró, dicen que se dice) al marido de Teresa Ribera, vicepresidenta tercera, Mariano Bacigalupo, antes en la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, CNMC, en la Comisión Nacional del Mercado de valores, CNMV (nadia que ver con La escopeta nacional de Berlanga, prometo). El trabalenguas marxista “la parte contratante de la primera parte…” es pura coincidencia o, en todo caso, pregúntenle a Marx.

Y del marxismo científico de una noche en la ópera pasamos al tardomarxismo iberoamericano de la ópera de tres centavos, aunque si Bertolt Brecht levantara la cabeza y viera las atrocidades que están haciendo en nombre del comunismo dictadores como Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela o Castro en Cuba (por no mencionar folclóricas extravagancias como las de Kirchner en Argentina, Petro en Colombia, López Obrador en México o Boric en Chile, entre otras), volvería a su tumba de Dorotheenstadt junto a Hegel, Fichte o Marcuse, a quienes pude visitar hace pocos años. Esta semana, un tribunal argentino condenaba a seis años de cárcel por corrupción (cientos de millones de dólares desviados) a la vicepresidenta del Gobierno y caudilla peronista Cristina Kirchner. Sí, es ELLA, la misma que nombró a Baltasar Garzón asesor en la Secretaría de Derechos Humanos de Argentina. Como era de esperar tras la sentencia, ELLA cargó contra los jueces aludiendo a una “mafia judicial”, como han hecho las ministras Irene Montero y Belarra, “persecución judicial”, junto al Podemos de Echenique, “jueces corruptos; justicia golpista”, y Monedero, “jueces sinvergüenzas”. ¿Recuerdan los insultos en España a los jueces y juezas tras los efectos de la ley del sinosino?.

Y para cerrar la frontera de las nuevas dictaduras, las que se consuman desde dentro, lentamente, sin que nos demos cuenta, el ya expresidente de Perú, el marxista existencial Pedro Castillo (¡cinco primeros ministros nombrados en apenas un año!), intentó dar un (auto)golpe de Estado al estilo secular latinoamericano. Pero el existencialista del marxismo indígena, Castillo, creyó que al pueblo le daba igual la democracia y la libertad. Se equivocó. Ha sido ese mismo pueblo cuya voluntad dice representar el neocomunismo, quien le ha parado los pies. Y las Fuerzas Armadas, y la Judicatura. Aún quedan diques de contención en el “jodido” Perú para frenar a estos dictadores. Los nuevos golpes de Estado no necesitan acompañarse de tanques al mando del mostachón de turno con sable. A los autócratas de ahora, más sibilinos y taimados que las asonadas de cuantos les precedieron en la destrucción de las democracias y el Estado de derecho, les basta un gobierno, el Boletín Oficial, un obediente y lubricado pesebre mediático y algunas togas dispuestas a mancharse con el polvo del camino. El resto viene solo y ya no se va. A más ver.