Dénia, el lugar que casi no existe

Hace más de un siglo esta era una ciudad orgullosa e influyente. Ahora se conforma con un tren que tardará la barbaridad de 3 horas en cubrir 90 kilómetros. Un parche, por mucho que aplauda el Consell

1915: El trenet Dénia-Alicante llega por primera vez a Gata de Gorgos.

1915: El trenet Dénia-Alicante llega por primera vez a Gata de Gorgos. / IECMA / Archivo Municipal de Dénia.

Arturo Ruiz

Arturo Ruiz

Aquellos trenes de los años noventa eran trenes infames. Trenes de antes de Maastricht, predemocráticos, con un tufo indecente a gasoil y a encierro de siglos. Se fueron haciendo peligrosos: a partir de 2010, bajo la pasividad de los governs populares de Camps y Fabra, los trenes entre Dénia y Alicante con transbordo en Benidorm tuvieron que reducir la velocidad porque las traviesas colocadas bajo el reinado de Alfonso XIII temblaban. Hubo trayectos que tardaron cuatro horas para hacer 90 kilómetros. Yo estaba allí. Un día, uno de los vagones se llenó de humo y hubo que desalojar al pasaje. Y otro buen día, en agosto de 2016 ya con el Botànic de Puig, la desgracia: se cerró la línea porque ya no era segura. 

Fue entonces cuando Dénia se quedó por primera vez sin tren en más de un siglo: el de València, inaugurado en 1884, había cerrado en 1974 porque a algún iluminado se le ocurrió que con la autopista bastaba; y el de Alicante, el famoso «trenet» del que estamos hablando, había existido desde 1915. 

Avanzó el siglo XX y se alumbró un momento en el que Dénia se jodió como se jodió el Perú de Vargas Llosa

Usted puede pensar que en Dénia nos gusta ser así: un lugar exótico pero dejado de la mano de dios donde sólo hay restaurantes y hoteles para turistas. No es del todo cierto. No siempre fuimos así. A finales del siglo XIX, esta ciudad atesoró una de las burguesías más poderosas del Mediterráneo que primero se forró con la exportación de la uva pasa y después con la industria del juguete. Estábamos en el mapa. Contamos con el primer suministro a gas tras Madrid y Barcelona. Era una sociedad de grandes desigualdades pero próspera: abrimos teatros, cines, cabarets, librerías; leíamos hasta 7 periódicos. El puerto bullía. Los magnates edificaron grandes mansiones urbanas. Casi todo fue gracias al tren. Pero avanzó el siglo XX, las explotaciones agrarias y jugueteras se fueron al carajo y se alumbró un momento en el que Dénia se jodió como se jodió el Perú de Vargas Llosa. Y los herederos de aquella pletórica burguesía, ahora ya dedicada al turismo y la construcción, dejaron de tener peso político, social: ni en la Generalitat de València ni en el Gobierno de Madrid. Dejamos de existir. Nos convertimos en paisaje colonial. Hasta el naufragio definitivo en aquel 2016.

Ahora, casi 7 años después y tras una inversión de cuantía indiscutible, 150 millones de euros, el Botànic recupera a partir de este lunes con tranvías que ya no son predemocráticos la conexión del TRAM entre Dénia y Alicante. Un hito, claro, que mejorará la calidad de vida de la gente que desde Teulada, Benissa o Gata va a trabajar, estudiar o comprar a Dénia. Pero poco más por muy fuerte que aplauda el Consell: como se ha inaugurado demasiado pronto (o sea, antes de las elecciones) viajar entre Dénia y Alicante aún costará 3 horas y dos transbordos (al de Benidorm debe añadirse el de Teulada porque aún faltan viaductos). ¡Tres horas para 90 kilómetros!: el AVE Alicante-Madrid son dos horas y media, el de València con la capital del reino, apenas hora y media. Tremendo. 

Esto es un parche. El problema de fondo es otro: lo que Dénia necesita es el Tren de la Costa que lo conecte en una hora con València, Alicante, el mundo. Pero ese ferrocarril duerme en Madrid atascado en burocracias eternas para idéntica vergüenza de PP y PSOE mientras hay un pueblo que apenas sigue sin existir en la cartografía del transporte público, la que une personas, anhelos y prosperidades.