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El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

Sentarse a la mesa de los mayores

Sentarse a la mesa de los mayoresINFORMACIÓN

A menudo sentarse a cenar a la mesa de los mayores no depende tanto de lo que uno crea merecer como de lo que los ya sentados opinen. En realidad, los adultos prefieren disfrutar de los alimentos sin niños que intervengan con naderías en las conversaciones. Sin gritos ni carreras ni berrinches ni tirar migas de pan por encima de la mesa. Pero hay quien no lo entiende y mira que es fácil. Que razón tenía la madre de Forrest Gump: “tonto es el que hace tonterías “.

Es bien sabido que en las mesas donde está realmente el poder político o económico no sientan a cualquiera. Y es de entender. La cosa no va de recién llegados ni de nuevos ricos, aunque el clasismo no sea, hasta ahora, más que un racismo algo menos perseguido, tiempo al tiempo. 

Sencillamente considerar tus iguales a tipos vociferantes y maleducados es descender en la escala evolutiva y desear tomar una copa con Atila, rey de los Hunos. Compartir conversaciones inteligentes hasta el amanecer está fuera de norma, si acaso asaltar una licorería si ese es tu estilo. La consecuencia es que los maleducados tienen que conformarse con cenar en la mesa de los niños o enfadarse e irse a la cama sin cenar. Un desperdicio de comida.

Ni todos los caminos conducen a Roma ni el fin justifica los medios, pero el ninguneo y la marginación son una fórmula magistral para trazar una línea roja y acotar los daños. Las instituciones no tienen la culpa muchas veces de quienes las maldirigen, pero por alguna parte hay que empezar si queremos sanear un tejido enfermo. Porque quien tiene alguna responsabilidad en ellas es copartícipe de los desmanes, aunque “ella no quería “que gritaban Martes y Trece. Luego vienen los “madresmías”, pero ya es tarde y ve a decir en el Tribunal de Nuremberg que tú cumplías órdenes, verás que te cuentan de la obediencia debida y las excusas de mal pagador.

El perímetro sanitario fue muy útil en la pandemia para evitar que el bicho se extendiera, pero si no hubiera sido por las vacunas se hubiera reído de nosotros. El ARN mensajero es cosa seria y dispara misiles de verdad contra el virus, nada de mascarillas ni alejamientos ni boberías. Vale que en una primera etapa hay que aislar a los virus, y hacerles así reflexionar si de ello son capaces (no dejan de ser seres primitivos, un microorganismo, un animalejo al fin y al cabo, pero algo pensarán, no creo que tengan un raciocinio menor que un tertuliano del “Sálvame”), pero si la curación no es completa habrá que buscar armas más eficaces. Ya sé que puestas así las cosas hay poco espacio para el acuerdo, pero la máxima latina es “si vis pacem, para bellum”, o algo por el estilo.

La uniformidad de criterios es peligrosa para una sociedad sana, y desde luego nada más alejado de mis deseos. Los humanos tenemos diferentes colores, ideologías, gustos y hasta sexos y esa es la gracia de compartir un Planeta con gentes diferentes e incluso antagónicas. Con un pero: hay barnices como el talante o la educación que contribuyen a que la humanidad no perezca arrastrada por la barbarie. Se puede discrepar desde el respeto, reivindicar e incluso protestar airadamente guardando las formas, ser cortés incluso cuando creas que el contrario no lo merece. Cocear entra en otra categoría de semovientes, casi todos de cuatro patas, lo que no es ningún desdoro, que mi gato Aramis tiene ese mismo número de extremidades y bien chulo y erguido que anda.

Los que una y otra vez sacan los pies del tiesto corren el riesgo de tropezar. Los que tienen al mundo por enemigo suelen encontrarse con que el mundo, que no tenía nada contra ellos, de repente sea beligerante y mal adversario. Si en la autopista todos van en dirección contraria a la tuya lo más probable es que te hayas equivocado de sentido y casi siempre los conductores suicidas acaban en la morgue, a veces llevándose por delante a más de una familia inocente, que la gran tragedia son las víctimas colaterales.

Y es que Putin es muy cabrón, el tío.  

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