Obituario

El hombre que cogió el AVE

José Luis Montes Tallón, el hombre que cogió el AVE.

José Luis Montes Tallón, el hombre que cogió el AVE. / INFORMACIÓN

Juan R. Gil

Juan R. Gil

Era un tipo duro. Y, sin embargo, entrañable. Orgulloso, sin dejar nunca de ser humilde. Un hombre hecho a sí mismo (desde sus orígenes en un pequeño pueblo granaíno, su niñez en Madrid y su juventud trabajando en Alemania hasta acabar levantando en Alicante una importante empresa de ascensores que terminó en el foco de las grandes multinacionales), a base de esfuerzo y tesón.

José Luis Montes Tallón, que murió ayer a los 82 años, siempre dijo lo que pensaba. Pero, al contrario que otros, nunca dejó de pensar antes lo que quería decir y siempre supo ser tan firme como respetuoso. Fue el último de los grandes presidentes de la patronal alicantina, a cuyo frente sustituyó a su amigo Isidro Martín, que inició después de él un largo declive que culminó finalmente con la desaparición de Coepa y la atomización y jibarización de la representación empresarial provincial. Presidió también la patronal regional, que entonces se llamaba Cierval y cuyos máximos dirigentes iban rotando entre las tres provincias por turno. Y se mostró ahí como un socio leal de valencianos y castellonenses. Pero marcando territorio. José Luis no pisaba. Pero tampoco se dejaba pisar.

Hay partes de su gestión como representante empresarial que son públicas y notorias. Pero otras, probablemente las más relevantes, no se conocen o se conocen poco. Por ejemplo, las enormes tensiones con los primeros gobiernos del PP, recién llegado al poder de la mano de Eduardo Zaplana, que íntimamente le amargaron buena parte de su mandato en Coepa. Él no llevaba bien que quienes se proclamaban liberales se comportaran como los más feroces intervencionistas. Y ellos (digo de Zaplana y de su flamante conseller de Economía e Industria, Diego Such) no entendían cómo era posible que “ese señor de los ascensores” no pusiera Coepa a sus pies. El PP llegó al poder en 1995. Y en 1998 José Luis Montes Tallón dejó la presidencia de Coepa, tras un único mandato. Cierto es que él jamás había anhelado el cargo, que sólo aceptó por respeto a Isidro Martín. Pero también es verdad que podía haber continuado en él el tiempo que hubiera querido. Fueron muchos los que prefirieron que saliera. Pero el hecho de que tantos años después, y con una presidencia tan corta para lo que se estila, siga siendo recordado, da idea cabal de lo mucho que fue capaz de pesar en tan sólo cuatro años.

Pero más importante que aquellas batallas, cubiertas de naftalina, fueron otros posicionamientos, de los que hoy nos beneficiamos todos. Puede parecer una exageración, pero les aseguro que no lo es: sin José Luis Montes Tallón en la presidencia, en la de Coepa pero también en la de Cierval, quizá Alicante no tendría AVE directo con Madrid. O lo habría tenido más tarde y peor de lo que lo tuvo. Esa fue la gran lucha encubierta, soterrada y durísima, de Montes Tallón durante su mandato. Y no fue una pelea, ni contra Madrid, ni contra Valencia, por lo que a sus dirigentes políticos se refiere. Contra quienes Montes Tallón tuvo que medirse, haciendo gala de una entereza y una habilidad que muchos no sospechaban, fue contra sus compañeros empresarios de Valencia. Y no eran molinos, sino gigantes.

¿Cómo lo hizo? Ya lo he dicho. Con perseverancia. Con tesón. Sin pisar. Pero sin dejarse pisar. Con humildad. Pero con orgullo. Y, sobre todo, estudiándose hasta el último papel. Concienzudamente. Y sin importarle pedir una y otra y otra vez aclaraciones. Ese es el recuerdo más vívido que tengo de él. Su inagotable capacidad de preguntar y anotar, preguntar y anotar, preguntar y anotar. Lo cuestionaba todo, da igual si quien tenía enfrente era otro empresario, un conseller, un secretario de Estado, un presidente autonómico o un ministro. Y lo apuntaba todo. No lo hacía por acogotarles, sino por no olvidar nada y poder repasarlo para decidir su siguiente paso. Pero no se imaginan la presión que sus interlocutores podían llegar a sentir cuando José Luis sacaba su libreta y con ese deje andaluz que jamás perdió y que tanto desconcertaba a todo el mundo, pronunciaba su frase favorita: “Eso que acabas de decir, ¿me lo puedes repetir?”. Aquel bolígrafo que en ese momento enarbolaba era el arma más efectiva que jamás he conocido.