El ojo crítico

Después de la oscuridad

El expresidente gobierno, Felipe González.

El expresidente gobierno, Felipe González.

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Ha afirmado el expresidente Felipe González en numerosas ocasiones que nunca se ha planteado escribir sus memorias. Las razones son varias. Algunas las ha contado. Otras, las que seguramente son las importantes, nunca las dirá. Si bien es cierto que en los últimos años ha aclarado en entrevistas y en sus participaciones en coloquios algunas dudas que quedaban por resolver de sus mandatos deshaciendo tergiversaciones y mentiras convertidas con el paso del tiempo en bulos que algunos se creen, la realidad es que si esas memorias apareciesen algún día serían la novedad editorial más importante de las últimas décadas. La reciente publicación del libro Un tal González ( Alfaguara, 2022) cuyo autor es Sergio del Molino viene a resolver en cierto modo esa parte personal de Felipe González, tanto en sus años de clandestinidad como ya de gobierno, desconocida y al mismo tiempo archisabido. Dice el autor de este libro que Felipe González es una de esa personas que creemos conocer porque hemos crecido viéndole en la televisión o leyendo sus declaraciones en los periódicos y porque fue responsable de los momentos más importantes de España en el siglo XX pero que al mismo tiempo es un gran desconocido. A mí Felipe González me recuerda en cierta manera a Jorge Semprún en el sentido de que aunque hemos leído los libros de Semprún, conocemos sus entrevistas en televisión y periódicos y hemos visto las películas para las que escribió el guion, Semprún fue un gran desconocido. Como Felipe González.

Sergio del Molino nos presenta en su libro la España que fuimos en los largos años de la dictadura y en el corto tiempo de la Transición, así como el papel que tuvo Felipe González durante ambos periodos. Pero sobre todo coloca al lector ante su propia memoria de la Transición y de los años de los gobiernos de Felipe González. Yo soy siete años mayor que Sergio del Molino y aunque en la madurez poco importan siete años más o menos, en la niñez son fundamentales. Recuerdo muy bien cómo era España a principios de los años 80 cuando el franquismo acababa de terminar. En multitud de barrios no muy alejados del centro urbano las calles estaban sin asfaltar, las carreteras eran poco más que caminos de cabras y los domingos por la mañana jóvenes falangistas vestidos con camisas azules vendían chapas y tazas con la foto de Franco en mesas que instalaban en mitad de la calle. La administración se asentaba en la ineficiente estructura de la dictadura y subir en el escalafón se debía únicamente a la sumisión al régimen y la aceptación sin rechistar de la política de venganza y revanchismo que Franco impuso hasta el último día de su vida.

Cuando comencé mis estudios universitarios en 1990 no es que España hubiese cambiado sino que era otro mundo. En tan sólo ocho años España había entrado de lleno en Europa gracias al trabajo de los socialistas en todas las capas de la administración y la confianza de una sociedad que creía en la libertad y la democracia. Lo valores clásicos del socialismo (disciplina, honradez, discreción, ejemplaridad y austeridad) dejaron atrás el clasismo y el cutrerío franquista. España dejó de estar dirigida por una caterva de ladrones y pasó a ser el resultado de un partido que creía en la libertad y que se había dejado la vida en ello. En los últimos años se ha puesto de moda decir que durante la dictadura el PSOE apenas tuvo protagonismo en la lucha franquista. Fernando Savater, reconvertido ahora en referente de la derecha española, afirma que nunca vio a ningún socialista en la cárcel. Quizá sea porque durante la dictadura estuvo entretenido en ir a las carreras de caballos, a corridas de toros y a tratar de ligar con estudiantes en aburridos seminarios de filosofía cuando era profesor. Pero sobre todo porque estuvo en pocas cárceles y porque no visitó ningún paredón donde miles de socialistas fueron asesinados terminada la guerra civil.

El gran éxito del PSOE durante los años 80 y principios de los 90 fue que consiguió en muy poco tiempo que la dictadura pareciese que hubiese ocurrido un siglo antes. Nombres como Cánovas y Sagasta, Primo de Rivera o Franco pasaron a pertenecer a un tiempo muy lejano.

Felipe González fue víctima de periodistas conversos que pensaron que cuando llegase la democracia, que por supuesto había ocurrido gracias a ellos, el PSOE debía recompensarles con poder y dinero. Se utilizaron los casos de corrupción de personas concretas como una causa general contra el PSOE, Felipe González y el sistema político. Un grupo de periodistas y políticos de derechas, a los que se llamó el sindicato del crimen, mintieron en el las cabeceras de los periódicos y en el Congreso de los Diputados para conseguir el desgaste de los socialistas de cara a las elecciones generales de 1996. Con el paso del tiempo hemos sabido el motivo principal: para robar a manos llenas. Acierta Sergio del Molino cuando dice que Felipe González pasará a la historia como el político más importante del siglo XX.