360 grados

Boris Johnson, el héroe de Ucrania

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

El ex primer ministro británico Boris Johnson está haciendo méritos, si es que no ha hecho ya suficientes, para que le erijan un día en Kiev una estatua por su apoyo a Ucrania.

Una gran estatua como la que tiene, por ejemplo, el ex presidente de EEUU Bill Clinton en la capital de Kosovo o la que se levantó en un pueblecito de Albania en honor de su sucesor en la Casa Blanca, George W. Bush.

Por cierto, hablando de Kosovo, ¿no resulta contradictorio que quienes defendieron a ultranza en su día su segregación de la patria serbia no tengan nada que objetar al hecho de que Kiev rechace incluso la autonomía para el Donbás rusófono?

Johnson, que es ahora simple parlamentario británico, no quiere perder protagonismo y ha vuelto a Kiev para recibir de manos de su alcalde, el ex boxeador Vitali Klichkó, la medalla que la acredita como ciudadano honorífico.

El pasado mes de junio, cuando aún era primer ministro de su país, Johnson entregó al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, la “medalla Winston Churchill al liderazgo”.

Johnson es, como sabemos, biógrafo y admirador de Churchill, héroe también de nuestros políticos conservadores, que no deben de olvidar que el premier británico no sólo se opuso a Hitler sino que apoyó también al régimen de Franco por su anticomunismo. Incluso dijo que si tuviera que elegir entre comunismo y nazismo, optaría por este último.

Tal vez un día, cuando acabe la guerra, una Ucrania agradecida dedique al político que, a base de demagogia y mentiras, sacó al Reino Unido de la UE también un bulevar como los que llevan en Pristina los nombres de Clinton y Bush hijo.

Porque es sin duda mucho lo que el actual Gobierno ucraniano le debe a Johnson: fue el tory británico uno de quienes más hicieron para impedir que Zelenski cediera en su día a la tentación de llegar a un pacto con el Kremlin.

Lo contó una publicación estadounidense tan poco sospechosa como Foreign Affairs, según la cual los negociadores ucranianos llegaron el pasado abril a un acuerdo por el cual Rusia se retiraría a las posiciones que ocupaba el día antes de la invasión y Ucrania renunciaría a solicitar su ingreso en la OTAN, recibiendo a cambio garantías de seguridad.

Pero el supuesto pacto se frustró después de que Johnson visitase entonces a Zelenski y le convenciese de que debía suspender las negociaciones con el Kremlin porque el presidente ruso, Vladimir Putin, no era de fiar y Occidente no estaba preparado para poner fin al conflicto militar.

Johnson ya no está en Downing Street, pero su sucesor y correligionario Rishi Sunak no quiere ser menos y ha prometido ya el envío a Ucrania de los carros de combate británicos Challenger 2.

Mientras tanto siguen las presiones sobre el canciller federal alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, para que acabe con sus vacilaciones y autorice el envío a Ucrania por sus aliados europeos de los carros de combate Leopard 2.

Las mayores presiones que tiene que soportar Scholz vienen precisamente de Polonia, los Bálticos y otros países que pertenecieron en su día al disuelto Pacto de Varsovia, esos países que el ex ministro estadounidense de Defensa y conocido “halcón” Donald Rumsfeld se refirió como “la nueva Europa”.

Países todos ellos que, sin duda por su pasado sometimiento a la Rusia soviética, son hoy rabiosamente antirrusos y parecen confiar más en el apoyo militar de Estados Unidos y de Gran Bretaña que el que pueda hoy proporcionarles “la vieja Europa”.

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