De 300, a los 400 golpes

Irene Montero.

Irene Montero. / EP

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

El mundo, la vida, el día a día de cada persona o el de una sociedad, queda muchas veces reducido a prosaicas cifras, a fríos números, a metáforas simbólicas que explican, con su impávida simplicidad, incluso hasta las cuestiones y temas más complejos, dramáticos y vitales del ser humano. Nos hemos acostumbrado primero a contar, y a valorar después de conocer las cifras; a diagnosticar las enfermedades de una sociedad atendiendo a sus parámetros numéricos; a impactarnos con el algoritmo como tautología explicativa de cuanto nos rodea. Vean, si no, cómo recurrimos sistemáticamente a las cifras de muertes por accidente de tráfico, a las listas de espera en hospitales públicos, al índice de inflación, al número de parados, a la destrucción de empleo (en Alicante, por ejemplo, el peor enero de los últimos once años), a los hectómetros cúbicos que el Gobierno le niega a Alicante en el Tajo-Segura, o a los miles de kilómetros que han hecho Sánchez, Belarra o Irene Montero viajando en el Falcon Crest. Con los dígitos como juez supremo, todo queda explicado, ya no vale la pena analizar el trasfondo de las cosas porque la aritmética impone su contundente sentencia. Es la fascinación de las cifras, la simplificación de las cuestiones por la rotundidad de los números, la cómoda dependencia con la que nos entregamos a ellos para evitar reflexiones más profundas. Nunca he estado seguro de que esa sea la única forma válida para medir el pulso de una vida o el devenir de una sociedad. Pero es lo que hay.

Y continuando con los guarismos, gracias a la ley del solo sí es sí, ya se ha superado la cifra de 400 violadores, agresores sexuales y pederastas beneficiados por el sectarismo y la radicalidad de la extrema izquierda, en concurso necesario con el resto del Gobierno que dio su visto bueno a ese engendro legal. Y son muchos, demasiados, para que el tema sea considerado una maniobra de extrema derecha o fruto de la mala fe de jueces y juezas machistas, como intenta vender la montaraz ultraizquierda. Yo no sé qué tiene que ocurrir en España, qué le tiene que pasar a las mujeres víctimas de los agresores sexuales beneficiados, para que ese feminismo ultramontano, dogmático y frívolo reconozca que, por encima de todo, vende ideología, aunque sea a despecho de las propias víctimas. Tan es así el escándalo de los más de 400, que el PSOE en el Gobierno de Sánchez y Sánchez en el Gobierno de Podemos, ha empezado a valorar el peligroso desgaste electoral que le supone ese tozudo, soberbio e infantil empecinamiento talibán. Del 300 de Leónidas y sus espartanos llenos de testosterona de hace unos días, hemos pasado a los “400 golpes” de pecho de Truffaut, film rebelde, adolescente e iconoclasta (una película de culto para una ley de incultas).

Irene Montero (ministra de Igualdad), Ángela Pam (secretaria de Estado, también contra la Violencia de Género) y Victoria Rossell (delegada del Gobierno contra la Violencia de Género y jueza de profesión), son las autoras materiales e intelectuales de la ley que ahora rechina a más de 400 pulsaciones por minuto en la memoria y la angustia de las víctimas. Por si acaso, y para el caso, Irene Montero se blinda a sí misma alzándose en una suerte de Juana de Arco avant la lettre dispuesta a morir en defensa del “corazón de la ley”. No creo que nuestra heroína haya leído “El corazón de las tinieblas” de Conrad, aunque le vendría bien hacerlo para saber algo más de la condición humana, incluso de su propia condición; ni albergo esperanza alguna de que leyera el breve relato de mi amigo Edgar Allan Poe “El corazón delator” -metafórica admonición-, pero si le adelanto que es muy difícil esconder bajo los tablones del suelo de la historia los 400 golpes que esta perniciosa ley les ha dado a las mujeres víctimas.

Sin embargo, y para escarnio de la estética (la ética es un lujo pequeño burgués que dejó de existir hace mucho tiempo), ahí siguen ellas y ellos, en ocasiones, hasta frivolizando con risotadas las siniestras consecuencias de una ley fruto de su incompetencia de género, de su delirante y letal fanatismo. Y ahí seguirán, no lo duden, porque es lo que conviene al pacto de poder del convoluto “poli bueno/poli malo” entre Sánchez y Unidas, y Unidas con Sánchez. Mientras, el “TikTok” del calendario electoral sigue marcando inflexible los tiempos pese a que el reloj de Tezanos -envejecido por el descrédito de sus grotescas predicciones- no solo confunda horas, semanas y meses, es que ya no puede retrasar más el curso del desastre final.

Y pese a que el “poli bueno” quiera darse un baño para desinfectar las heridas que le ha procurado esta ley desplazando los focos de atención a su mayestática imagen de estadista internacional, resulta que a las primeras de cambio el rey de Marruecos lo deja plantado sin ni tan siquiera recibirle. Prefiere el autócrata marroquí disfrutar de su molicie en Gabón que ver al tal Sánchez, un don nadie del otro lado de la frontera. ¿Se imaginan a Macron visitando oficialmente Marruecos sin que el amo del cortijo se digne a recibirle? Qué vergüenza, becario Albares; qué bochorno, celador Bolaños. Quizá en la decisión de Mohamed haya pesado el hecho de que el escáner del Falcon sanchezcastejoniano detectara algún teléfono móvil, lo cual explicaría que la conversación entre Pedro S. y el “poli malo” haya sido telefónica. Un sibilino recordatorio desde el corazón de las tinieblas de aquel lado de la frontera, y una perversa sinécdoque de cómo le delata el corazón al “poli bueno” de este lado de la frontera. Con el bochorno, la afrenta y la humillación a Sánchez por parte del dueño del país que abre obscenamente la puerta de la inmigración cuando le conviene, el Gobierno de España -y España por extensión- queda sumido en las tinieblas de la inanidad y el ridículo. ¿Cuántas ves van? Qué más da, todo es cosa de números y cifras… de teléfono. A más ver.