... Y sin hospital

El cronista recoge con detalle el tratamiento médico en 1850 a un vecino de Torrevieja de origen genovés

Intervención quirúrgica a mediados del siglo XIX

Intervención quirúrgica a mediados del siglo XIX / Información

Francisco Sala Aniorte

Francisco Sala Aniorte

En la Torrevieja de principios del XIX se disponía una cobertura médica medianamente saludable, amén de la terrible epidemia de fiebre amarilla sufrida en el año 1811. El personal sanitario estaba integrado por Gerónimo Sánchez Muñoz, natural de Guardamar, delegado local de Sanidad; Nicolás García Lloret, de Alicante, cirujano; Andrés Giménez Vergel, médico titular, y Manuel López Onrrubia, médico, ambos de Orihuela; y los maestros sangradores Simón Cánovas Manzanares, de La Mata; y José Martínez Groso, de San Javier, ambos encargados hacer sangrías con fines terapéuticos utilizando sanguijuelas. Como oficiales sangradores estaban Julián Calderón Quesada, de Torrevieja, y Francisco Rodríguez Albaladejo, de San Pedro del Pinatar. Completando el cuadro de especialistas hematológicos se hallaban los sangradores: Miguel Orive Sánchez, de Alcantarilla (Murcia), a la vez barbero; José Huertas Gómez, de Manzanares; y Antonio Pelegrín Barsalobre, de Murcia. A todos estos habría que añadir al boticario, la partera y el veterinario.

En aquellos años arribó a Torrevieja un contingente de jóvenes genoveses procedentes de Gibraltar, que se integraron a aquella recién fundada Torrevieja; entre ellos, el joven Vicente Bernardi Juliá, que en 1811, a la temprana edad de 27 años, marinero, comerciante y, seguramente, dedicado como otros muchos del lugar a los negocios del contrabando. A los pocos años de llegar, se casó con Benita Imbernón Ruiz, de San Pedro del Pinatar, con quien tuvo al menos tres hijos. Quedó viudo y contrajo segundas nupcias con Benita Plaza. Fue pasando el tiempo y llegado a la ancianidad, a mediados del siglo XIX, Bernardi sufrió los achaques de los años acentuándosele un problema uretral, con el consiguiente episodio clínico.

Hallándose en Torrevieja, en el mes de julio de 1850, Joaquín Fernández y López, médico director nombrado por S.M. Isabel II de los baños y aguas minerales de Busot, fue consultado por sus compañeros de medicina Juan Rebagliato Clemente y Miguel Belloti, transmitiéndole la histórica-clínica de Vicente Bernardi Garibaldi.

De los galenos decir que Juan Rebagliato, años más tarde fue médico titular de Torrevieja por Real Orden de 24 de abril de 1867 y director especial de Sanidad Marítima del puerto de Torrevieja, con el sueldo de 600 escudos anuales, siendo el encargado de revisar sanitariamente a las tripulaciones de las naves surtas en la bahía; Miguel Belloti era médico general y, simultáneamente, con su mejor voluntad, asistía a los enfermos mentales del Refugio de Santa María Magdalena, en Murcia, con un sueldo de 4 reales al día.

El enfermo que nos ocupa, Vicente Bernardi, había nacido en 1784 en San Estevan, provincia de Génova, y era hijo de Luciano y de María, también de aquel lugar. De 66 años, con temperamento irritable, colérico y mordaz, en 1850, ya había quedado viudo de Benita Plaza, su segunda mujer, con quien no tuvo, que se conozca, ningún hijo.

Bernardi padecía retención de orina con imposibilidad de lanzar una gota a pesar de los mayores esfuerzos; estado que le producía fiebre aguda, convulsiones, vómitos y dolores lumbares. Refractarios todos estos síntomas con procedimientos para tratar la inflamación, los espasmos e intentando aliviar el dolor disminuyendo la excitabilidad de los nervios, intentaron el uso de la sonda para desatar el reservorio. Fue preparado por los referidos doctores con un linimento oleoso, al tiempo se le introdujo una sonda de goma elástica, tocándose a la salida de la uretra un cálculo voluminoso, cuyo cuerpo extraño era el motivo de todo el grupo de síntomas alarmantes referidos en el paciente.

Sin titubear un momento decidieron los doctores su extracción, aunque presentaba bastante dificultad por la gran tumefacción del prepucio. Para extraer el cálculo reconocieron sus lados con un estilete, y observaron que no existían adherencias; después con las pinzas de ramas largas y estrechas afianzaron el cálculo y lograron triturarle en algunos puntos, extrayendo bastante número de fragmentos; y para finalizar el proceder operatorio y dar salida a la orina, que por más tiempo detenida comprometía la vida de este enfermo, se practicó, con un bisturí de botón, una dilatación introduciendo antes la sonda de ranura al nivel del cuerpo extraño, entre éste y la parte alta de la uretra que se rompió. 

Le sobrevino una pequeña hemorragia que disminuyó con lociones de agua tibia; con las citadas pinzas se extrajo una piedra del tamaño del hueso de una aceituna sevillana, sin contar más de otro tercio que le faltaba de las avulsiones parciales. Este cálculo tenía una ligera capa o costra caliza y formaba su composición interior oxalato amónico.

Después de extraída la piedra, fue sumergido el enfermo en un baño a la temperatura de 25º Rankine, principió a orinar aunque no sin fuertes dolores en la herida. Los fuertes dolores junto a los demás síntomas inflamatorios que sobrevinieron, fueron combatidos con repetidas aplicaciones de sanguijuelas en el bajo vientre y junto al ano, cataplasmas reblandecedoras al miembro, aplicación constante de la sonda y una dieta refrigerante. Con estos medios y algunas píldoras balsámicas de copaiba y magnesia y continuando de los baños templados, el anciano entró en una regular convalecencia antes de un mes.

Pasados unos días, el doctor Fernández y López hizo las siguientes reflexiones sobre este caso, siempre enfocadas hacia su establecimiento, anunciando las beneficiosas aguas del balneario de aguas termales que dirigía en Busot, y que, aunque nada de nuevo presentaba, algunos aspectos le llamaron atención en este caso:

Primero.- Jamás el genovés Vicente Bernardi Garibaldi recordaba haber tenido padecimientos del aparato genital-urinario, y mucho menos haber tenido lumbago, adormecimiento en los muslos, dolor en los cordones espermáticos, centelleo en el glande, ni menos haber arrojado arenillas.

Segundo.- Discurrió el doctor Fernández López que esta dolencia producida por piedras era muy frecuente en Aspe, Novelda, Crevillente, Elche y otros pueblos de la provincia de Alicante, y con particularidad en Torrevieja. 

Para Joaquín Fernández la causa del desarrollo de esta grave afección era el uso de las aguas selenitosas de que se hacía uso doméstico en estos puntos.